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Testimonios que lo hunden

Cuatro personas declararon esta semana en la causa por delitos de lesa humanidad contra el represor Horacio Barcos, acusado de secuestrar al matrimonio conformado por Amalia Ricotti y Alberto Tur.

El juicio oral y público contra Horacio Quique Barcos, acusado por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en la capital provincial, continuó esta semana con la declaración de los primeros testigos. El jueves fue el turno de Adriana Arce, quien ofreció pruebas sobre su secuestro en el centro clandestino de la Fábrica de Armas, relacionado íntimamente con el calvario que pasaron Amalia Ricotti –la querellante de la causa– y su esposo –fallecido en los 90– Alberto Tur, secuestrados y torturados por 15 días en mayo de 1978 en un chupadero ubicado en cercanías de la ciudad de Santa Fe. Adriana Arce llevó al tribunal la copia de un informe de inteligencia de la Unidad Regional II de Rosario, del que se desprende que ella y Tur estaban siendo investigados por el aparato de inteligencia del II Cuerpo de Ejército.

Ambos militaban en el Sindicato de Trabajadores de la Educación de Santa Fe; Arce fue secuestrada cinco días antes que el matrimonio Tur-Rocotti: el 11 de mayo de 1978, al volver de Santa Fe a Rosario luego de haberse encontrado con Tur en la capital provincial. El Tribunal Oral Federal de Santa Fe –conformado por José Escobar Cello, Ivón Vella y Daniel Laborde– le pidió a la testigo que presente una copia certificada de ese informe como condición necesaria para incorporarlo como prueba en la causa. Arce explicó el motivo de aquel encuentro en mayo de 1978: “Alberto (Tur) era profesor en San Carlos y delegado en el departamento Las Colonias. Ahí lo conocí. Después del golpe comenzó la represión contra los docentes. Nos allanaron el gremio y nos robaron toda la documentación. En 1978 creíamos que la cosa se estaba normalizando. Entonces, viajé a Santa Fe para reunirme con Alberto Tur porque estábamos recorriendo la provincia para saber qué compañeros habían desaparecido”.

La testigo recordó que un auto rojo la siguió desde la escuela donde ella trabajaba hasta la terminal de ómnibus de Rosario. Ya en el colectivo, vio a “una persona del norte, por el acento” que hacía chistes, como si estuviera borracho. Cuando llegó a Santa Fe, Tur la estaba esperando. Cuando llegaron a su casa, Arce notó que el mismo auto rojo –un Fiat 1500– estaba estacionado en esa cuadra. “Que el miedo no nos coma la cabeza”, recordó la testigo que le dijo Tur entonces. Los dos militantes docentes permanecieron reunidos toda la tarde; por la noche, Arce volvió en colectivo a Rosario y en el coche volvió a ver al “mismo señor medio borracho”, según sus palabras, que  había visto en el viaje de ida. Ni bien arribó a la terminal rosarina, un grupo de tareas la secuestró. Entonces comprendió que la habían seguido durante todo el día y que su visita a Tur podría generarle problemas, tal como ocurrió a los cinco días.

  Hasta ahí el testimonio de Arce, que declaró el jueves. Ayer fue el turno de otros tres testigos. Primero declaró Susana Molinas, quien admitió que era “muy amiga” de Alberto y que lo conoció en los 60, cuando ambos comenzaron a militar en el gremio docente. Molinas aseguró que los padres de Tur debieron vender una casa que tenían en el sudoeste de la ciudad a un coronel del Ejército. Una venta del todo irregular: la escritura está fechada el mismo día en que secuestraron al matrimonio, en adyacencias del puerto, pero no hubo dinero en efectivo ni depósito bancario a cambio. La casa en cuestión fue la moneda de cambio que debió pagar la familia de Tur por la libertad de la pareja secuestrada por Quique Barcos, a quien Ricotti identificó en una rueda de detenidos en octubre de 2007.

  Después declaró Elena Mucchiutti, una docente jubilada que fue compañera de trabajo de Tur. “No conocía su actividad gremial, pero como persona era muy agradable, muy honesto y los chicos lo querían mucho. Cuando recuperó la libertad, me pidió que le lleve el sueldo a la casa. Lo vi en la cama, muy débil, como si estuviera golpeado. No se levantó en ningún momento. Recuerdo que me dijo: «Saben todo de todos». A mí la situación me sensibilizó porque tengo una hermana desaparecida en Córdoba”, dijo la testigo. Por último, dio su testimonio Narciso Gómez, ex dirigente de la Asociación del Personal no Docente de la Universidad del Litoral. El testigo apuntó a otro ex Personal Civil de Inteligencia del Ejército –como Barcos–, llamado Luis Frillocchi.

  Frillochi también fue señalado por Ricotti en la primera audiencia del juicio y, en la actualidad, se desempeña como personal administrativo en la Universidad Nacional del Litoral.

  Gómez refirió que era muy amigo de Tur. “Lo conocí en 1974, a través de mi mujer que militaba en el gremio del departamento Las Colonias. Ahí estaba Alberto. A Amalia (Ricotti) también la conocí en ese momento; incluso nos fuimos los cuatro juntos unas vacaciones de verano. Todos nos enteramos de lo que había pasado con Alberto y Amalia. Alberto me comentó que lo habían torturado a él y a su mujer, y que ella además había sido violada. Me dijo que en la tortura le preguntaban por los dirigentes gremiales y los amigos y que se enteró de cosas mías por boca de los verdugos”. La violación contra Ricotti fue confirmada por la propia querellante en el inicio del juicio. Ricotti identificó a Barcos como el responsable de la vejación, pero el acusado ya no estaba en la sala: había pedido permiso al tribunal para retirarse.

  Quique Barcos fue Personal Civil de Inteligencia del Ejército durante 21 años y se desempeñó como espía en ámbitos gremiales durante la dictadura. Fue dirigente de la Uocra, trabajó en la administración pública en los 80 –en distintas dependencias del Ministerio de Salud provincial– y, sobre el final de la dictadura, había participado en la comisión directiva de ATE, cuando el sindicato estaba conducido por gremialistas cercanos a los jerarcas de la dictadura. La Justicia tiene probado que Barcos encabezó el operativo de detención de Ricotti y Tur y que los llevó hasta un lugar cercano a la capital santafesina, donde sufrieron tormentos. El centro clandestino de detención aún no ha sido identificado; se especula que pudo haber estado ubicado en las afueras de Santo Tomé.

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