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Talento argentino recuperado

El científico Carlos Fernández volvió a la Argentina en 2006, tras trabajar durante años en Alemania. Hace pocos días publicó un avance enorme para un futuro tratamiento en la enfermedad de Parkinson  

Carlos Fernández y su equipo de trabajo son referentes a nivel internacional.(Foto: Marcelo Manera)
Carlos Fernández y su equipo de trabajo son referentes a nivel internacional.(Foto: Marcelo Manera)

No volvió como algunos jugadores de fútbol, cuando ya no pueden más agacharse para atarse los botines. Volvió en su mejor momento, cuando era jefe de un equipo de investigación en la Universidad Georg Augusta de Göttingen, la institución que más premios Nobel dio al mundo y donde reside lo mejor de la química y la física internacional. Volvió en 2006 pese a que los alemanes le pidieron que se quedara, y a contrapelo de su propio equipo de trabajo, de origen santafesino, cuya gran mayoría se quedó en Alemania. “Me contactaron y dije «yo voy» –menciona con entusiasmo Fernández–. Yo hice mi posdoctorado acá en Rosario y la persona que me formó me dijo: «Quiero que vengas». Y me vine. Me pegué la vuelta sabiendo a dónde venía, conociendo las limitaciones del sistema argentino. Pero siempre fui consciente de que me recibí en una universidad pública, me gradué en una universidad pública y se me doctoró en una universidad pública. Y si ahora estoy en una sociedad que entiende que con ciencia y desarrollo es la única manera de que el país avance, con un gobierno que entiende eso, entonces es cómodo y es fácil, más aún en un tema de competencia internacional como éste. Lo que yo le planteé al gobierno alemán para la vuelta es: «Déjenme volver a la Argentina y bánquenme la investigación». Y los tipos lo hicieron”.

Fernández siempre intentó hacer investigación en su país pero “eran muy caros los equipos, no se compraban y era imposible. Yo quería investigar la estructura de proteínas vinculadas a enfermedades, para ver por dónde es factible atacarlas, para definir un esquema terapéutico de ataque”.

Sin embargo, para poder hacerlo tuvo que radicarse en Alemania, donde era jefe de investigación en el Instituto Max- Planck, uno de los centros de Investigación más prestigiosos a nivel internacional. Allí comenzó a estudiar esa proteína “rebelde” que en determinado momento de su existencia deja de cumplir su función y da origen a la enfermedad de Parkinson.

Hasta que un día los “fierros” llegaron a Rosario, al IBR, uno de los ocho institutos que dependen de Conicet: “El equipo de resonancia magnética nuclear, el único en el país, es un magneto enorme que nos permite visualizar la proteína. Es como si la estuvieras viendo, y a partir de eso sabés la forma, sabés si es esférica, si es ovalada, si la superficie es una cosa lisa, o si tiene relieve”, explicó el investigador.

 “En el caso de la enfermedad de Parkinson –sigue explicando Fernández– tenés una proteína que la neurona produce y cumple cierta función. En determinado momento esa proteína en lugar de quedarse sola, aislada, comienza a unirse a otras. Se forma una masa amorfa de cosas. Y cuando eso pasa la neurona termina muriéndose y se desarrolla el Parkinson”.

El desafío de Fernández era conocer la forma de esa proteína para ver por donde atacarla: “Digamos: si tu nene te dice «Me pegó el señor de la vuelta» y vos querés decidirlo violentamente, una cosa es si el señor de la vuelta mide 1,60 y otra si mide dos metros y te va a salir con un revólver. Si yo lo quiero matar tengo que ir con una escopeta. Ahora, si es petiso y sale a hablar, vamos a hablar y nos vamos a entender. Vos para atacarlo a ese agente tenés que conocer cómo es, cómo se mueve y cómo actúa”.

Fernández y su equipo trabajaron para conocer esa forma y fueron un poco más allá: “Con una técnica pudimos determinar qué parte de la molécula es importante para que cumpla la función normal y no se transforme en algo nocivo. Así pudimos atacar esa molécula de manera que esa parte, que es la responsable de la enfermedad, quede latente”.

Eso fue lo que lograron en el laboratorio del IBR que funciona en el Conicet, y las conclusiones del trabajo fueron publicadas en una de las revistas de mayor prestigio internacional en la materia.

 “Ahora conocemos la región de la molécula donde se origina todo el proceso. Entonces por primera vez estamos en condiciones de poder diseñar un fármaco –explica Fernández–. El próximo paso sería ver cómo hacemos para que el fármaco entre en la neurona y se una a la proteína dentro de ella. Hasta ahora no se sabía nada y dimos un paso muy importante”.

 “Ahora va a venir una pelea –anticipa el científico–. ¿Lo patentamos nosotros a través del Conicet o lo patenta una multinacional? Yo creo que lo tiene que patentar el Conicet, para que la guita le quede al Estado. No necesitamos una multinacional”, asegura. “Eso sí –aclara–: se tendrán que poner de acuerdo el gobierno argentino y el alemán. Ellos también están apoyando la investigación y es lógico que sean parte del royalty de una potencial patente”.

Pese a que el descubrimiento está abierto a la comunidad científica internacional y está publicado, el grupo que es pionero y baja los conocimientos es el que mayores posibilidades tiene de conseguir financiación: “Hoy nosotros somos un grupo de referencia internacional. Vos ves a los pibes del laboratorio con un promedio de 28 años pero recibimos mails de todas partes del mundo con respecto a este tema”.

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