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Susang Sontag, renacida

Luego de su muerte en 2004, David Rieff hijo de Sontag y también editor, exhumó escritos dispersos de la escritora bajo el título de “Renacida”,  que son una bitácora de un espíritu ávido de experiencias. Por Juan Aguzzi.  

Editado por David Reiff, traducción de Aurelio Major. Mandadori/2011. 312 páginas

Como suele ocurrir con muchos escritores, una vez muerta a Susan Sontag se le encontraron una gran cantidad de escritos que adoptaban formas distintas: pruebas de ensayos, notas diversas, anotaciones para un diario. Estos materiales los encontró su único hijo David Rieff, periodista y editor, y aunque carecía de alguna indicación al respecto, decidió armar una suerte de diario que reflejara algo de la experiencia de vida y obra de la escritora. Los textos reunidos llevan el nombre de Renacida, y su epígrafe marca –tal vez como anticipo de que vendrán más  volúmenes– Diarios tempranos, 1947-1964.

El libro, íntegramente editado por Rieff transcribe una gran cantidad de anotaciones fechadas año a año en el periodo que se especifica y aunque la edición está teñida de cierta arbitrariedad para privilegiar aspectos triviales con algún aura escandalosa por sobre otros de real interés en cuanto a la formación y pensamiento de Sontag, son textos de una contundencia abrumadora porque se lee en ellos un orden de  verdad artística a la que la ensayista se ciñó –y que edificarían su modo de ver el mundo– pese a lo tumultuoso de sus primeros escarceos en un tren de aprendizaje que no cesaría jamás.

Susan Sontag fue una escritora que se sumó a la lista de los iconoclastas; ya desde temprano su voz buscó un espacio en la contracultura y desde allí fue forjando los cimientos para esgrimir una crítica que conciliara sus ideas estéticas con una ética inspirada en la práctica de decir siempre lo que se piensa –aunque alguna vez sostuvo que “la mentira era la forma más simple de la autodefensa”–, y que ante el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York le granjeó el escarnio de gran parte de su país cuando soltó que se trataba de una consecuencia directa de las políticas de confrontación y alianza del gobierno estadounidense.

El título Renacida fue elegido por Rieff para situar un punto de partida temprano en la vida de su madre. En 1949, Sontag escribía: “Todo comienza ahora, he vuelto a nacer”, en una línea que conformaba junto a muchas otras una de las entradas a sus cuadernos de esa época. De este modo aludía al despertar de una identidad sexual –por lo menos la que se instalaría más tentadoramente– vinculada a las relaciones homosexuales y a una irresistible seducción por todo aquello que se mostraba como forma de conocimiento intelectual. Estas instancias eran para ella una forma nueva de encarar su vida, un estar en el mundo con una conciencia más plena.

A diferencia de otros diarios de escritores exhumados luego de su desaparición física, donde la estructura intenta apoyarse en una cronología de hechos, situaciones, experiencias, reflexiones, Renacida tiene una construcción que podría verse como demasiado aleatoria –sin que esto implique una connotación negativa–, tal vez por ciertas omisiones que practica Rieff en su edición, con consideraciones que en la selección y armado de un diario pueden dejar afuera momentos o frases que orienten acerca de algo que aparecerá más tarde. “SS conservó abundantes notas de las clases a las que asistió en Oxford. Este cuaderno contiene las notas que tomó de un curso de filosofía impartido por J. L. Austin. No se reproducen aquí…”, escribe Rieff en un encabezado a una entrada de los diarios, lo que impide observar esas anotaciones, íntimamente ligadas a una forma de crecimiento intelectual.

Ya en París, hacia fines de 1957, Sontag comenzó un periplo que la alejaría de una carrera académica y la adentraría en un universo artístico a partir de una serie de interacciones con otros artistas –y amantes–, algo que la haría deambular por las mesas de los cafés de una ciudad donde sucederían gran parte de las grandes obras del siglo XX. “Uno debe ir a varios cafés: en promedio, cuatro por noche”, escribió Sontag en su diario, que pese a manifestar la dificultad que a veces la asaltaba para continuar llenándolo, no posee saltos temporales notables, sino de apenas días o semanas.

Renacida está lleno de sorpresas que Sontag descubría durante su cotidianidad; desde nimiedades hasta terminología especializada para describir alguna cuestión: la jerga gay, por ejemplo, las tradiciones en la historia, los fundamentos en la filosofía, las sensaciones y no el análisis, que le deparaban tales fundamentos, las políticas posibles para su proceso creativo; a continuación, anotaba algunas elecciones de lecturas más amigables o tópicos donde existencia y decálogos para la creación se cruzaban irremediablemente. “La vida es suicidio mediado”. “…Luchando por sacar a flote mis devociones, mis idealismos”. “Ser consciente de una misma. Tratarse a una misma como otra. Supervisarse a una misma”. “¿Cuál es el secreto para empezar de repente a escribir, para encontrar una voz? Prueba el whisky. También estar caliente”, todas señales irrefutables de su entrega para una educación tanto sentimental como profesional, y que dejaban al descubierto que Sontag intentaba hacer visible en sus diarios su agenda lésbica –en el sentido de dar rienda suelta a los deseos–, y la cristalización de su posible estilo de escritura, formas inseparables de su sensibilidad intelectual y de su lugar de confrontación con la hipocresía contemporánea. Renacida lleva a esa comprensión.

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