Maestro pueblo

Queremos tanto a Freire
Numerosos encuentros virtuales y congresos darán cuenta de los cien años del nacimiento de Paulo Freire, quien concibió el acto de educar como un acto de libertad y mostró que está orientado por una base ideológica que debería ser inclusiva, porque maestros y alumnos enseñan y aprenden a la vez

Mariana Caballero**

En estos días se cumplen cien años del nacimiento de Paulo Freire. Muchos lo conocen por sus constantes apariciones en tarjetas, frases en discursos escolares o  actos de graduación. Las citas que lo nombran guardan la belleza de las hermosas palabras y, al mismo tiempo, la superficialidad que necesita el breve espacio en el que se escriben. Son una especie de Freire descafeinado, liberado de sus contenidos transformadores y vestido de señalador. Pero el brasileño es mucho más que  eso.

Quienes enseñamos en las escuelas necesitamos otro tipo de “cita”. Un encuentro que  profundice sus dichos en contexto. Una cita en la que, como un amigo mayor,  el maestro nos acompañe de la mano a repensar todo con amorosa politicidad. Por suerte, en estos días de cumpleaños se está consumando  ese deseo. Freire está presente en numerosos encuentros virtuales, en congresos y reediciones. Prohibido hoy en su país de origen, revive su palabra en toda América Latina y el mundo. Es la voz de las favelas, la palabra de los condenados de la tierra, el eco de una transformación social  inconclusa que regresa una y otra vez a discutir el orden establecido.

Freire nació en Recife, Brasil,  en 1921. Hacia los años sesenta y setenta –tiempo de revoluciones y crítica al statu quo–  ideó  una forma singular de enseñar a leer y escribir que le significó largos exilios. Esa alfabetización concebida como concientización resultaba peligrosa para las élites dominantes brasileras. Bajo su impulso y “método” ayudó a emerger el decir de las clases populares de Latinoamérica. Los desheredados del mundo, desde Guinea Bissau a Chile, pasando por las villas de Argentina y los campesinos del nordeste de Brasil comenzaban –de su mano y en esos años convulsionados– a construir la esperanza.

¿Qué trajo de nuevo Freire a la educación?  

Como los grandes maestros “ayudó a mirar” aspectos de la escena educativa a la que no se le prestaba atención. Hizo pensar en  contexto a mujeres y hombres. Comprendió que el mundo se lee antes que las palabras. Pensó de modo relacional el vínculo entre quienes enseñan y quienes aprenden: unos y otros aprenden y enseñan a la vez.

Freire concibió el acto de educar como un acto amoroso de libertad, en el cual, lejos de  repeticiones mecánicas, se aprende a pronunciar la propia palabra, la palabra-mundo. En tiempos de osos que se asomaban y mamás que salaban sopas (palabras con las que se solía enseñar también a los adultos), entendió que debía generarse el impulso para pronunciar el mundo  partiendo de las situaciones existenciales propias  de los y las estudiantes en diálogo. Era un modo de develar las sombras del opresor en el oprimido, rasgar los velos de la costumbre que, como decía Oliverio Girondo,  nos teje en los ojos telarañas para que no podamos  ver.

La alfabetización que proponía, entendida como concientización, invitaba a los oprimidos a expresarse a partir del análisis de sus prácticas y vivencias. Los círculos de cultura donde amasaban ese pan de la palabra eran espacios de encuentro para dialogar; ámbitos de intercambio y no ya espacios de imposición bancaria de contenidos. Partiendo de la investigación del “universo vocabular” de los adultos, se seleccionaban palabras clave, las cuales eran decodificadas a partir de imágenes que representaban esas situaciones ligadas a la existencia de lxs participantes y que, al compartirse, facilitaban el intercambio.

¿Puede ser neutral el educador?

En ese andar, Freire nos enseñó que la educación es diálogo y no monólogo: un acto de amor sin tarima, y un acto de coraje. Pronunciar la propia palabra nos compromete y, en esa construcción la pedagogía de la pregunta asume un papel destacado. Pero la pregunta también es parte del compromiso del educador-educando. No hay preguntas bobas. ¿Puede  ser neutral el educador? Paulo Freire es  terminante: “No existe la imparcialidad. Todos están orientados por una base ideológica. La pregunta es: su base ideológica ¿es inclusiva o exclusiva?”

Como docentes de la escuela pública el legado de Freire nos interpela. ¿Sabemos quiénes y cómo  son nuestros estudiantes y sus familias? ¿Cómo viven, qué sueñan?, ¿pueden en nuestras clases decir su palabra o imponemos bancariamente la nuestra?, ¿invitamos, como quería Simón Rodríguez, a que los niños sean preguntones?, ¿o pretendemos convertirlos  en  loros que repitan sin pensar? En definitiva, ¿cuál es nuestra base ideológica?, ¿incluimos o excluimos desde nuestras aulas?

En estos días la invitación a encontrarnos con Freire golpea a nuestra puerta. No se cumplen cien años muy seguido.  Paulo, ese maestro pueblo, nos invita a conversar. No faltemos a la cita.

**docente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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