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Política

Son los votantes, estúpido


Mauricio Macri se guardó hasta el lunes –en algún lugar de cuyo nombre nadie quiere acordarse– después de escuchar el miércoles, en su departamento de avenida Libertador, un pronóstico de lo que en la tarde de ese día ocurriría en el hotel Hilton. Ese informe, que le rindió un hombre de dos reinos, lo tranquilizó: todo el massismo hace cola para hablarle aunque algunos se repriman –por vergüenza– de exhibir el apoyo hacia él. A la tarde, en el mitin massista, sólo un solitario Javier Gentilini se pronunció agriamente contra la alianza con Macri. Gentilini es un ave solitaria que tiene una banca de legislador porteño hasta 2017, que ganó en listas de Carrió-Solanas, pero que gravitó hacia Tigre.

Con ese panorama, Macri redobló su intención de guardarse hasta nuevo aviso y mandó a decir que cualquier charla en serio será después del 22 de noviembre. Su reticencia a atender heridos se entiende: sabe que todo lo que haga para engordar a Massa-De la Sota alimentará a quienes serán su oposición si llega al gobierno el 10 de diciembre.

Es la hora de los gurúes del diario del lunes, que gastan tiempo en explicar que la suerte de Daniel Scioli hubiera mejorado si se despegaba de Olivos, o la de Macri si se hubiera pegado a Sergio Massa. Para lo que no tienen respuesta es a la repregunta de qué les hubiera pasado si hubieran emprendido esos consejos. De haberlo hecho, ninguno de los dos habría obtenido los resultados del domingo 25, que son una foto de la realidad política argentina que se repite históricamente y que es muy difícil, para los actores de cada momento, dar vuelta con martingalas o márketing.

No peronismo

Ese resultado expresa una vieja ley de la política argentina: cuando el no peronismo sindica su representación en un candidato plausible, arrincona al peronismo y puede llegar a ganarle, como ocurrió en 1983 y 1999. Cuando eso no ocurre, el voto peronista amplía sus márgenes. Ocurrió en 2007, cuando parte del radicalismo se alió al peronismo en la fórmula Cristina-Cobos, o en 2011, cuando la opción que ahora amenaza al peronismo en el balotaje –la tira Reutemann, Macri, Massa, De Narváez– dejó a un tercio de la opinión del país fuera de la grilla electoral. El voto moderado que representa ese club se quedó en aquel año sin candidatos y eso explica el número récord de Cristina de Kirchner: 54,12 por ciento de los votos.

Esa constante explica los buenos resultados del no peronismo de las legislativas de 2009 y 2013 y también la escalada de Cambiemos del domingo 25. Modificarla no está al alcance del marketing, ni de las piruetas que puedan hacer los candidatos que explotan la imaginación y las virtualidades del negocio electoral, de las cuales es muestra el Massa de estas horas, que habla y propone como si no hubiera salido tercero y como si hubiera entrado en el balotaje. Conmovedor su entusiasmo en esa carrera en la cinta de gimnasio que no lleva a ningún lado.

Campaña bis

La campaña que comenzó en la noche del domingo 25 se arma en estas horas, en que los candidatos se toman un respiro hasta que pase la tormenta. Scioli deja que festeje la oposición colgada del alambrado. En sus comandos se ilusionan con que iban ganando 2 a 0, les han metido el gol del descuento y tienen que dejar que baje la espuma del festejo.

En lo de Macri –que se tomó sabiamente unos días fuera del escenario– ven con melancolía las evoluciones de Massa proponiendo nombres y consignas que su fuerza no admitirá, como la presencia de ex funcionarios de la primera línea kirchnerista o las leyes de derribo o de militarización antinarco. Pero el cacique del PRO sabe que por ahora tiene que hacer la plancha porque la campaña, hasta nuevo aviso, se la van a hacer los otros.

La única verdad

El punto de partida de esa campaña es la foto del domingo 25 en la que los candidatos han logrado todo lo que pueden con lo que tienen. Ni Scioli tiene todo el electorado del peronismo plus (pejotistas más disidentes tenues) ni Macri tiene a toda la oposición. Con lo que son y lo que tienen no podrían haber tenido un resultado mejor, que además es sincero con la realidad, es lo que da el país, enojarse contra eso es fatal porque son los votantes, estúpido.

La estrategia de los dos para la primera vuelta fue eficaz para intentar el objetivo que perseguían: Scioli –que es el peronismo que gobierna e ilusionarse con otra cosa es una tontería– se abrazó a los gobernadores y buscaba ganar en primera vuelta. No lo logró, pero se impuso en la elección. Macri se abrazó al radicalismo sociológico y buscaba entrar en el balotaje; lo consiguió.

En el camino

Con esos tantos tienen que armar el camino al 22 de noviembre.

Los dos tienen la desventaja de que van a la elección sin apoyos territoriales que se jueguen el pellejo. En el FpV y en Cambiemos ocurre lo mismo que en 2003: los que ganaron en la primera vuelta no quieren perder el 22 de noviembre. Lo que tienen que asegurar a gobernadores e intendentes, tanto Scioli como Macri, es que son una chance ganadora. Eso corre para los dos, que juegan una carrera de regularidad, en la que hay que llegar a determinada etapa ni antes ni después.

En cuanto a apoyos territoriales, Scioli tiene ventajas por el cierre con los gobernadores que se ratificó el jueves pasado en Tucumán. Para Macri, haberse pegado al radicalismo sociológico fue clave. Y entre los logros, haberlo conservado entre las Paso y la primera vuelta, apagando la aspiradora de radicales testimoniales que amenazaba ser Margarita Stolbizer. La piedra angular es haberse validado a través del radicalismo como un candidato competitivo. El ISO 9000 se lo dio Elisa Carrió, que asoma siempre, tras los hechos, como una estratega de las fuerzas que moviliza.

La ventaja de Macri es el gigantesco morral que es María Eugenia Vidal, ya gobernadora de Buenos Aires. En ese distrito están los votos peronistas que apoyaron al massismo. Para traerlos a su corral, tiene una formidable cantidad de cargos y posiciones del gobierno futuro del distrito. Puede prometer obras, cargos públicos de todos los niveles. Ella ya ganó, incluso puede empezar a pagar desde ahora.

Puertas golpeadas

Algunos massistas hacen cola frente a ventanillas como la de Ramón Puerta. El ex presidente fue socio de Macri y peleó hasta 2013 para que los peronistas disidentes se le sumasen. Se quedó del lado massista cuando Macri repudió ese acercamiento para privilegiar al radicalismo. Pero nunca cortó vínculos, y ahora su ventanilla tiene la luz encendida porque puede ser una vía de negociación para el balotaje. Hasta ahora, está cerrada y tiene un letrero: “Traiga cambio”.

Voto a voto

Esa ventaja la tiene que crear Scioli en el resto del país, en donde el peronismo domina el territorio, y en el gobierno nacional, con la restricción de que es una promesa condicionada a ganar la elección. Tiene que compensar ese diferencial. La búsqueda de esos votos es hombre a hombre, por encima o por debajo de los dirigentes. En la elección del domingo se comprobó que los caciques de la política han perdido el control de los votantes. El público ha desarrollado ya un olfato más fino que el de los dirigentes y elige su menú sin esperar a que se lo indiquen. Lo prueba el crecimiento del corte de boletas. En Buenos Aires, parecían haber venido cortadas desde la imprenta.

Los candidatos tendrán que hacer desde ahora una campaña vecinal de persuasión directa de los votantes, que sacudieron a toda la dirigencia. Ganó Scioli, pero perdieron el presidente del partido, Eduardo Fellner (en la reelección como gobernador de Jujuy), y el presidente de la Junta Electoral del partido en Buenos Aires (Hugo Curto, que no pudo seguir como intendente de Tres de Febrero).

En el PRO no les fue mejor a los caciques, aunque el buen número de Macri amortigua el golpe: el presidente nacional de ese partido, Humberto Schiavoni, perdió como diputado nacional por Misiones y no entrará al Congreso.

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