Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Sobre las 10 plagas de Egipto, profetas no escuchados y espejismos en el desierto

Esta semana nos hemos sentido conmovidos por la brutalidad de las inundaciones en Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, y la pandemia ya superó los 190 millones de casos. Pareciera que no es casualidad, y que las catástrofes anunciadas por científicos, cual profetas, se están cumpliendo


Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

Algunas noches atrás, buscando qué ver en la famosa plataforma de contenidos digitales Netflix, retomé una serie de documentales, cortos y explicativos, que abordan distintos aspectos de la actualidad. La serie se llama “En pocas palabras” y va ya por la tercera temporada. Me llamó la atención que uno de los episodios, realizado en 2019, se titulara “Pandemias”. ¿Acaso alguien había previsto la pesadilla actual? Pues sí, y fueron varios: científicos, investigadores, médicos, además del omnipresente Bill Gates, quien, entrevistado para la ocasión, no dejó de alertar sobre la cercanía de una catástrofe mundial, ocurrida en efecto pocos meses después. ¿Las razones? Varias: facilidad de movimientos, traslados que implican enormes distancias en pocas horas, contactos estrechos en lugares cerrados con desconocidos, y más. Pero la cuestión fundamental es otra: el uso intensivo y el manejo en condiciones deplorables de la carne animal destinada a consumo humano. Aparentemente, hoy por hoy los seres humanos comemos más carne que nunca antes en la historia, y la falta de higiene, el hacinamiento y el procesamiento inadecuado en grandes mercados al aire libre (como los que abundan en China) permiten un hecho inédito: que los virus cómodamente alojados en los animales se trasladen a las personas, generando serios riesgos para la salud. De esta manera conocimos ya la gripe aviar, la porcina, distintos tipos de coronavirus, y parece que la lista continúa.

Por otra parte, esta semana todos nos hemos sentido conmovidos por la brutalidad de las inundaciones ocurridas en Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Aún conmocionada por la mayor catástrofe natural en la historia reciente del país, la canciller Angela Merkel visitó el pueblo de Schuld, no lejos de Bonn, donde el río Ahr, transformado en un torrente furioso, destruyó parte del centro histórico. Allí afirmó: “El idioma alemán tiene problemas para encontrar las palabras que describan esta devastación”, definiéndola como “surrealista”. Mientras la televisión mostraba las tristes imágenes de casas, edificios y coches cubiertos de barro, los expertos científicos decían que el desastre era una consecuencia del calentamiento climático. Y la canciller germana sumó su voz pidiendo que se haga un “gran esfuerzo” para acelerar las políticas necesarias que reviertan la situación.

A pesar de todo ello, una reciente advertencia de la Agencia Internacional de Energía (AIE) indica que las emisiones contaminantes mundiales alcanzarán un nuevo récord en 2023, debido a la insuficiencia de planes de recuperación económica pospandémicos que incluyan el uso de energías renovables. Según un estudio realizado por esta organización, los Estados occidentales invirtieron grandes cantidades de dinero público –unos 16 billones de dólares– para sostener sus economías durante la pandemia; pero solo el 2% de estos recursos se destinaron a energías renovables, la mayor parte se usó para implementar medidas sanitarias y de apoyo a empresas y familias. Por este motivo, “teniendo en cuenta las previsiones actuales de gasto público, las emisiones de dióxido de carbono siguen una trayectoria que las llevará a niveles récord en 2023 y seguirán creciendo los años siguientes”, afirmó el director de la Agencia, Fatih Birol. Y remarcó: “Los gobiernos aún deben convertir sus palabras en hechos”. La tendencia es particularmente alarmante en los países en desarrollo y emergentes, donde, por ejemplo, el aumento de la demanda eléctrica halla su respuesta en el carbón antes que en la energía solar y eólica. Estas regiones registran apenas el 20% de las inversiones necesarias para reducir sus emisiones, según el informe. De esta manera, “muchos países pierden también oportunidades que podrían obtener del desarrollo de las energías limpias: crecimiento, empleos, y despliegue de industrias energéticas del futuro”, según Birol.

En definitiva, pareciera que nada es casualidad, y que las catástrofes anunciadas por los científicos, cual profetas gritando en el desierto, se están cumpliendo. En esta semana el mundo superó los 190 millones de casos de infección por el coronavirus Sars-CoV-2, según confirmó el domingo la Universidad Johns Hopkins, que realiza el seguimiento continuo de la pandemia. Tal lo consignado en su sitio web, había al momento de escribir esta crónica 190.015.428 casos de infección por el nuevo coronavirus a escala global, con más de cuatro millones de fallecidos. Esto significa que el mundo tardó menos de un mes en agregar diez millones de casos al balance de la pandemia. Y esto se debe a la expansión de la variante Delta, detectada por primera vez en India, y mucho más contagiosa que la cepa original. La situación se complica, además, por la resistencia de una parte de la población a vacunarse, por lo cual varios países europeos están pensando en imitar la decisión del presidente de Francia, Emmanuel Macron, que estableció la obligación de un “pasaporte sanitario” para acceder a bares, restaurantes o cines, o viajar en trenes y aviones. De esta manera consiguió que más de 2 millones de personas se inscribieran para vacunarse, en sólo un par de días. “Esta vez se quedan en casa ustedes, no nosotros”, fue la frase más resonante del discurso del mandatario galo, que logró una inscripción masiva de ciudadanos para vacunarse, en medio del alerta en el país ya por una “cuarta ola” de contagios.

Si hay algo que parece haber dejado en claro esta pandemia es la falta de liderazgo y habilidades políticas de las autoridades mundiales: casi ningún gobierno estuvo a la altura de las circunstancias. Y esto se sigue evidenciando en el poco esfuerzo realizado para retrotraer inversiones que ponen en peligro la salud del planeta y de cada uno de sus habitantes. Pareciera que es más sencillo cerrar los ojos, ceder a las presiones de los conglomerados internacionales, los dueños del petróleo, las multinacionales y los poderosos de turno que adulan con sonidos sibilantes los oídos y bolsillos de quienes deben tomar decisiones. Ayer, todo el mundo pudo ver las imágenes de Jeff Bezos realizando un turístico viaje espacial. Dentro de poco veremos la foto de su nueva mansión en la Luna, Marte o Saturno. Lástima que tendrá muy poca compañía. Lástima que su nuevo hogar no contará con la vista de los majestuosos lagos, montañas y valles terrestres. Lástima que en el universo de los inmensamente ricos no haya lugar para todos, sino sólo para los pocos elegidos sin memoria, dispuestos a atravesar el Mar Rojo y habitar el desierto creyendo, en un ridículo espejismo, que se trata de la tierra prometida.

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