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Sobre la educación sexual infantil

Por: José Alejandro Silbertein

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La educación sexual es un tema relevante en nuestra sociedad. Quizás el factor más importante para que eso ocurra haya sido el flagelo del Sida que, como un jinete apocalíptico, avanza sobre los países subdesarrollados, emergentes y desarrollados.

Pero como todas las cosas que realmente importan (la sexualidad es una de ellas) es probable que cualquier otra de las facetas que ofrece hubiera generado una situación de características similares porque el tema en sí mismo fue, es y seguirá siendo motivo de discusiones ríspidas entre los detractores y defensores de la educación sexual.

¿Qué significa “educación sexual”? Sugiero que se trata de una terminología imprecisa y, además, provocativa. La polémica entre “progres” y “conservadores”, defensores y enemigos carece de sentido si primero no se aclara de qué se está hablando.

Una definición de “educación sexual” tiene lugar en el campo de las ciencias y es patrimonio de la biología, materia que, por otra parte, se dicta en todas las escuelas. Así pues, la enseñanza de la genética, anatomía y fisiología de los órganos de la reproducción no ofrecen mayores resistencias. Esta aproximación tiene (o al menos debería tener) un fin informativo.

Pero esta aproximación es la que menos importancia tiene porque la mención de educación sexual de hecho hace referencia a la conducta sexual humana. Esto complica el panorama debido a que toda conducta tiene lugar en un campo de valores con lo cual se produce un pasaje del dominio de lo científico al territorio de lo ético y lo político, y es aquí donde la cuestión se torna complicada, ya que los límites entre el discurso científico (cuya misión es la explicación de los hechos) y el discurso moral (cuyo objetivo es la justificación las acciones provocando estados de ánimo) quedan totalmente desdibujados. El resultado es la moralización del discurso científico. Por lo tanto estamos frente a un antídoto ante la responsabilidad individual y la culpa.

La no distinción entre ambas funciones del lenguaje (científico y moral) es una fuente promotora de choques y conflictos porque aquello que se transmite no tiene como objetivo la información sino la formación. No existe la educación sexual a-ideológica. El sexólogo (nos guste o no nos guste) es un La educación sexual se aprende, no se enseña. agente moral que siempre tocará algunos de los valores más intensamente defendidos por aquellos a los que intentará “educar”.

Por otra parte, todo aquel que forme parte del “mundo psi” sabe que el desarrollo de la sexualidad es un proceso arduo y complejo, siempre influenciado por la actividad mental inconsciente y que, además, se trata de una secuencia regular de estadíos, cada uno con sus vulnerabilidades y oportunidades que comienzan con el destete y terminan con la autonomía. Durante ese proceso se adquieren habilidades instrumentales (en un interjuego con el ambiente).

Esto ha sido uno de los grandes aportes de Freud a la humanidad y sigue teniendo una plena vigencia, aunque muchas veces se ha equiparado a la fase genital de una manera literal y concreta, ya que cuando se habla de estadío genital en realidad se está definiendo al estadío fálico. La etapa genital corresponde a la autonomía, la confianza en sí mismo, el reconocimiento (y respeto) por las diferencias. En otras palabras no es sino sinónimo de la sexualidad adulta y del amor maduro.

De todo lo expuesto se pueden extraer conclusiones interesantes: por empezar la evolución sexual es un proceso complejo y personal, lleno de vicisitudes que no todos pueden alcanzar. Cuando se logra es a través de un esfuerzo como requiere ser un buen marido, un buen profesional, o adquirir el registro de conductor en un país desarrollado.

La segunda conclusión tiene que ver con lo siguiente: así como la famosa y difundida frase “hallarse a uno mismo” es una falacia, porque uno no se encuentra sino que se construye en un devenir constante, tampoco se puede vivir una vida ajena debido a la singularidad y unicidad del ser humano.

Esto implica aceptar los propios tiempos, momentos y la propia manera de aprender las cosas. La relación enseñanza y aprendizaje no es tan lineal como quisiéramos. Existen muchas cosas en la vida –la sexualidad entre ellas– que no pueden ser enseñadas sino
aprendidas. Decirle a alguien cómo conducirse sexualmente es inconsistente con la posibilidad del desarrollo (potencial) de su propia conducta sexual.

Por ende la educación sexual no sólo no constituye la panacea académica sino que presenta el riesgo de la tergiversación del mensaje. El vocabulario utilizado con una jerga técnica puede ser fácilmente decodificado en términos de pornográfico.

Finalmente, quiero destacar que las vicisitudes a las que hice referencia son las denominadas crisis que son cesuras o brechas que se atraviesan durante el ciclo vital. Y quizás sea en la crisis de la edad media de la vida donde la sexualidad infantil puede manifestarse en todo un esplendor patético. Pero, como diría Rudyard Kipling, esa es otra historia. Hasta la próxima. Buenos días, buena suerte.

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