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Aire Libre, sobre la degradación del deseo

La cuarta película de Anahí Berneri describe la crisis sentimental de una pareja con un hijo detallando la insatisfacción que lima sus inquietudes amorosas y los sitúa en un lugar de riesgo con inesperadas derivaciones.


Aire libre es la cuarta película de Anahí Berneri, una directora que se hizo visible tras Un año sin amor (2005) cuando ya la ola de lo que algunos llamaron “nuevo cine argentino” –modelo que no fue otra cosa que agrupar la tendencia casi excluyente de apartarse de las formas más convencionales de contar una historia–, comenzaba a entrar en un cono de sombras.

Se trató de un film cuyo registro hacía honor a la temática y se codeaba un poco con aquello que la literatura llamó realismo sucio en el marco de una narrativa más bien clásica. Berneri hizo luego dos películas más donde, si bien se delineaban otras preocupaciones, comenzaba a surtirse de una voz propia, en el esquema de esa misma forma narrativa, con la que indagaba problemáticas como el paso de los años en una otrora belleza (Encarnación, 2007)  o la crisis de divorcio, que desencaja y hace tambalear, provocando riesgos impensados (Por tu culpa, 2010). Historias atendibles, por cierto, y contadas con despojo, con más silencios que palabras, con inquietas cámaras en mano y encuadres que exponían a los actores a optimizar sus recursos por sobre lo marcado. Fueron films que, si se quiere, ofrecían una plataforma desde donde ampliar la búsqueda para futuros relatos y ponían alguna atención sobre la realizadora a la hora de un nuevo emprendimiento.

Ese emprendimiento ya tiene forma de film y se llama Aire libre, y por lo que puede verse en él, Berneri parece hallarse cómoda en su práctica narrativa al punto de no estar interesada en buscar otros cauces, aun, claro, dentro de sus elecciones estéticas y formales.

Aire libre narra una crisis sentimental de una joven pareja –ella bastante más joven que él– que irá degradándose, otra vez, como en Por tu culpa, hacia derivaciones jamás previstas. La pareja tiene un hijo al que quieren pero descuidan sumidos en sus propias interioridades y en el malestar que los envuelve; no pueden con el sexo y los afectos aparecen cada vez más cruzados. No hay espacio posible, ni físico ni ideal, donde ellos puedan constituirse en la razón y los diálogos resultan necios y caprichosos. La insatisfacción limó sus inquietudes amorosas y productivas y en el medio el niño acusa esas detracciones con curiosidad y desazón.

La línea en disputa es el nada edificante ocultamiento de una toma de decisiones que dé un corte a esa carga que cada vez se vuelve más dramática. Los momentos en que la pareja vuelca sus incomodidades están planteados al azar y suelen sostener una encomiable tensión aunque, las más de las veces, esa tensión no resulte en equilibrio con el potencial dramático que parece desplegar. Es como si se apagara para volver a comenzar –y eso no significa que tal cosa no pueda ocurrir, es decir, parejas a punto de clavarse un cuchillo que el día después lo olvidan– sin solución de continuidad, aspecto que finalmente atenta contra una disposición más entusiasta de los elementos dramáticos/trágicos en juego. Hay una permanencia de la puja entre los oponentes que en algún momento deja de ofrecer nuevas aristas y, es de esperar, los relatos deben abocarse, cuando menos, a buscar esas aristas.

El aire libre del título alude a esas remisiones utópicas que florecen cuando las relaciones sentimentales van opacándose sin remedio; siempre será posible pensar en otro espacio físico donde, por arte de la naturaleza en este caso, la paz vuelva por sus propios medios y el deseo resplandezca luego de tanta oscuridad. Ese lugar es una casa en un suburbio del Gran Buenos Aires, muy deteriorada pero rodeada de una profusa vegetación y con una gran pileta incluida, y que, arquitectos como ambos son, ellos podrán reciclar y adaptar a un costo aceptable y estar así al “aire libre”. De todos modos, esta posibilidad nunca tiene el sustento suficiente para aplazar reproches y tiránicos procederes, lo único que los acerca ahora. Por lo tanto, no está demasiado claro para la acción de la trama lo que ese lugar guarda como expectativa. O, en todo caso, no está lo suficientemente acentuado. Ante la probable mudanza, la pareja encuentra excusas para estar morando en diferentes lugares; ella en la casa de su madre –una muy sorprendente Fabiana Cantilo–, él intentando distraerse con algunos negocios relacionados con la noche y los boliches; el niño deambulando de un lado a otro mientras sus padres se pasan factura sobre quién está más ocupado y, justamente, sin mucho tiempo para ese niño. No hay violencia de género explícita en Aire libre pero sí intenciones que por momentos alcanzan a manifestarse parcialmente, todo, claro, en esa nebulosa que adquiere el estado letárgico de esa pareja en proceso de desintegración donde la infidelidad toca la puerta en distintos grados. Lugares diferentes y diferentes apetencias para cada uno pero que nunca quedan muy definidas, no tanto en su concreción como en su carácter. ¿Qué pasa realmente con esa chica que el marido lleva en su moto en un amanecer por las calles porteñas; qué pasa con la mujer de un obrero accidentado en una obra que él conduce y a la que visita en una suerte de obsesión por esencia indeterminada?, ¿qué pasa con ella y el amigo de su hermano que otro amanecer, y solos en la casa que la pareja irá a acondicionar, le roba un beso y baja con su boca a su entrepierna? Lo que en el cine está elidido –un recurso muy rico y de gran potencia– debe precisar cierta coherencia con su articulación, de otra forma se vuelve insuficiente y poco agrega al desarrollo de la trama.

Con todo, hay que señalar que Aire libre se deja ver por esa detallada exposición de malestares, mucho de los cuales cobran formas vergonzosas; por la puesta de esas subjetividades impermeables al sentido de la preservación de algo de lo más intenso que construyeron, el hijo, y, ya heridas en lo más profundo de sus estructuras, irrecuperables. Pero lo que mejor tiene el cine es la búsqueda, y cuando sólo se amarra a la descripción, lo que subyace no alcanza para generar suficientes interrogantes y la sensación termina siendo la de que algo falta.

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