Ciudad

Lo que está al lado y no se ve

Soberanía alimentaria: plantas nativas que nutren y sanan versus frutos del desmonte que desnutren

Maximiliano Leo empezó a compartir conocimientos en Rosario y desde hace siete años sigue en Puerto Gaboto. La propuesta: volver a conocer y a comer del monte, aprender de la naturaleza y potenciar producciones y consumos respetuosos del ambiente y de quienes lo habitan


Maximiliano Leo es rosarino, docente, amante de la naturaleza y desde hace siete años reside en Puerto Gaboto. Se preocupó desde chico por conocer el suelo que pisaba y ahora comparte sus conocimientos con quienes tengan la misma curiosidad. Empezó con recorridos en las islas frente a Rosario y después actualizó la experiencia en la zona donde decidió vivir para alejarse de contaminaciones varias. Su meta es aportar a la soberanía alimentaria: el derecho de cada pueblo, comunidad o país a definir políticas agrícolas, pastoriles, laborales, de pesca y hábitos alimentarios con estrategias ecológicas que respeten el ambiente y lo preserven con criterios sociales, económicos y culturales apropiadas a sus necesidades y deseos.

“Es construir un territorio, aprender qué hay debajo de los pies, lo que se tapó con cemento y asfalto”, explica Leo a El Ciudadano y enfatiza en que cada provincia debe dar a conocer su entorno.

En sus comienzos iba a la isla y aprendió de los isleros. Se sentaba horas con ellos. Lo mismo hizo años más tarde con la gente del campo. Escucha, aprende y comparte esa construcción de conocimiento que no suele estar en los libros. “Desde chico, siempre tuve interés por la naturaleza, siempre viví en la zona norte de la ciudad, mis recuerdos de chiquito son las horas al aire libre y los días en las sierras de Córdoba”, cuenta.

“De la época en que me empezaron a dejar ir solo al río, cuando no había tanto tráfico náutico, recuerdo que uno cruzaba y tenía amigos isleros. Cuando se hacían campamentos, siempre cerca de un rancho. Ahora no es así, uno acampa lejos, en su burbuja social, y se rompió el contacto con la gente de la tierra”. Maximiliano tiene 42 años y sus recuerdos, casi 30.

Recorridos

El próximo sábado 3 de abril habrá un recorrido en Oliveros. La propuesta es salir a caminar por el paisaje, reconocer las plantas silvestres. En esta ocasión, la actividad tiene además el objetivo de colaborar con una familia campesina de Oliveros que se dedica a criar caballos en forma respetuosa, a vincularse con ellos, no montarlos, enfatiza Maximiliano. “Lo repartimos tipo cooperativo, a ellos se les cortó mucho el trabajo y además estamos generando juntos un vivero de plantas nativas, para lo cual estuvimos juntando semillas”, dijo.

“Cuando me invitan, hago los recorridos. Me cuesta la organización, por eso hacemos trabajos cooperativos, que nos sirvan a todos”, explicó. Además, y “de onda”, Maxi participa en agrupaciones ambientales. “Desde años milito en el tema de la problemática de construir un territorio en función del ecosistema en que se esté, sea el arroyo Ludueña, una plaza o las islas”, resume.

Maximiliano, como casi todos, se acomodó a las lógicas que impuso la pandemia y le buscó la vuelta: habilitó un canal en YouTube para compartir sus conocimientos, como antes había hecho en blogs y cuentas en otras redes sociales.

La tierra, las plantas, el alimento

“La libertad que te da la tierra es muy distinta a la que se vive en el patriarcado del sistema en que tu tiempo pertenece a otra persona, a un jefe. Acá, el trabajo está vinculado con la tierra, y vos tenés que estar disponible, no obligado. La tierra tiene sus ciclos y hay que respetarlos. No hay un tiempo planeado”, compara con la vida “urbana”.

“Hay muchísimas plantas cerca de uno, en la costa del río, en una plaza, en un baldío. Los yuyos amargos son los más importantes. La tradición del vermú, por ejemplo, antes de comer un asado, es para ir preparando el sistema digestivo, las plantas amargas son las que más buscamos en los talleres”, ofrece como muestra de lo que es posible aprender.

“Bardana, altamisa, carqueja, son las más conocidas”, enumera y aclara: “Yo no hago medicina, enseño a nutrirse con lo que te da la tierra. Además, el trabajo alopático –medicina “occidental”– tapa el problema, no lo soluciona. Acá la propuesta es acercarnos al monte a través de la nutrición”.

Maximiliano sigue con los ejemplos. En el parque Urquiza, dice, hay chañares, cuyos frutos son muy nutritivos, y con ellos se puede hacer arrope. En la plaza del Che Guevara, agrega, hay algarrobos para hacer harinas, café, arropes o  bebidas alcohólicas, sin agotar la lista.

Continúa, para desandar el desconocimiento de los vecinos sobre lo que tienen a un paso. En La Florida, menciona, sobre el muelle de Costa Alta, hay una planta que se denomina niño rupá o palo amarillo, que es un antidepresivo. Y en avenida Alberdi, en los canteros centrales, sobre el pavimento, se puede encontrar una planta rastrera: unas rosetitas que se adaptan al cemento. Es la yerba del pollo, muy nutritivas, de la familia de los amarantos.

En esta estación del año, otoño, en las islas abundan los camalotes. Con sus hojas se pueden hacer tartas o empanadas. “Lo importante es cortar la parte aérea, no usar lo que está en contacto con el agua”, explica por las dudas.

“En la ciudad recomendamos juntar plantas después de las lluvias, para limpiar. Se secan bien a la sombra, se guardan y conservan por un año sin perder sus sabores, su olor y sus propiedades. La propuesta nuestra es reconocer las plantas. Con una técnica mapuche se puede acceder a sus propiedades organolépticas y los alcaloides tóxicos, saber cómo trabaja esa planta en el cuerpo, cómo lo nutre”.

 

El desmonte que desnutre

Para Maximiliano, los argentinos que comen los frutos surgidos del desmonte están desnutridos. “Los alimentos vienen viejos, se siembran a mucha distancia, tienen aditivos, conservantes, y todo eso va en desmedro de las funciones nutricionales de las plantas. La tierra está fertilizada con nitrógeno, fósforo y potasio, son siempre los mismos nutrientes fertilizantes primarios. Decimos que comemos espinaca porque tiene hierro y no lo tiene, se agotó esa propiedad. Estamos hiperdesnutridos, es por ello que hay que buscar proyectos campesinos locales que cuidan las plantas que se nutren de ese suelo y ese entorno”.

“A los alimentos que vienen envasados y tienen código de barras yo les digo código de barrotes. Todos tienen nutrientes sintéticos, te venden un paquete con agregados de nutrición. La diferencia de comer del desmonte y del monte es que en el segundo caso no te enfermás nunca más”, afirma.

 

En Rosario

Maxi recuerda que en Rosario las chicas de Poroto Santo enseñan a nutrirse través de lo que da la tierra. Están en Fisherton, aclara.

En el Mercado del Patio, añade, se encuentra Laura Blaconá con la propuesta de Suelo Común. “Pagás más por un alimento, pero sabés que estás ayudando a que la gente no emigre del campo a la ciudad y a que cuide la tierra”, argumentó en favor del consumo de alimentos sin agroquímicos.

Comentarios