24 Años

Narrativas de violencia política

Sin manuales pero con sumarios y conversaciones


Apenas se cumplió un mes del atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Ante la contundencia de un arma cargada y apuntada a centímetros de su rostro, hubo  repudios. También sospechas. Hubo, desde entonces, una ola de acusaciones en un intento por encontrar una explicación lineal, suficiente y sencilla de por qué pasó lo que pasó. Así, la arena pública –física y virtual– se superpobló de enunciados que incluyeron esta expresión: discursos de odio.

De tanto repetirlo, una categoría que en el ámbito académico –y en algunos casos puntuales, judicial– puede ser útil para estudiar fenómenos sociales, corre el riesgo de volverse estéril. Al menos así lo entiende la periodista y docente Mariana Moyano en su podcast “Anaconda con Memoria”.

Para eso intenta despejar algunas ideas. Señala que no se trata de algo que dice un individuo o sector (o medio de comunicación) en particular, sino que se trata de una narrativa, de una gramática política, de una construcción o práctica social que tiene sus reglas y lógica interna. Que es preciso estudiar y desanudar, más que ir a tribunales o impulsar leyes.

El sumario como herramienta

En general, la redacción de un diario vive en la urgencia. No hablo del clima de ese espacio físico repleto de escritorios y computadoras y personas que hablan y escriben al mismo tiempo. Hablo de los temas que hay que atender. Muchas veces los sumarios –listado de temas y posibles notas– que armamos los periodistas quedan supeditados a la arrolladora cantidad de noticias diarias.

El sumario es esa herramienta que tenemos a mano para tocar los temas que nos interesan y que creemos que pueden llegar a interesar a los lectores. Una instancia que nos puede dar la oportunidad de profundizar un tema que actualizamos con frecuencia o contar una historia que no es conocida o hablar de algo de lo que no se esté hablando.

En el diario El Ciudadano, después de dos años de pandemia, volvimos a la presencialidad. Eso permitió retomar, de la mejor manera, los sumarios. Que no se malinterprete, cada uno seguía teniendo el suyo pero el “cara a cara” trajo de vuelta un ejercicio que en esta cooperativa nos interesa: pensar la edición de las notas desde el momento en que se idean hasta llegar a la versión final antes de su publicación. El flujo de las conversaciones que se dan en este lugar hace que emerjan temas o miradas que de otra manera no encontrarían su curso.

Nuestra vuelta a la presencialidad coincide con un recrudecimiento de la violencia en la escena política. Probablemente esto último viene desde hace tiempo pero con la imagen del arma apuntando contra la cara de quien fue dos veces presidenta del país vimos de forma más cabal un fenómeno que ahora nos parece urgente.

Apenas se cumplió un mes de este atentado y de la viralización de acusaciones o explicaciones que tienen su fundamento en los discursos de odio. El lenguaje de las redes, donde más circularon, no habilita muchas argumentaciones más allá de su enunciado.

Los medios han sido objeto de estas acusaciones. Y sí, los medios pueden permitir que circulen mensajes que habría que debatir si son pertinentes o no de publicación, si son peligrosos, si habilitan más violencia. Y aunque los medios son parte de la radicalización de los discursos a la que asistimos en el último tiempo, vale decir que no son los únicos actores en juego. De todos modos, aquí la inquietud es por lo que podemos o queremos hacer desde nuestro lugar de periodistas.

Tiempos de cambios rotundos

El Ciudadano cumple 24 años de publicaciones diarias en papel y por lo menos 15 en digital. Es testigo y narrador de recurrentes crisis económicas y sociales, de cambios de gestión así como de paradigmas. De transformaciones radicales en el modo de obtener y publicar información, por lo tanto de cambios rotundos en los modos de hacer nuestro trabajo.

Nos toca este contexto, seguramente tan punzante o inquietante como otros. Pero con la singularidad propia de cualquier época que no permite ninguna herramienta o perspectiva a modo de envase, ningún anteojo predeterminado para observar esta realidad. No tenemos un manual para resolver cómo narrar este momento tan complejo –que por momentos, me atrevo a decir, asusta–. No tenemos manuales pero tenemos otra cosa: sumarios y conversaciones. Ojalá que por mucho tiempo.

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