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Investigadores de Santa Fe

Silobolsas y herbicidas en cóctel peligroso: demostraron que genera graves efectos ambientales

Científicos del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral expusieron cómo se potencia la toxicidad del glifosato y el glufosinato de amonio cuando se dispersan a través de los microplásticos en los que se degradan los famosos chorizos para acopio de granos. Estudiaron los daños en anfibios


Foto: gentileza Rafael Lajmanovich (UNL-Conicet).

Claudio de Moya/El Ciudadano

Argentina es el país que más glifosato utiliza por habitante y por hectárea en el mundo. Lo que está bajo la lupa es la amenaza para la salud humana y animal de ese y otros agroquímicos como sustancias activas, pero también cuánto riesgo generan al combinarse con otros compuestos en sus fórmulas comerciales mantenidas en secreto, y los de tales cócteles cuando interactúan con otros elementos.

Investigadores de la Universidad Nacional del Litoral que desde hace dos décadas trabajan esos temas publicaron un estudio sobre cómo se potencia el efecto nocivo de dos herbicidas cuando entran en contacto con los silobolsas, dispositivos de almacenamiento agrícola que se extendieron localmente como en ningún otro lugar. Usaron como “blanco” renacuajos de anfibios anuros (ranas y sapos), especies consideradas indicadoras sensibles de contaminación ambiental. Comprobaron que la agresión tóxica del glifosato y, peor, del glufosinato de amonio, se incrementan cuando terminan en el ambiente unidos a los microplásticos en que se deterioran los “chorizos” para acopio.

Los microplásticos son pequeñas piezas de plástico que contaminan el medio ambiente. No hay consenso absoluto sobre el tamaño para definirlos, pero la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (Noaa) lo establece en menos de 5 milímetros de diámetro. Su particularidad es la gran facilidad con la que se esparcen en suelo, atmósfera y sobre todo en ambientes marinos y fluviales.

Hay numerosos estudios, varios de ellos en Santa Fe, que constataron sus efectos dañinos cuando invaden los hábitats de especies acuáticas y aves, además de otros animales. Tanto por su pequeño tamaño, que permite ser ingerido incorporándolos a las cadenas alimentarias, como por su composición química y su resistencia a la degradación. Si, además, están contaminados con agrotóxicos, los perjuicios escalan porque se produce una sinergia de impactos.

“Pudimos demostrar interacciones químicas muy fuertes entre estos herbicidas y los microplásticos que se reflejan en toxicidades sinérgicas, o sea potenciadas”, explicó a El Ciudadano Rafael Lajmanovich, doctor en ciencias naturales especializado en biodiversidad, docente de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) e investigador del Conicet.

Investigación sobre efectos ambientales de agrotóxicos y silobolsas by Claudio de Moya on Scribd

Lajmanovich encabezó el equipo que investigó la interacción de silobolsas y herbicidas desde el Laboratorio de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica de la UNL y resume las conclusiones: “En combinación, los microplásticos y los herbicidas, en especial el glufosinato de amonio, producen mayor mortalidad y efectos metabólicos” en los anfibios analizados.

La secuencia comienza con la facilidad con la que los herbicidas presentes en los granos permanecen en el plástico de las silobolsas, con el que establecen uniones moleculares firmes. Al degradarse esos envases en microplásticos tras su único uso, se esparcen junto a la carga tóxica con facilidad en el medio ambiente –en particular los humedales– debido a su bajo tamaño y peso, impulsados por el viento o las lluvias. Y así viajan los agroquímicos durante más tiempo y a distancias mayores.

El glifosato y el glufosinato de amonio son neurotóxicos, disruptores hormonales y genotóxicos. Más el segundo, que a paso acelerado reemplaza al primero por su mayor espectro de acción y un poder biocida 500 veces superior capaz de atacar malezas que se fueron tornando resistentes al producto desarrollado por Monsanto. Además, su volumen se incrementará si finalmente es aprobado el polémico trigo transgénico HB4 desarrollado en la Argentina por la empresa nacional Bioceres junto a la multinacional francesa Florimond Desprez y los trabajos de investigadores del propio Conicet.

En los renacuajos estudiados, los científicos de la UNL pudieron comprobar dificultades para el desplazamiento y la natación, con lo cual son presas más expuestas a sus predadores y se les complica el acceso al alimento. La genotoxicidad, a la vez, induce a que los daños se inscriban en el ADN de los especímenes y sean potencialmente heredados por las generaciones siguientes. Además de estos efectos, detectaron cambios enzimáticos relevantes.

Los organismos de prueba modelo de la investigación fueron renacuajos de la especie scinax squalirostris, una rana presente en el oeste, sur y sureste de Brasil, el sur de Uruguay y Paraguay, noreste de Argentina y este de Bolivia. Habita bosques, pastizales y ecosistemas agrícolas, y utiliza estanques aledaños a cultivos como la soja. Es lógico inferir que los efectos observados alcanzan a otras especies. Es que los anfibios son claves en los ecosistemas por tener un doble ciclo de vida (acuático-terrestre), por lo que son relevantes en esos dos ambientes. Y de adultos, son controladores de plagas perjudiciales para los cultivos o transmisoras de enfermedades, por lo que la amenaza a la que son sometidos por el modelo de producción agrícola imperante resulta, encima, un tiro por la culata.

 

Silobolsas, casi como el dulce de leche, pero nada inocuos
Rafael Lajmanovich con desechos de silobolsas (foto del investigador).

 

Los silobolsas comenzaron a importarse de Estados Unidos, Canadá y Alemania (país donde se inventaron) a mediados de la década del 90 para almacenar forraje, su destino original. Pero en Argentina se amplió el uso para el acopio de granos y oleaginosas.

La llegada al país de esos dispositivos coincidió con la aprobación del paquete tecnológico de semillas genéticamente modificadas y uso intensivo de agroquímicos a los que son resistentes, que rápidamente se convirtió en el modelo de producción agrícola hegemónico.

El uso de silobolsas comenzó a expandirse con la crisis de 2001, porque en medio de la incertidumbre reinante permitieron independizar a los productores de la infraestructura de silos y les hicieron más fácil acopiar en los propios campos para especular sobre el momento de venta en función de los precios internacionales y factores internos.

Es una bolsa plástica de tres capas y filtro de rayos ultravioletas. El tamaño más común es de 60 o 75 metros de largo por 2,75 de diámetro.

Uno de los actores del desarrollo tecnológico local de estos almacenamientos, iniciado en 2004, fue un organismo estatal, el Inta, en alianza con las mayores fabricantes de bolsas plásticas: Industrias Plásticas por Extrusión, Plastar San Luis y Venados Manufactura Plástica. Entre las estaciones experimentales que participaron hubo tres de Santa Fe: las asentadas en Oliveros, Rafaela y Reconquista. Y de importar, se pasó a exportar.

 

¿Y después del uso?

El silobolsa permite almacenar por hasta dos años granos secos (soja, maíz, trigo, girasol) y húmedos (maíz, sorgo, avena, cebada), además de materiales de picado fino (maíz, sorgo, alfalfa, verdeos invernales).

El problema está en que el método de extracción del grano es destructivo para la bolsa, por lo cual se desecha. Aunque los fabricantes aseguran que el material es virgen y apto para reciclado, y hay varios proyectos en ese sentido, en la mayoría de los casos las silobolsas terminan como residuos en el medio ambiente, donde por acciones físicas y químicas se transforman en microplásticos.

Si de por sí, en base al estudio santafesino, ello produce un pasivo ambiental preocupante, la escala del uso lo torna más peligroso. De acuerdo a un trabajo científico de 2012, en la Argentina el uso de silobolsas pasó de 5 millones de toneladas en 2000 a 40 millones en 2008. Son cifras que, es obvio, están hoy ampliamente superadas.

 

También los envases
Bidones de glifosato usados como boyeros en el Paraná. Foto: Rafael Lajmanovich.

 

Envases de agroquímicos esparcidos en el campo. Foto: Rafael Lajmanovich.

 

Otra fuente de microplásticos son los envases de agroquímicos. Pese a que hay protocolos de manejo y deposición de los mismos, en la práctica no se respetan ni hay controles estatales rigurosos. Es común verlos esparcidos en ambientes rurales e incluso dentro del ejido de pueblos cercanos a los cultivos. También se los utiliza como boyas en ambientes acuáticos. En todos los casos, con los restos de pesticidas adosados, se degradan y producen el mismo daño potenciado que los silobolsas.

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Un futuro negro si no interviene el Estado y se corrige el modelo agrícola

—¿Qué hipótesis abren, a partir de la investigación, respecto a potenciales daños a otras especies animales (y el hombre)?, preguntó este diario a Lajmanovich.

—Mas que hipótesis, son predicciones de seguirse utilizando agroquímicos a la escala actual. Argentina lidera el ranking mundial por la cantidad de glifosato que usa en su agroindustria. Hace 20 años, se consumían en el país tres litros por hectárea anuales, y hoy el promedio es de 15 litros, cifra que ubica al país en el primer puesto. Sumado a esto, la cada vez mayor utilización y generación de desechos plásticos de todo tipo (como silobolsas) dibuja un escenario futuro muy tóxico para la vida silvestre y la humana.

El trabajo del equipo en la UNL, que completan Andrés Attademo, Germán Lener, Ana Cuzziol Boccioni, Paola Peltzer, Candela Martinuzzi, Luisina Demonte y María Repetti, ya investigó la interacción de glifosato con arsénico, presente en las aguas subterráneas de buena parte del territorio santafesino. El más reciente se complementa con otros estudios santafesinos sobre el efecto de los microplásticos en peces y aves, incluso con el paradigma de ciencia colaborativa, y continuará. Lajmanovich anticipó que las nuevas líneas apuntan a demostrar los efectos de la sinergia de contaminantes sobre los sistemas digestivos.

 

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