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Deuda judicial

“Si tuviésemos plata estarían todos presos y condenados”

La mamá de Elías Bravo, acribillado a tiros frente a un búnker, denunció más de una vez quiénes habían matado a su hijo.


Cuando mataron a su hijo Analía no pudo callarse. Denunció que detrás de los 30 tiros que terminaron con la vida del adolescente frente a un búnker de drogas de Empalme Graneros se escondía una organización de narcos que controlaba las zonas norte y oeste de la ciudad. Pero sus menciones, tanto de capos como de sicarios, no sirvieron de mucho por una dificultad común en ese tipo de causas: la violencia de las balas y el silencio de los testigos. Sin embargo, el tiempo demostró que sus acusaciones eran más que los dichos de una madre angustiada ante una pérdida irreparable. Porque esos mismos nombres empezaron a sonar, y cada vez más fuerte.

Elías Bravo tenía 17 años cuando fue asesinado de 29 disparos en octubre de 2011. Se había hecho fama por mejicanear búnkers de drogas, aunque la muerte lo sorprendió en retirada. Había retomado la escuela, estaba de novio y no quería por nada del mundo volver a un lugar como el Irar (Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario), donde había pasado unos meses. El día que lo mataron había salido con amigos y, según su mamá, fueron quienes lo traicionaron tendiéndole una trampa mortal.

El principal sospechoso, un muchacho conocido como Oreja, está prófugo desde entonces. Ese joven, también apodado Diablo, fue mencionado dos años después nada menos que en la causa que investiga el atentado contra el gobernador Bonfatti. Pero las coincidencias siguieron. Porque sus presuntos jefes, contra los que nadie declaraba pero todos señalaban como regentes de los búnkers del noroeste, también tuvieron su espacio en las crónicas policiales. Luis Medina fue asesinado a tiros junto con su novia dos meses después del ataque a la casa del gobernador y recién después de su muerte fue mencionado sin rodeos como un capo narco. En tanto Esteban Alvarado, su sindicado socio hasta semanas antes de su asesinato, ya había caído en Buenos Aires en agosto de 2012 acusado de liderar la Banda de los Rosarinos, célebre por el robo de autos de alta gama. Ninguno de los dos empresarios fue investigado en Santa Fe por violar la ley de estupefacientes.

“Yo no le deseo la muerte a nadie”, dijo Analía en relación con el crimen de Medina, a quien se atrevió a señalar cuando todavía era un personaje protegido e innombrable, y cuando los búnkers funcionaban ante las narices de la Policía. “Lo que quiero es justicia. Que se condene a los culpables. No sé si será una paz, porque a mi hijo no me lo va a devolver nadie. Pero sí puede ser un alivio. Por lo menos para empezar a creer en algo, en alguien. Yo nunca negué lo que Elías fue. Pero él cumplió lo que tenía que cumplir y estaba pasando por su mejor momento. Estaba de novio e iba a la escuela todos los días”, explicó Analía, de 39 años.

Los ojos se le llenan de lágrimas cuando habla de Elías, quien después de muerto fue recordado por sus amigos con tatuajes, santuarios y pintadas en las calles más postergadas de Empalme Graneros. Pero cuando vuelve a la causa judicial, su mirada se oscurece y repite lo que tantas veces dijo y que cada año que pasa parece corroborar.

Que perdió la esperanza en la Justicia y que solo confía en las sentencias de Dios.

“Siento impotencia. Bronca. Dolor. Porque si mi hijo hubiese sido policía, político o simplemente tuviésemos plata, se hubiese armado un revuelo bárbaro y estarían todos presos y condenados. Pero en octubre se van a cumplir tres años y nunca detuvieron a nadie”, se lamentó.

Las andanzas del Oreja, el único imputado que continúa prófugo, por la zona de Casiano Casas, es un secreto a voces para muchos de los que lo conocen. Para Analía es una razón más para desconfiar de las voluntades “de la justicia, la policía y los políticos” que deberían concretar su detención.

Su captura fue ordenada por el juez de la causa, Luis María Caterina, y reiterada más de una vez a la Policía, que nunca lo “encontró”. El joven junto con los apodados Angelito y Ema Pimpi (este último detenido por su presunta participación en la balacera que sufrió el gobernador) están sindicados como los históricos lugartenientes de Alvarado.

“Yo no creo en nadie. Si hasta me dijeron que la Policía también quería matar a mi hijo. ¿En quién voy a creer? Acá hay plata, mucha plata metida de por medio, y nosotros somos pobres”, concluyó Analía.

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