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Si nos va mal, ¿al gobierno le puede ir bien?

Por: Agustín A. Monteverde

El título puede sugerir que nos ocuparemos aquí de una serie de particularidades especialmente dañinas del modelo económico K, como su necesidad siempre creciente de gasto o el hecho de que cada punto de inflación que se esconde se refleja en una sobreestimación de la actividad. O que, al subestimar la inflación, defaulteamos de hecho a los tenedores de deuda nominada en pesos mientras pagamos de más por los cupones ajustables en base a un PBI inflado; o que el congelamiento de precios ahuyenta inversiones y desalienta la oferta de energía mientras la demanda crece sin pausa, agravando la situación de escasez.

Sin embargo, aquí quiero llamar la atención sobre ciertas cuestiones algo sutiles, en las que no han reparado hasta hoy los análisis. Apunto a llamar la atención sobre algunos ingeniosos dispositivos introducidos recientemente en la estrategia de financiamiento del kirchnerismo. Dispositivos que –por su misma arquitectura o diseño– permiten que, cuando a nosotros nos va mal, al gobierno le vaya bien. O, con más precisión, que éste pueda en alguna medida beneficiarse de un deterioro de la condición de vida de los habitantes.

Todos sabemos –es un dato– que las reservas monetarias, las ganancias del Banco Central y el Fondo de Sustentabilidad de la Ansés se han convertido en tres fuentes de recursos clave para un gobierno que ha hecho del gasto clientelar el eje de su poder. Pero hasta el momento nada se ha dicho de las trampas y paradojas que les son inherentes. Veamos.

Para apropiarse de las reservas internacionales, el gobierno recurre al artilugio de inventar el falaz concepto de reservas “de libre disponibilidad” o “excedentes”, aceptable exclusivamente en un régimen de convertibilidad. De esta forma, se convierten en recursos apropiables libremente por el Tesoro aquellas reservas que excedan a la base monetaria, valuada al tipo de cambio vigente. Más allá de que, en un sistema de flotación, todas las reservas deben respaldar al circulante, esta innovación acarrea una paradoja perversa: cuanto más se devalúe nuestra moneda, de más divisas dispondrá el gobierno sobre las cuales echar mano. Una devaluación del 30 por ciento liberaría unos 24.000 millones de dólares de las reservas, más que suficientes para asegurarle a Kirchner el acompañamiento de gobernadores, intendentes, sindicatos, ONG y empresarios socios hasta 2011.

Las supuestas ganancias del Banco Central constituyen otro ingenioso ardid para tomar fondos de la entidad encubiertos como dividendos, por encima de los expresos límites a los adelantos transitorios que fija su ley orgánica. Se trata de ganancias exclusivamente contables, no realizadas, que provienen de la diferencia de valuación de los activos del BCRA –reservas monetarias y bonos– y que sólo serían realizables si se liquidasen todos esos activos. Y remarco: deberían venderse en su totalidad, y no una parte, para percibir o realizar esa utilidad.

Cuanto mayor la devaluación que sufra el peso, mayor será pues la ganancia por revaluación del oro y las divisas que componen las reservas monetarias.

Se trata, en definitiva, de ganancias de capital. A ningún jefe de familia se le ocurriría “distribuir” entre sus hijos la “ganancia” por una revaluación del departamento en que viven. Básicamente, porque no tendría líquida esa suma para entregarles. Para eso habría que vender primero el departamento y descapitalizarse, teniendo luego que vivir en uno más chico. Ésa es la clase de “ganancia” que les gira el Banco Central a las sedientas arcas oficiales.

Claro que en su caso si no dispone de liquidez la puede “crear”, emitiendo los medios de pago a tal fin. Es obvio que no es riqueza lo que se genera así; tan sólo se está fabricando inflación. Lo alarmante es que el giro de dividendos podría significar este año una exorbitante emisión, superior a la cuarta parte del dinero que hoy circula.

Tenemos por último la apropiación de supuestas utilidades –nuevamente ganancias de capital– que genera el Fondo de Garantía y Sustentabilidad de la Ansés. Más allá de lo impropio de considerar a ese fondo como si fuera una sociedad comercial en la que el gobierno es accionista, esta práctica implica una descapitalización de la caja que deberá sostener a los futuros jubilados. Y, nuevamente, lo más grave es que las ganancias contables del FGS se acrecientan cuando el peso se devalúa –por los bonos en dólares que tiene en cartera– y cuando la inflación trepa, al incrementarse el ajuste de los bonos en pesos indexados por el CER.

  Tenemos pues que la desvalorización de la moneda nacional favorece al gobierno al permitirle echar mano de más recursos, sea ampliando la porción de reservas supuestamente excedentes en condiciones de transferir al Tesoro, sea incrementando las ganancias por apreciación de las reservas de oro y divisas del BCRA o fuere aumentando el valor de la cartera administrada por la Ansés.

La suba del tipo de cambio, además de colaborar con el marketing productivista, le lleva a la Casa Rosada los recursos tan ansiados para mantener el festival de gasto.

Esa inflación en alza que tanto nos preocupa puede no ser tan mala noticia para el gobierno: no solamente le permitirá licuar el gasto salarial y previsional, también lo proveerá de mayores “ganancias” a extraer del fondo para los jubilados. El Tesoro será el receptor por excelencia de los fondos emitidos.

Una sensación amarga nos invade. Las mismas pesadillas que quitan el sueño a los ciudadanos comunes podrían constituir “soluciones” para quienes nos gobiernan.

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