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Se recuperan las “ventanitas del vino” de la ciudad de Florencia ante el virus covid-19

Surgidas durante la peste negra y la bubónica, en la segunda década del siglo XVII, para despachar vino en garrafas guardando distanciamiento social, volvieron a activarse cumpliendo su función original ante el reciente rebrote del coronavirus en Italia


La epidemia de peste negra en Italia, a la que se sumó la de peste bubónica, se inició en 1628. Fue muy difícil de manejar al principio, sobre todo por cierta negación de las autoridades, expresada en aquella época a través de la torpeza y corrupción que las caracterizaba y de la ceguera médica.

En primer lugar, eran tiempos de guerra; y como consecuencia se desató una terrible hambruna y migración hacia las ciudades, sobre todo del norte del país que ya desde esa época eran las más ricas.

Milán y Florencia fueron las ciudades donde las cosas se complicaron. La guerra tenía causas  tan insustanciales como siempre y respondían a la ambición de algunos reyes y miembros de la nobleza.

Estas guerras entre monarquías y principados involucraba a los alemanes y se decía que su ejército, que marchaba hacia las ahora provincias del norte italiano, portaban las pestes puesto que cuando diezmaban una población a su paso, quienes quedaban vivos eran presas de varias dolencias que luego se mostraban como síntomas de algunas de esas pestes.

Eran los ancianos de cada lugar quienes reconocían las manifestaciones de esas calamidades por su memoria de otros tiempos parecidos.

 

Los negocios de la guerra eran más urgentes que la peste

El médico Luigi Settala, profesor de medicina de la Universidad de Pavía y de filosofía moral en la de Florencia, que de joven había luchado contra otra epidemia anterior, advirtió oportunamente al Tribunal de Sanidad para que tomase medidas rápidas.

Se enviaron entonces un par de médicos a investigar en los poblados pero cuando los profesionales volvieron restaron importancia a los datos que consignaban síntomas ligados a las pestes.

Dijeron que las muertes se debían, en algunos lugares, a las emanaciones pútridas de los pantanos, y en otras, a los excesos  que cometían los alemanes y a quienes se los tenía como uno de los pueblos menos higiénicos de la Europa de entonces.

Pero como las noticias eran cada vez más alarmantes y los germanos estaban cada vez más cerca, se envió a otro médico célebre que confirmó los temores que se tenían sobre las pestes.

Alertado Ambrosio Espínola, que gobernaba interinamente esa zona italiana en nombre de España, no se mostró tan consternado y respondió que eran más urgentes los negocios de la guerra porque allí también se movía la economía.

Y en lugar de cerrar la ciudad, Espínola la abrió para celebrar el natalicio del príncipe Carlos, primogénito de Felipe IV, lo que dio ocasión para que muchísima gente  ávida de comida y diversión en esos momentos de zozobra acudiese desde los pueblos vecinos, lo que finalmente derivó en contagios masivos, sobre todo de peste negra.

Peste: hechizos y maleficios

A esa fiesta también había llegado Pedro Antonio Lovato, soldado italiano al servicio de España, que estaba apostado en el frente junto a las fuerzas que resistían los ataques alemanes, con quienes ya habían tenido una serie de escaramuzas.

Lovato quería asistir a las fiestas y estaba vestido con ropas que les habían quitado a los soldados alemanes muertos. Ya en Florencia y Milán se quemaban las ropas de los enfermos, entre otros recaudos que se comenzaban a tomar.

Lovato quiso cambiarse y dejó la ropa robada a los invasores en casa de su tío, que se enfermó rápidamente. El Tribunal de Sanidad ordenó quemar su cama y vestidos, pero era demasiado tarde: murieron todos los que asistieron al enfermo y la peste se extendió.

Pese a la negación de la evidencia de las autoridades, que aseguraban que se trataba de hechos aislados, la peste había venido para quedarse en la región.

Los campesinos y pequeños comerciantes y la gente más pobre creían que se trataba de algún maleficio producido por hechizos y envenenamientos; les echaban también la culpa a unos desertores franceses, a quienes perseguían, que habían traído ungüentos venenosos que usaban para espantar insectos cuando dormían a la intemperie.

Estos hombres habían estado en la catedral de Florencia pidiendo quedarse “en la casa de Dios” hasta que vieran que sus perseguidores pasaran de largo.

Al par de días de estar allí, pues el párroco les había permitido quedarse, habían estado caminando por toda la nave y, según lo que denunciaron los vecinos, estos hombres ya habían contraído la peste, por lo que una multitud armó un alboroto y pidió que los echaran de la ciudad.

Así lo hicieron y el Tribunal de Sanidad no tuvo mejor idea que sacar todos los bancos de rezo de la iglesia para que fueran quemados en una plaza.

El espanto volvió a cundir en la ciudad y todo individuo que por su vestimenta o su lengua pareciese extranjero, era detenido y llevado a la cárcel, sospechoso de portar algún virus.

Las “buchetes” para olvidar los infortunios

En el medio de tanto pánico y para que la cosa no se tornara totalmente inmanejable, el gobernador Espínola implementó una suerte de distanciamiento entre la gente; prohibió que se agolpara en los mercados y la circulación debía hacerse en horarios y días determinados.

Esto generó otra clase de miedo, el de no poder alimentarse, sobre todo entre aquellos que sí podían acceder a los productos que se ofrecían en las ferias.

Y algo más temible aún: el impedimento de comprar vino, que, como se sabe, era lo único que permitía olvidar los infortunios al menos por un rato.

De este modo, las autoridades de Milán y de Florencia, sobre todo de esta última, convencieron a los despachantes de vino para que crearan las llamadas “buchete” del vino (ventanas del vino), que consistían en pequeñas ventanitas o ventanucos en las casas de los comerciantes que cumplían la función de vender vino sin estar cerca ni casi tener contacto con los clientes.

El invento pegó tanto entre los bebedores que se extendió por toda la región de la Toscana y duró lo que duró la peste negra ya que la prohibición de juntarse o permanecer a escasa distancia continuó todo ese tiempo.

De ese modo, el bálsamo que se necesitaba para morigerar los ánimos en esos tiempos sombríos y letales se siguió comprando y bebiendo sin el riesgo del contagio directo.

Las ventanitas habían sido pensadas con un tamaño justo para que una botella o una garrafa pudieran pasar a través de ellas sin inconvenientes.

Se golpeaba una especie de puertita de madera y cuando se abría, el comprador pasaba la botella para que se la llenaran y se marchaba casi sin saber quién estaba del otro lado.

Ventanitas nuevamente activadas

Pasados casi cuatro siglos de aquel invento y desde el comienzo del confinamiento obligatorio por la pandemia, las ventanitas volvieron a cobrar vida y recuperaron su función original como una forma de guardar el distanciamiento.

Ubicadas en lo que se conoce como ciudad vieja en Florencia, y ante la nueva peste del covid-19, sirven también ahora para llenar copas de algunos exquisitos vinos de la Toscana, que se toman al paso, y también aperitivos de todo tipo.

Lo que había quedado olvidado durante siglos, el aislamiento obligatorio volvió a ponerlo en funcionamiento y rápidamente muchas de estos espacios fueron restaurados para recuperar su uso original.

Cuando ocurrieron los recientes rebrotes de covid-19 en toda Italia, la ciudad de Florencia, dentro de sus antiquísimas murallas, volvió a activar las ventanitas que llegan a cerca de doscientas diseminadas por toda la zona.

En algunas calles, bajo las ventanitas, pueden verse algunas pequeñas mesas y un par de sillas, todas suficientemente distanciadas, para que los transeúntes tomen una copa al paso y se distraigan por un rato de los pesares del presente.

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