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Se apagó la estrella rítmica del rey negro del rock and roll

El insigne pionero Fats Domino, que hizo escuela con sus potentes y vertiginosos temas de tres minutos, vendió millones de discos y sobrevivió al huracán Katrina, murió a los 89 años.


Si entre todas las virtudes que tenía Fats Domino habría que señalar una por sobre las otras, sería la de que, junto a la de Elvis Presley, su música es una de las más vendidas del mundo, sobre todo porque tuvo once temas que fueron top ten entre los años 1955 y 1960. Al mismo tiempo, es cierto que su estrella estuvo eclipsada por las de los pesos pesado Jerry Lee Lewis, Chuck Berry, Little Richard y el mismo Presley. Si algo destaca a cada uno de estos músicos es la adquisición de una rítmica propia para el género; Fats Domino lo consiguió tempranamente y en su voz y en su piano “Walking to New Orleans”, “Blueberry Hill” o “Ain’t That a Shame” sonaban memorables, tenían una brutal elegancia, lo que le valió una popularidad impensada ya en sus comienzos. De alguna manera pionero insigne junto a los músicos mencionados, la voz ciertamente mestiza de Fats Domino, y con ella su piano, se apagó ayer, a los 89 años, en Louisiana.

Las músicas de origen

Domino fue criado en New Orleans, en una familia muy pobre, y podría decirse sin exageración que el dixieland se filtró en su sangre, lo que se tradujo en una especial carnadura para temas como “I’m Walkin” y “Blue Monday”; el ritmo sincopado de su piano prefiguraría luego las bases del ska jamaiquino y el boogie woogie se coló también de manera rotunda en sus escalas, todo lo cual daría una precisa identidad a su música. En el transcurso del tiempo sus canciones llegarían alto en la escena rockera. Desde Led Zeppelin a Lambchop, de Randy Newman a John Lennon, sus temas vibraron en otras voces y en versiones que enriquecían la potencia inicial aunque no la reemplazaban. Lennon hizo una versión de “Ain’t That a Shame” que, reconoció, fue el primer tema que pudo sacar con su guitarra en su lejano Liverpool.

Fats tuvo privilegios y momentos desafortunados de igual intensidad; entre los primeros puede mencionarse el lanzar, en 1949, el tema “The fat man”, al que especialistas del género consideraron como el primer rock and roll hecho y derecho. El tema, grabado en 78 rpm vendería  un millón de discos, registrado por el sello Imperial Records, que le hizo firmar su primer contrato con una grabadora. Las letras directas, de fraseos simples en las melodías, fueron también clave para que llegaran a “todo el mundo”. Reacio a dar entrevistas, de perfil bajísimo, en una oportunidad Domino señaló que su música era  una mezcla de todos aquellos sonidos que lo marcaron desde niño, desde la  antillana, la afroamericana, la francesa y la propia norteamericana y no sólo rhythm & blues o rock and roll como la mentó la prensa en sus comienzos, azuzada por los sellos para vender esa música pensada originalmente para la población negra. Y era verdad, Fats hizo “Ain’t That a Shame” en una época de feroz segregación, que luego se desluciría en una blanda versión de Pat Boone. Con una cintura agilísima para sortear denominaciones, Domino hizo suyos algunos temas que, dijo una vez, no podía morirse sin tocarlos. Uno de ellos fue “Everybody’s got something to hide except me and my monkey”, de John Lennon y que Los Beatles grabaron en el Álbum blanco. Fats lo toca desde una especie de groove intuitivo como patrón rítmico que lo vuelve aún más vertiginoso que el original. Algo similar pasaría con el magnífico “Lady Madonna”, que Paul McCartney compuso inspirado en el estilo de Fats y, se sabe, la cantó en una suerte de imitación al músico de New Orleans. Poco después, el mismo Fats la grabaría en una impactante versión.

Coros bajo el agua

Cuando el huracán Katrina dejó a New Orleans bajo el agua, Fats estuvo desaparecido durante varios días. En esa época tenía 77 años y se temió por su vida. Su manager, su hija y una sobrina estaban desesperados y se mostraban resignados ante las cámaras. Poco después, algunas fotografías con el músico sonriente aunque vapuleado subiendo a un bote daban la vuelta al mundo. Ya en esa época, 2005, Fats había dejado de tocar en público pero lo hacía en algunos clubes de su ciudad, solo con su piano y haciendo aquellos temas que le habían calado hondo. La noche que desapareció y antes que sucumbiera bajo el agua la zona en la que vivía, había grabado caseramente una nueva versión de “Blueberry Hill” que pensaba “estrenar” frente al público en un recinto de jazz al que lo invitaban con frecuencia. Lo que contaría después de esos días pintó su espíritu y generosidad. Dijo que estuvo incomunicado junto a su esposa en un refugio en lo alto de un edificio, con mucha gente y que por las tardes armaba un coro con los niños para interpretar algunos de sus temas y que eso mantenía menos asustados a los pequeños y concitaba la atención de sus padres apartándolos de las penurias por haber perdido todo. Durante la inundación varios de sus trofeos más preciados quedaron bajo el agua: sus discos de oro, su piano Steinway blanco, que, aunque destrozado, pudo ser rescatado. Poco después del rescate, Domino abandonó su New Orleans natal.

Número uno

Reivindicado por músicos de distintas generaciones, estilos y géneros, Fats Domino casi no grabó nuevos discos en los años siguientes al dramático percance pero mantuvo su fama y fue homenajeado seguidamente en distintos eventos musicales. En 1987 había obtenido un Grammy por su trayectoria. Fue declarado miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll pero, fiel a su escasa exposición, no iría a la ceremonia. Antes, junto a esos discos de oro que había perdido, algunos de sus temas fueron número uno en los charts de países sajones y en su mejor época, los dorados 60, llegó a facturar diez mil dólares semanales, impensable para alguien de origen tan humilde.