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Crítica teatro

“Rota”: violencia de género y el rompecabezas de una mujer que reconstruye una ausencia

El espectáculo, con dramaturgia de Natalia Villamil y la vital y provocadora actuación de Raquel Ameri, bajo la dirección de Mariano Stolkiner, que este sábado se presentó en el Festival de Rafaela, desembarca este domingo a las 19 en el Arteón de Rosario, con una única e imperdible función


La violencia de género y sus efectos devastadores planteados desde un punto de vista inusual, atípico, doloroso pero al mismo tiempo iluminado y necesario, es lo que refleja y plantea Rota, un material tan diferente como provocador, de esos que dejan rumiando al espectador por un largo rato una vez terminada la función, aunque lo primero sea el silencio y la consternación.

Se trata de un texto de la licenciada en psicología y dramaturga Natalia Villamil, a cargo de El Balcón de Meursault, la compañía del teatro El Extranjero de Buenos Aires, que cuenta con la descollante actuación de Raquel Ameri bajo la cuidada y atenta dirección de Mariano Stolkiner, que tras su paso de este sábado por el Festival de Teatro de Rafaela que transita su última jornada y antes de su desembarco en el 36° Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami en la semana entrante, ofrecerá este domingo, a las 19, una única e imperdible función en Rosario, en la sala Arteón de Sarmiento 778, un espacio que de este modo sigue peleando su continuidad con una programación de calidad, y desde la resistencia, ante su potencial cierre a partir de agosto próximo.

En escena hay una mujer que busca incansablemente reconstruir su existencia, sus años vividos; una existencia que es la misma que la de miles de mujeres, gestada a partir de las ausencias. Ella intenta encontrar la explicación de lo que siente que es o de lo que quizás fue, tras la muerte de su hijo, que se suicidó luego de matar a su novia. En ese tránsito de reconstrucción a partir de rearmar una especie de rompecabezas, un amasijo de carne, sangre y dolor, en esa soledad insoslayable en la que es foco de todas las miradas, la pérdida y el dolor que seca y quita la respiración se vuelven un universo poético, un camino a transitar, una especie de Vía crucis de las madres solas y desesperadas hasta llegar a encontrar “la rotura”, ese momento (una evocación) que la partió en pedazos y la dejó vacía. Más allá de todo,  en ese devenir de palabras e imágenes que duelen cuando las mujeres mueren ella sigue viva para mirar a la cara a quienes la juzgan y la señalan.

El trabajo de Raquel Ameri, recordada por su no menos valioso desempeño en Millones de segundos, del español Diego Casado Rubio, por el que ganó varios premios (entre más el ACE a mejor actriz de teatro alternativo en 2018, y el Trinidad Guevara a revelación femenina, que ese mismo año abrió la Fiesta Nacional del Teatro que se realizó en Rosario), es de esos que quitan la respiración, porque lo que propone es una actuación dramática en el contexto de un teatro que podría pensarse como posdramático, dado que está todo el tiempo en tensión con la tecnología y en un espacio escénico que funciona a modo de gran instalación.

A instancias del relato de una mujer que enfrenta la vida siendo la madre de un femicida, el material abre un saludable debate sobre la cuestión, potenciado por la agenda del presente pero, al mismo tiempo, haciendo una coda, un camino diferente, tomando un atajo y no el camino principal para abordar, ideológicamente, la misma problemática: la violencia de género, de interés en el trabajo y la proyección de todo el equipo de Rota (actriz, dramaturga y director).

Sin embargo, el foco es otro, el primer plano es otro, eso que se ve en ese primer plano es una madre rota que desanda, entre la furia y la nostalgia a la que la sumió la tragedia, buscando encontrar, también, el origen de esa violencia, un texto bello, poético y al mismo tiempo doloroso y descarnado, templado al calor de la pobreza, la marginalidad y un supuesto estado de “locura” que no es tal, porque a pesar de todo ella sigue viendo su pedazo de cielo, entre matones, arrebatadores y prepotentes, y mientras anhela que su hijo muerto vuelva a sentarse al costado de su cama porque no puede dejar de soñarlo cuando al fin se duerme deseando de que sea para siempre, e imagina que es atravesado por un rayo tan violento como sus propios actos, los de un hombre que “aprieta las rosas hasta matarlas”.

En ese recorrido, plasmado desde el relato y muy en diálogo con los elementos del espacio escénico en el que Ameri actúa, canta, baila, se arma y se desarma una y mil veces, intervienen todos los micromundos que son parte del imaginario de esta mujer que conoce la violencia, que es parte de su mundo sin tiempo, ni dientes que cayeron como lluvia, ni escucha, ni soporte, ni empatía, ni trabajo, ni deseo, ni felicidad. Un submundo del mundo al que acceden otros y otras donde la muerte, como en la grandes tragedias, ronda a cada paso, se esconde y acecha.

El material se sustenta, más allá de la actuación que es central y contundente, surgida de un texto de igual tenor, en el bello, poderoso y al mismo tiempo simbólico espacio escénico, construido con materiales duros y fríos, que emulan en varios pasajes la casa, la de una mujer “cercada” y “en exhibición”, y los lugares de la muerte y la contemplación de los que ya no están, a partir de un ingenioso diseño de escenografía de Magali Acha (también a cargo del vestuario), con un simbólico dispositivo lumínico de Julio López, y el diseño sonoro y música original de Rafael Sucheras con realización de video de Paula Coton, al frente de un gran equipo técnico que es central en todo el concepto de puesta en escena.

Pero sobre todo, la necesaria visión Rota implica, además, un escalón nuevo en el debate de los feminismos y las violencias a las que son sometidas las mujeres, y la idea de un canon de culpa y consternación de las y los involucrados, como también el concepto de cuerpo como paradigma y campo de disección simbólica: una mujer de carne y sangre, mujer punk, “mujer amante” que parece de piedra pero está rota, una mujer que fue madre, que le tuvo miedo a su hijo, pero que al final se vació de todo, y ahora recuerda a muchas otras madres, a miles como ella que viven su propio calvario. Una mujer que dice, evoca, grita, llora y calla, cada vez que muere otra mujer y la luna sale de día.

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