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El tango está de luto

Rosario llora a un maestro del abrazo: “Hasta la milonga siempre, Carlitos Quintana”

"Acabamos de perder una joya, un milonguero de lujo", lamentó un bailarín que veía en su danza un misterio indescifrable. En esta nota, maestros del tango rosarino intentan explicar el origen de su magia y el vacío que dejará su ausencia


Nadie puede explicar la química del tango. Se bailan emociones, no movimientos. Tratar de plasmarlo con palabras, reducirlo a texto, es desleal hasta con uno mismo. Quizás por eso su pureza sobreviva en lo profundo de las pistas de baile, apretada entre gente que se abraza a un sentimiento para fundirse en un latir colectivo. En el corazón de las milongas se esconde ese misterio que, rara vez, puede revelarse en el cuerpo de un solo bailarín. Carlitos Quintana era un elegido.

“La mayoría del mundo del tango no lo sabe pero acabamos de perder una joya. Un milonguero de lujo. Qué pena tan honda”, posteó un bailarín desde Italia al enterarse que Carlos Dante Quintana no volverá a llenar de magia las pistas rosarinas.

Es que Carlitos tenía un don que despertaba tanta fascinación como misterio. “Bailaba los silencios”, dijo un milonguero que recordó su porte de ojos cerrados y pecho abierto. “Podía explicar el tango casi sin moverse”, agregó otro que reparó en su pisada inigualable y una sensibilidad única para encontrar dónde iba el ritmo, dónde la pausa.

“Todos lo mirábamos buscando en su baile cuál era el yeite, el atractivo oculto”, confesó un profesor que destacó su caminar simple, de poquísimas figuras.

Pero quienes más sentirán su ausencia son las que gozaban de su abrazo profundo, de su andar cadencioso. Ninguna milonguera rosarina puede explicarlo bien, hablan de vuelo, comunión mágica, sentir hasta las lágrimas y otras sutilezas intraducibles al lenguaje mundano.

La milonga rosarina está de luto.

 

El caso Carlitos Quintana

“Siempre me dejó un poco perplejo el caso de Carlitos Quintana, si realmente era un milagro o una suma de afluentes. Incluso lo he hablado con él varias veces, pero era tan humilde que la conversación siempre terminaba antes de poder desarrollarse porque no soportaba sentirse elogiado”, cuenta desde Italia Sebastián de la Vallina, músico, bailarín y docente rosarino.

Dice que para catalogar a un “buen maestro” hay que evaluar a sus alumnos pero que en la milonga la información pasa por otro lado: “Te das cuenta por la cara de las minas. A todas las mujeres que he visto bailar con Carlitos Quintana les veía eso”, dice para confesar que siempre añoró “que al menos una bailarina tenga conmigo esa cara de goce espiritual que lograba Carlitos con cada una de sus compañeras”.

Para Sebastián “no habrá ninguno igual” y la pérdida es insustituible: “No sólo por su tango sino humanamente. Era el tipo de persona que desgraciadamente no abunda en los ambientes tangueros. Es un grandísimo dolor y una enorme impotencia –dice desde Europa– porque era uno de los personajes con los que conservaba muchísima ilusión de volver a ver”. Y se despide hablándole a él: “Cada vez que se vaciaba la milonga te pedía que me «lleves un poquito» para poder robarte un cachito de tu magia. De ese baile inexplicable. Hasta siempre Carlos Quintana de mi corazón. Que en paz descanses. La fila de bailarinas que estarán esperando ansiosas volver a sentir tu abrazo silencioso”.

 

La pura verdad

“Para mí el tango es inspiración. Y sin dudas Carlitos fue una de esas personas que me inspiraron enormemente. Cada vez que iba a una milonga y estaba él yo sabía que tenía mi noche asegurada. Porque una tanda con él era como… ya está. Me llenaba el corazón, el cuerpo y el alma de tango”, dice Moira Castellano, una de las más destacadas bailarinas actuales que representa a Rosario en el mundo entero.

“Tengo un montón de anécdotas y recuerdos de hermosos momentos con él. Pero cuando lo pienso, lo primero que me viene es su honestidad. Bailar con Carlitos era eso, todo lo que pasaba era pura verdad. Todo, empezando por el abrazo”, afirma Moira que reconoce que sigue siendo muy difícil encontrar ese abrazo: “Creo que tenía que ver con su compromiso y con la verdad que él podía dejar ver en ese abrazo y en su baile”.

Para ella seguirá presente en las pistas: “Dejó un legado hermoso para toda la gente de tango de Rosario. Para aquellos que lo pudieron conocer y para los que no, porque sin duda a través de otros que han tenido su tango y su abrazo, que se han contagiado de su energía y de su pasión, lo van a seguir transmitiendo. Te vamos a extrañar mucho Carlitos. Y gracias, gracias, gracias por tanta verdad”.

 

Nacido para bailar

¿A quién no le gustaba bailar con Carlitos Quintana?, se pregunta la bailarina y docente María Rosa Mognaschi luego de resaltar la buena persona que era y la pureza de sus intenciones. “Era un placer bailar con él. Era un tipo nacido para bailar. Nacido para escuchar la música, abrazarte y bailar”, asegura.

Entre muchos recuerdos destaca “una tanda maravillosa”. Dice que una vez, en la milonga que hacía Juancito en el bar La Fábrika sucedió el milagro: “Bailé una tanda con Carlitos y fue tal, pero tal la comunión que hubo, que tuve que respirar hondo para que no se me cayeran las lágrimas mientras bailaba. Y cuando terminó el tango lo miré y a él le estaba pasando lo mismo. Fue el sumun de mis sensaciones bailando. No encuentro la palabra para decirlo. Esa palabra no existe”.

Bailar el silencio

Para Nacho Riera, un milonguero rosarino que solía sentarse en su mesa en dilatadas trasnoches de copas de vino y de champagne, Carlitos era un gran amigo y un enorme milonguero: “Un tipo que bailaba el silencio, entre paso y paso, en las pausas, en ese sentimiento que estalla en el compás, abrazando giros, abrazando historia, con los ojos cerrados y el pecho abierto, acariciando el piso. Carlitos era auténtico, un tango que, quienes tuvimos el gusto de conocerlo pudimos disfrutar. Eso fue Carlitos para mí. Un referente y un amigo. Esta noche hay milonga en el cielo”.

 

Pisada inigualable

Juan Amaya, otro de los bailares que nunca faltaba en su mesa, asegura que Carlos era “el último gran referente milonguero rosarino, el mejor de todos”. Dice que se le fue un amigo, un hermano, “el tipo con el que aprendí un montón de cosas, no solamente del tango sino también de la vida”. Como lo conocía de cerca sabe que tenía 72 años, que había pasado su infancia en el barrio República de la Sexta y que en la adolescencia se mudó junto a su familia a barrio Rucci. No tenía hijos y la muerte de su madre lo había golpeado duro. El diagnóstico de una enfermedad en octubre pasado lo terminó de desmejorar, hasta llevárselo.

Dice Amaya sobre su baile: “Podía explicar el tango casi sin moverse. Con una sensibilidad única para encontrar dónde iba exactamente el ritmo y dónde iba exactamente la pausa. Un tipo que podía bailar con la misma calidad un Pugliese, un D’arienzo o un D’agostino Vargas, pudiendo discernir exactamente cuáles eran los matices que llevaba cada orquesta”.

Pero lo que más resalta es su calidad humana: “Era un tipo extraordinario, un gran amigo, solidario, sensible, esa misma sensibilidad con la que no pudo salir de algunas situaciones que le planteó la vida en los últimos años”. Y mientras repasa años de amistad y viajes compartidos afirma: “Sin ninguna estridencia logró la admiración de propios y extraños, solamente con su abrazo, con su pausa, con su pisada inigualable. Hasta la milonga siempre hermano”.

Juan Amaya junto a Carlos Quintana.

 

 

Gordos y petisos

Ciro Miceli lo conocía desde sus comienzos en el tango porque iniciaron juntos la aventura de bailar, en la Rosario de los años 90, cuando en los bares florecían milongas y las clases eran un semillero de bailarines. “Hace 30 años íbamos a aprender con dos chicas a lo de Orlando Paiva. Al principio bailábamos como Paiva, pero una vez Carlitos me dijo: «Paiva es flaco y alto y nosotros somos gordos y petisos. Las figuras que hace él las creó para el cuerpo que tiene, aparte me parece que en Buenos Aires bailan distinto porque los movimientos de Paiva son largos, para hacerlos en la milonga los tenés que acondicionar y no es sencillo». Entonces empezamos a ir casi todos los fines de semana a Buenos Aires. A mirar. No sé cuánto tiempo pasamos mirando, porque no tomábamos clases, sólo mirábamos a los milongueros”.

Ciro recuerda que con el paso del tiempo Carlitos tomó un estilo tranquilo: “Era un escuchador de música, ponía el pie exactamente en el momento en que había que pisar y no hacía muchas figuras”.

Repasa varias anécdotas, algunas de un viaje juntos a París en 1998, pero se detiene en pequeños detalles. “Una chica que estaba bailando conmigo salió después a bailar con él. Volvió toda acongojada y le pregunté si Carlitos se había pasado de largo. Y me dijo que no, que estaba así por la emoción que le había producido. A otra chica le pasó exactamente igual. De esas te puedo contar miles de historias”, dice Ciro para advertir que “era un tipo de perfil muy bajo pero estaba varios puntos arriba de cualquiera que ves bailar. Ponía muchos sentimientos”.

Pese a varios intentos y mucha confianza nunca descifró el misterio. Cada vez que le preguntaba cuál era el truco, el secreto, Carlitos le contestaba humilde: “Yo bailo, no sé qué tengo, me sale así”.

Fiel a esa amistad, el viernes pasado hizo sonar en su velorio El Cencerro por Juan D’arienzo porque alguna vez había dicho que lo quería así. “Estará bailando en el cielo”, dijo con la voz triste.

Carlos Quintana, María Rosa Mognaschi y Ciro Miceli en una milonga de los años 90.

 

Simple y misterioso

Javier Loguzzo, bailarín y docente de Rosario, asume ser reservado para opinar sobre otros. Pero eso no le impide hablar “sobre su simpleza y su don”. Dice que cada uno baila como es en la vida y que Carlitos tenía tanto de sencillo como de atractivo.

“De él puedo decir sobre la simpleza de su baile y su atractivo con las mujeres que bailaban con él. Y para todos nosotros que mirábamos y buscábamos en su baile cuál era el yeite que seducía de esa manera”, confiesa.

“Creo que era él mismo. Bailaba como era. Simple pero con un atractivo oculto, para muchos de nosotros misterioso”.

 

“Era lo que quería bailar yo”

Además de milonguero, Ezequiel “Tigre” Sabella musicaliza y organiza milongas. Pero mucho antes de eso, cuando “no entendía nada de tango”, alcanzó a detectar la magia de Carlitos en una de las primeras milongas a las que se acercó. Lo cuenta así:

Recuerdo la primera vez que fui a El Levante. Recién empezaba a bailar, no entendía mucho de tango, era toda una experiencia nueva, una adrenalina muy grande (o cagazo, a veces se confunden). Di una vueltita y conseguí una banqueta libre. Dejé mis cosas y fui hasta la barra, pedí un Amargo Obrero. Me planté al lado de un barril que había a la izquierda de la pista (había un señor de pelo blanco sentado, me llamó la atención que tenía alpargatas), y me puse a observar. No hice mucho más que observar esa noche. Cuando hay mucha gente en la pista se crea una masa, que generalmente se ve toda igual. Con los años entendí que cuando algo rompe esa masa, es ahí donde tenés que mirar, hay algo diferente, a veces bueno, a veces bizarro… Esa noche fue la primera vez que me pasó. Ahí, entre la masa, alguien se movía distinto, y vi a este señor. No entendía mucho, que tango salón, que tango nuevo, tango escenario, tango milonguero. No sabía qué bailaba ese señor pero era lo que quería bailar yo. Siempre me gustó cuando estaba en la pista, daba descanso a los ojos. La Rosario milonguera te va a extrañar mucho Carlitos.

 

Preciso y precioso

Temis Parola, milonguera, actriz y cantante lo despidió por redes sociales. “El mejor milonguero de Rosario ha partido, una tristeza enorme, nos dejó Carlitos Quintana, enorme bailarín”. Dice que su baile “te atravesaba el pecho con una energía que no se la he sentido a ningún maestro, a la altura de los grandes del Tango Argentino, humilde por demás, impecable, preciso y precioso, rítmico pero sutil, atento, cuidadoso, apasionado, exquisita musicalidad, un manejo del peso sin igual”.

 

Energía inexplicable

Ilka Luetich fue parte de la movida de los años 90 al frente de una mítica milonga que organizaba en el gimnasio de la Universidad Nacional de Rosario. Sobre su partida escribió:

-“En sentido contrario a las agujas del reloj, en un intento por detener el tiempo, o quizás buscando su inspiración en el pasado, así se baila el tango”. La frase que introduce un capítulo del libro El bazar de los abrazos, de Sonia Abadi me acompañó desde que me enteré de la partida de Carlitos Quintana. Y es que con él se va un pedazo de esa época de las primeras milongas que surgieron a fines de los 90, cuando se multiplicaban los espacios para bailar tango, todos los días de la semana, y no importaba amanecer alrededor de la mesa compartiendo charlas incunables, risas y las últimas tandas con los amigos milongueros. A Carlitos lo observé -lo observábamos todos arrobados- cuando se deslizaba por la pista del Café de la Ópera o del Gimnasio de la UNR, con una pisada única y una musicalidad respetuosa. Pero fue en El Levante cuando compartí su abrazo, y entonces descubrí esa inexplicable energía que transmitía desde el pecho. Carlitos nos va a faltar para siempre.

 

Se nos piantó Angelito, el que llevaba las alas en los pies

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