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Rosario de tradiciones

Por Luis Novaresio, especial para El Ciudadano.


Uno. ¿Qué es la tradición en la Argentina? Ayer fue su día, por José Hernández. ¿Él es la tradición? No sé, a esta altura, qué cosa es. Ni creo que vos lo sepas, a pesar de andar recitando el rosario de lugares comunes. Rosario de cosas comunes, digo, y pienso que hasta el mismo hilvane de una cuerda con cuentas que se van palpando a medida de que pase el tiempo con la convicción de que el reloj avanza, tus dedos avanzan, dos minutos, dos centímetros; si eso es la tradición, muerta está. Dios te libre y a mí la fortuna me guarde; vos sabés que yo no creo. No creo. Eso es tradición. No creo en Dios a secas. No creo que Dios sea argentino como dice la tradición, Dios, se ve, no se acuerda de nosotros; al que madruga Dios lo ayuda por más que por mucho madrugar no se amanezca más temprano. ¿El refranero popular es tradición? Entonces la tradición es contradictoria del blanco al negro, de lo níveo a la profundidad. El que calla otorga, chi non parla non dice niente, decían tu abuelo paterno por un lado y la nona materna por el otro. Si en casa de herrero cuchillo de palo explicame el porqué se presume de lo que en realidad se carece. Pero no hagamos de todo esto un tonto juego dialéctico.

¿Qué es hoy la tradición? Y punto. O a lo sumo, ¿qué es hoy la tradición argentina? Rosario, otra vez, de definiciones oficiales, pacíficamente aceptadas porque vienen con el sello de la Real Academia. La primera: femenina, no hay dudas. Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos y costumbres, hecha de generación en generación. ¿Quién transmite? El que gana, como el que dice la historia, el que decide qué es lo transmisible. Problema. Composición literaria. ¿Es hoy Hernández o ya es Patricia Suárez? ¿Los dos? Busco en las ganas de hacer que haya una literatura que cuente lo que hoy pasa hundido en las raíces de lo que fue. Y cuesta. ¿Costumbre? ¿La reacción popular sólo ante el bolsillo, que se vayan todos, golpear con cacerolas, plaza de Galtieri en las Malvinas, el piquete? ¿Existe una costumbre argentina o es apenas una comodidad de las generalizaciones como esa inasible noción de argentinidad, italianita o japonesidad? A veces me suena a dogma, indiscutible, necesario como matriz de los autoritarismos. Desesperada necesidad de tener todo definido, sin pregunta, sin duda. La duda, letal virus que inquiere y cuestiona atenta contra las costumbres nuestras. No embromemos.

Hoy la democracia, dicen, luce en internet. Un solo clic, una tecla correctamente presionada, juega las veces de la biblioteca de Alejandría. El ciego de Borges recorriendo los laberintos de libros podría ser resumido en un giro de Google. Las posibilidades infinitas se reducen apenas en una, dice el sabio que jamás imaginó, creo, internet. Y sin embargo miro en el oráculo de las tres doble ve y leo: tradición proviene del latín traditio, y éste a su vez de tradere, “entregar”. Es tradición todo aquello que una generación hereda de las anteriores y, por estimarlo valioso, lega a las siguientes. Se considera tradicionales los valores, creencias, costumbres y formas de expresión artística característicos de una comunidad, en especial a aquellos que se trasmiten por vía oral. Lo tradicional coincide así, en gran medida, con el folclore “sabiduría popular”. La visión conservadora de la tradición ve en ella algo que mantener y acatar acríticamente. Sin embargo, la vitalidad de una tradición depende de su capacidad para renovarse, cambiando en forma y fondo (a veces profundamente) para seguir siendo útil.

Dos. Doctrina conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos. Así de simple. Así de ejemplar. Eso quiero celebrar en este tiempo diciendo con nuestro poeta más tradicional, padre del Martín Fierro: “Moreno, voy a decir, sigún mi saber alcanza/el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir/ no tuvo nunca principio ni jamás acabará/porque el tiempo es una rueda, y rueda es eternidá/ Y si el hombre lo divide, sólo lo hace, en mi sentir, por saber lo que ha vivido o le resta que vivir”. Por suerte es el propio gaucho con el Negro el que niega esta fecha. Apenas dividir, señalar el tiempo para condenar lo que resta por vivir.

Tres. Es tradición nacional negar. Jugar a invocar una elección de Partido Comunista Chino para no hablar de los miles en la calle. No hace falta acordar con ellos. Dialogar es pensar, contraponer distintas razones. Escuchar. Sobre todo si esos cientos de miles usan una herramienta de lo que uno mismo ha definido con la vuelta de la política expresada con la gente en la calle. El 8N fue muy kirchnerista en el sentido de usar el instrumento de expresión defendido por quien hoy gobierna. Incluso a ultranza. Hasta cuando esa calle era interrumpida, a veces, injusta y arbitrariamente para el que apenas pretendía vivir en lo cotidiano. ¿No va a haber respuesta entonces a estos sonidos nacidos de acordes tan propios?

Tradición es negar. Que se mata de siete balazos en plena calle a un presunto narco o que los traficantes de estupefacientes saldan deudas con Código Penal propio tiroteando comercios de autos o matando a pibes de bandas de “monos o garompas”. De eso, aún, nada concreto. Una diputada que acusa al hijo de una jueza, otra que invoca a un secretario de Estado como nexo fundamental entre la maldita policía santafesina y los narcos. Negar. La muchedumbre que salió a la calle pidiendo formas y fondo en el trato por la inseguridad, inflación y un puñado de cosas es la misma que pide en esta parte de la pampa húmeda que, los que gobiernan, gobiernen y eviten el mismo recurso de victimizarse que se critica en la Rosada.

Cuatro. “Yo no sé lo que vendrá, tampoco soy adivino/pero firme en mi camino hasta el fin he de seguir: todos tienen que cumplir con la ley de su destino. La ley es tela de araña/ en mi inorancia lo esplico: no la tema el hombre rico/nunca la tema el que mande; pues la ruempe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos”.

Es el Martín Fierro. Re tradicional, ¿viste?

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