“Los datos económicos e históricos demuestran que todas las ciudades anfitrionas tienen deuda extra tras la cita. En Montreal ‘76, hasta se llegó a superar el presupuesto, en un 796%. Estos son los costos, estos son los datos. Yo diría que en Roma, con una deuda de 13 mil millones de euros, no podemos darnos el lujo de seguir endeudándonos para construir catedrales en el desierto”.
Las palabras de la alcaldesa de la ciudad, Virginia Raggi, son firmes, seguras y pensadas. Ya lo había advertido el último 21 de septiembre cuando destacó que no iban a “hipotecar el futuro de Roma y de Italia”. Nada ha cambiado desde aquel día, y por tal motivo, es ahora el Comité Olímpico Italiano (CONI) quien retira oficialmente la candidatura.
“Yo, con coherencia, sostuve que para llevar a cabo este proyecto hacían falta tres piernas. Desde el comienzo estuvieron, pero luego una de ellas falló por razones demagógicas”, destacó Giovanni Malagó, Presidente del CONI. Y luego se lamentó: “Me veo obligado a interrumpir el proyecto faltando 11 meses para su conclusión y después de tres años de trabajo. Es una pena porque era el ganador”.
De esta manera, Roma se une a Hamburgo como las dos ciudades que comenzaron pero no terminarán el camino hacia los Juegos Olímpicos de 2024. A diferencia de la italiana, la sede alemana se bajó en 2015 luego de que la gente votara negativamente un referéndum popular.
Por lo tanto, Los Ángeles (Estados Unidos), París (Francia) y Budapest (Hungría) son las tres que continúan con su sueño olímpico. No solo por la experiencia reciente (1984) sino también por la región donde se ubica, la ciudad estadounidense corre con algo de ventaja. La rotación que busca ponderar el Comité Olímpico Internacional (COI) es la justificación perfecta para que los Juegos vuelvan a Norteamérica después de 28 años (Atlanta 1996). En el medio, todos los continentes han tenido su oportunidad: Sudamérica (Río de Janeiro 2016), Europa (Londres 2012 y Atenas 2004), Asia (Beijing 2008 y Tokio 2020) y Oceanía (Sydney 2000).
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