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Rocky Marciano, boxeador legendario

Por Rubén Alejandro Fraga.- El 31 de agosto de 1969 moría en un accidente aéreo el único campeón invicto de los pesos pesados. Mañana hubiera cumplido 90.


Ilustración: Facundo Vitiello.

Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

Al nacer, el sábado 1º de septiembre de 1923 en Brockton, Massachusetts, le dieron pocas posibilidades de vida. “El niño está en manos de Dios”, admitió el médico, y durante un mes y medio aquel bebé de padres italianos radicados en Estados Unidos se debatió entre la vida y la muerte. Pero, porfiadamente, el pequeño logró salir adelante y le ganó su primer round a la vida. El doctor vaticinó: “Será fuerte y vigoroso. Si pasó esta terrible prueba será fuerte como una roca”. Y no se equivocó.

Así, el hijo de Pierino Marchegiano y Pascualina Picciuto, dos inmigrantes italianos que llegaron a Norteamérica a comienzos del siglo XX, fue bautizado como Rocco Francis Marchegiano. Se convertiría en leyenda con un seudónimo, Rocky Marciano, el único campeón de boxeo de los peso pesado que jamás fue derrotado sobre un ring.

En un hogar humilde y conviviendo con la pobreza, Rocco creció fuerte y saludable. Quiso ser jugador de béisbol pero se vio forzado a ser zapatero. Hasta que en 1943 el servicio militar le permitió abrirse camino en el boxeo. Comenzaron a llamarlo Rocky Mack, por su rudeza y personalidad. Luego conoció a Allie Colombo, su amigo íntimo y el responsable de que fuera boxeador profesional.

Sus dos primeras peleas como amateur fueron un desastre. En su debut ante Henry Lester lo descalificaron y en la segunda, contra Joe De Angelis, perdió por puntos y se fracturó la mano derecha. “Si hiciste algo bien, no me di cuenta”, sentenció Charlie Goldman, su entrenador.

En 1947 Rocky dejó la zapatería y se dedicó a ver béisbol, mientras cobraba un subsidio de desempleo y lo gastaba con sus amigos y con Bárbara Cousins, quien se convertiría en su esposa y madre de su hija, Mary Anne. Hasta que Colombo le consiguió una oferta de 50 dólares para que debutara como profesional ante Lee Epperson.

El 17 de marzo del 47 noqueó a Epperson en el tercer asalto y logró la primera de una larga serie de victorias. Uno tras otro fueron cayendo ante su potencia campeones de Europa o antiguos monarcas. Él demolía a sus rivales y los mandaba al hospital.

Estuvo a punto de dejar el boxeo cuando casi mata a Carmine Vingo en diciembre de 1949. Su escuela fue cruda: sus puños hablaron el tosco lenguaje del punch y su resistencia física era sobrenatural. Sus primeros 16 rivales como profesional fueron vencidos sucesivamente y se convirtió en una atracción comparable a Jack Dempsey o Joe Louis.

Precisamente, en 1951 Rocky lloró tras noquear al héroe de su juventud, Louis.

En septiembre de 1952 le llegó la oportunidad de pelear por el título mundial de los pesados. “No sabe pelear. Si no lo apaleo, borren mi nombre de la historia del boxeo”, señaló Jersey Joe Walcott, el campeón. El cuarentón era técnicamente muy superior al joven aspirante. De hecho, el campeón negro derribó a Marciano con un cross de izquierda y dominó toda la pelea hasta que en el round 13 –de 15– una formidable derecha de Rocky mandó a la lona por toda la cuenta a Walcott. La corona había cambiado de manos. La foto que inmortalizó el derechazo de Rocky haciendo saltar la mandíbula de Walcott, convirtiéndola en astillas, es un clásico póster del boxeo.

El ex campeón se apuró a pedir la revancha, que fue concedida por Marciano, quien volvió a ganarle. Algo parecido le sucedió a Ezzard Charles. El 17 de junio de 1954 fue derrotado y el 17 de septiembre del mismo año cayó también en la revancha.

Es que, para muchos, Rocky poseyó la mejor pegada –proporcional a su peso, que oscilaba entre 85 y 88 kilos– de todos los tiempos. “Ninguno de los púgiles contra los que peleó volvió a ser el mismo”, señaló el boxeador inglés Henry Cooper.

Y aunque se lo acusó de haber forjado su carrera con “grandes paquetes” y boxeadores que ya estaban de vuelta, supo aprovechar su momento para erigirse como el mejor. Les ganó a todos sin negarse a pelear con ninguno, aunque fueran superiores a él. O lo habían sido, como Archie Moore, quien también sucumbió ante el “rey del nocaut”.

Retirado invicto de los rings, Rocky Marciano murió trágicamente el domingo 31 de agosto de 1969, un día antes de cumplir 46 años, cuando la frágil avioneta en la que viajaba desde Chicago hasta Des Moines se estrelló contra un roble solitario en medio de un maizal.

Un ahorro fatal

Por una cruel ironía del destino, aquel 31 de agosto de 1969, Rocky Marciano tenía pasaje para viajar en una aerolínea comercial, pero para economizar –tal como era su costumbre– prefirió embarcarse en una avioneta no muy segura, con un piloto inexperto, Glenn Belz, que apenas acumulaba algunas horas de vuelo, y desoyendo las advertencias de que un frente tormentoso se aproximaba a la zona que cubriría el vuelo.

“Estás tratando de ahorrar dinero en los lugares equivocados. Estás arriesgando todo”, le había dicho uno de sus amigos, Bernie Castro.

Era tarde en Fort Lauderdale cuando el timbre de la puerta sonó en North Atlantic Boulevard. Mary Anne oyó a su madre responder. Y subió rápidamente las escaleras después que oyó el grito. Jack Sherlock, el jefe policial de Fort Lauderdale y viejo amigo de la familia, estaba de pie apenas adentro de la casa. “¿Estás seguro de que es él? ¿Estás seguro de que no es Rocky Graciano?”, decía Bárbara, refiriéndose al antiguo campeón de peso mediano con quien su marido era confundido a menudo. En la casa frente al mar de los Marciano, los regalos habían sido envueltos y los invitados habían llegado para celebrar el cumpleaños de Rocky y también el de Bárbara, acontecido dos días antes.

El regalo más dulce de todos estaba esperando ahí, sin envolver. Desconocido por su padre, el hijo adoptivo de 17 meses de edad de los Marciano, Rocco Kevin, había aprendido a caminar mientras su papá estaba fuera y Bárbara había arreglado un escenario de bienvenida que tenía al pequeño cargando los presentes de Rocky hacia él mientras entraba por la puerta.

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