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Roberto Arlt, la literatura a las piñas

En un incierto día de abril de 1900 vino al mundo en el barrio porteño de Flores el autor de “El juguete rabioso”, “Los siete locos”, “Los Lanzallamas” y “Aguafuertes porteñas”, entre otras obras.


“El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad, libros que encierren la violencia de un «cross» a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y «que los eunucos bufen». El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la «Underwood», que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora”. La cita –un fragmento del prólogo de Los Lanzallamas– es del escritor, periodista e inventor Roberto Arlt, quien nació en la ciudad de Buenos Aires un incierto día de abril de 1900.

Genio casi analfabeto, bajo el influjo de sus heterogéneas lecturas –Dostoievski, Ingenieros, Baudelaire, Quevedo, Dickens, Proust– Arlt fue construyendo una literatura marginal y opuesta a la estética dominante, que fue combatida por aquellos que preconizaban el “buen uso” de la lengua para preservar la identidad nacional.

Con todo, como Silvio Astier, el protagonista de su primera novela El juguete rabioso, y como los inmigrantes entre quienes se crió en su barrio natal, el estilo de Arlt entra por la ventana, toma por asalto las bibliotecas con un enérgico gesto de alegría, “como frente a un cadáver, un coro de gitanos”.

Se lo conocía como al loco del mechón negro sobre la frente, que recitaba párrafos de sus novelas a los canillitas, a los parroquianos de los bares y a los desprevenidos peatones con los que cruzaba por la porteñísima calle Corrientes. Pero, por sobre todo, fue un agudo observador de su realidad y un ácido cronista de su época.

Según consta en su partida de nacimiento, Arlt nació a las 11 de la noche del jueves 26 de abril de 1900 en La Piedad (hoy Bartolomé Mitre) 677, en el barrio porteño de Flores. Roberto fue el segundo de los tres hijos del matrimonio formado por Karl Arlt, un alemán con aspecto rudo nacido en Posen (hoy Poznan, Polonia), y Ekatherine Iobstraibitzer, una campesina austríaca oriunda de Trieste y de lengua italiana, quien en sus más secretas fantasías soñaba con tener como marido a un músico como Richard Wagner o a un filósofo como Friedrich Nietzsche.

No queda claro por qué él se hacía llamar Roberto Godofredo Christophersen Arlt, si ése no era su verdadero nombre. Tampoco por qué cambiaba la fecha de su nacimiento en los reportajes y decía alternativamente haber nacido el 2 o el 7 de abril de 1900. “Me llamo Roberto Christophersen Arlt y nací en una noche del año 1900, bajo la conjunción de los planetas Saturno y Mercurio”, escribió cierta vez, prefiriendo las nociones astrológicas a la precisión del calendario, quizás con la intención de contribuir en la construcción de su propio mito.

Lo cierto es que la posibilidad de narrar fascinó a Arlt desde la infancia, inspirado tal vez por los versos de Dante y Tasso que le recitaba su madre. Y se jactaba de que con tan sólo 8 años de edad ya había vendido, por cinco pesos, su primer cuento. Pero el carácter de su padre, un ex militar desertor del ejército prusiano, soplador de vidrio y a la vez capaz de confeccionar tarjetas postales art nouveau, no facilitó la inserción de Roberto en el hogar de la familia, que abandonó en 1916.

Aunque hasta esa fecha había asistido a varias escuelas, sólo cursó hasta el tercer grado de la primaria. Autodidacta e intuitivo, aprendió sobre todo en las calles del barrio de Flores, donde transcurrió su infancia y adolescencia. En una de sus aguafuertes atribuiría años después la culpa de la deserción escolar a su apellido, que con tres consonantes y una vocal –aseguraba– predisponía a los maestros en su contra.

“De los 15 a los 20 años practiqué todos los oficios. Me echaron por inútil de todas partes”, contó una vez. Tampoco le fue bien en  su persistente carrera de inventor, pasión que había de encontrar un eco notable en su obra literaria.

En 1916 inició su trabajo de periodista, con el que intentaría resolver sus problemas económicos y que le permitió relacionarse con los círculos literarios porteños. En esa fecha publicó su primer cuento, “Jehová”. Luego vendría “Diario de un morfinómano” (1920).

Al comienzo de la década del 20 vivió en Córdoba y se casó con Carmen Antinucci, con quien tuvo una hija, Electra Mirtha.

En 1926, Arlt publicó El juguete rabioso, novela sobre un adolescente que se inicia como delincuente y termina como traidor a los suyos. En un tiempo de aparente prosperidad para el país, esa obra (que Arlt había titulado inicialmente como La vida puerca y había sido rechazada por el editor Elías Castelnuovo) parecía hablar de la crisis de los proyectos modernizadores del siglo XIX, que habían convertido a Buenos Aires en una babélica ciudad de inmigrantes, moradores de inquilinatos y conventillos cuya única realidad era la de las calles en que se desenvolvía su lucha por la vida.

Eran la cara oculta de una Argentina agitada por conflictos ideológicos y de clase, amenazada por una crisis económica inminente, observada por los militares que dominarían la escena política a partir de 1930. La excepcional lucidez de Arlt haría de esta primera obra, interpretable como la voz de los postergados por el sistema social vigente, el punto de partida de la novela argentina contemporánea. Pero su valoración se vio afectada durante mucho tiempo por las polémicas que agitaron la vanguardia porteña de los años 20. Su capítulo más recordado es el de las diferencias reales o aparentes que enfrentaron a los grupos de Florida y Boedo.

Las razones de su acusado individualismo pueden encontrarse en sus experiencias personales, que determinaron en alguna medida la visión negativa de la institución familiar y de la mujer que ofrecen sus personajes, su temor de la miseria, la fascinación ante quienes mostraran poseer la fortaleza necesaria para sobrevivir solos en un medio social hostil. El juguete rabioso se alimentaba en buena medida de ese material autobiográfico, y descubría vidas difíciles en un Buenos Aires hasta entonces prácticamente ignorado. Las novelas Los siete locos (1929) y Los Lanzallamas (1931) ampliaron después esa indagación con un tratamiento alegórico que la convertía en una reflexión sobre la sociedad argentina e incluso sobre la condición humana. En 1932, Arlt publicó su cuarta y última novela, El amor brujo, en la que insistió con los personajes obsesionados por la felicidad y a los que la fantasía permite evadirse de una existencia gris.

La felicidad, la pérdida de Dios, el mal, la locura y la condición humana reaparecerán en sus dos volúmenes de cuentos, El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941) y en obras de teatro, como El Humillado (1930), 300 millones (1932), Prueba de amor (1932), Saverio el cruel (1936), El fabricante de fantasmas (1936), La isla desierta (1938), África (1938), La fiesta del hierro (1940), y El desierto entra en la ciudad (1942), que combinan crudo realismo con elementos de la farsa y el grotesco.

Mientras tanto, en 1927, Arlt dio sus primeros pasos en el periodismo como cronista policial del diario Crítica (“Yo era uno de los cuatro encargados de la nota carnicera y truculenta que estaba obligado a hacer un drama hasta de un simple e inocuo choque de colectivos”, relató años después) y, entre 1928 y 1935, el diario El Mundo publicó sus aguafuertes, retratos cotidianos de los personajes de Buenos Aires, escritos en un tono entre cínico y cómplice que enseguida atrajo a los lectores. Tanto que los martes –días en los que aparecían sus relatos–, El Mundo duplicaba sus ventas.

El recuerdo del día en que se publicó su primera columna lo acompañó durante toda la vida: “¡Cuántas preocupaciones cruzaron por mi mente aquel día!”, relataba. “Me había confeccionado una lista de lo que creía debían ser los temas a desarrollar en las columnas, diariamente. Logré reunir argumentos para 22 aguafuertes. Con qué emoción me preguntaba entonces: cuando se agote esta lista de temas, ¿de qué escribiré?”. Está claro que encontró la forma de que su lista de temas no se agotara, ya que escribió artículos durante 14 años. Esos artículos periodísticos fueron posteriormente reunidos en los libros Aguafuertes porteñas (1933) y Nuevas Aguafuertes porteñas (1960).

También publicó sus Aguafuertes españolas, como enviado especial de El Mundo. Arlt también escribió en Última Hora, Don Goyo, Mundo Argentino y El Hogar. Y se jactaba de haber escrito sus libros entre un trabajo y otro.

En 1940, tras enviudar, Arlt se casó con Elizabeth Mary Shine. Y murió de un paro cardíaco el domingo 26 de julio de 1942, en el cuarto de una pensión del barrio porteño de Belgrano, sin poder ver nacer a su segundo hijo, Roberto.

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