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Filmó su propio despido y ganó premio artístico

Por: Claudio de Moya. Gastón filmó sus últimas horas laborales en el local de Rosario. Recibió una distinción del Macro. Ver video.

El guionista escribió: a la empresa no le cerraron los números, bajó la persiana y descargó el costo de la deserción en sus empleados. El actor principal de esa película es Blockbuster, la cadena de alquiler de videos que el año pasado presentó quiebra en su casa matriz de Estados Unidos y dejó de girar los fondos con que subsidiaba a su deficitaria filial argentina, con lo que la arrastró al cierre sacando así del casting laboral a sus 350 empleados. Pero en Rosario, hubo al menos una pequeña revancha, de factura individual: Gastón Miranda se propuso pasar de espectador a protagonista, se filmó a sí mismo durante uno de sus últimos días de trabajo en el local de Sarmiento casi Pellegrini, presentó esas imágenes en un concurso adquisición del museo Macro y así desquitó en parte su rabia con el cuarto premio que le otorgó el jurado. El monto que recibió no llega a compensar la indemnización que junto a sus siete compañeros de la sucursal local tienen escasas esperanzas de cobrar. Sin embargo, pudo socializar su “venganza” privada, como dice, y se dio el gusto de apropiarse del logo de la firma durante los 10 minutos que dura el video. Un tiempo que se duplica cada vez que se proyectan las secuencias y que se multiplicará: el trabajo que como director, actor y guionista tramó cuando el derrumbe se hacía evidente, acaba de ser seleccionado para la muestra competitiva del 18° Festival Latinoamericano de Video Rosario 2011.

“37738 Gastón Miranda”. Así se llama el video y es el número de legajo con que su creador figuraba en los papeles de Blockbuster. Además es metáfora: primero la cifra, segundo la identidad. Pero Gastón también imagina a su trabajo como testimonio de una costumbre que las facilidades sedentarias de la web convertirán en pieza de museo: la de caminar hasta un local de alquiler para ponerle el cuerpo, la curiosidad y algo de dinero al disfrute de una película en casa.

“Responsable de turno en apertura y cierre del local. Atención al público, venta «sugestiva», inventarios, reposición del stock, cobro de caja y arqueo”. Es la descripción de las tareas que Gastón debía realizar en la cadena de alquiler de videos desde su ingreso en 2006 hasta el cierre, en diciembre del año pasado.

“Durante los cuatro años que trabajé en Blockbuster traté de resignificar, de generar una producción propia a través de la fotografía y el video, que es a lo que me dedico y me apasiona. Traté de retomar las situaciones de malestar en las que me encontraba en la empresa, que no deja de ser, o era, de entretenimiento. Bien yanqui, en el que todo el tiempo estábamos ofreciendo promociones cuando sabíamos que el cliente volvería al otro día con quejas, porque en realidad eran una estafa”, rememora Gastón.

La debacle de Blockbuster tuvo un primer capítulo en la casa matriz de Estados Unidos en septiembre del año pasado. La versión local tardó poco: octubre, cuando dejaron de pagar los sueldos. A mediados de diciembre, casi como un cínico regalo de Navidad, se presentó la quiebra en la Argentina y el inicio del epilogo.

Película dentro de otra película

Gastón, sin quererlo, ya se venía preparando para “su” final filmado. “Empecé con el celular, después con la cámara de fotos de 35 milímetros. Me hacía autorretratos ficcionales en blanco y negro dentro del local”, recuerda. También rememora las buenas épocas en el negocio (para la empresa). “Los sábados a la tarde, a veces la gente hacía 45 minutos de cola, como si fuera un banco”. Blockbuster remite las culpas de su declinación a la descarga de películas por internet y la piratería de las copias apócrifas. En Rosario, y con los clientes en retirada, en 2008 cerró el local de Oroño y San Juan. “Nos trasladamos al de Sarmiento y Pellegrini, un poco más chico y con otro target, de menor poder adquisitivo”, relata Gastón. Y cuenta el comienzo del fin: “En septiembre la empresa presenta el equivalente a la quiebra en Estados Unidos, y manda una misma carta a todas las subsidiarias del mundo explicando lo que les ocurría. En un párrafo, anuncian que dejan de subsidiar a su filial en la Argentina, que desde hacía años daban balances en rojo, y a los empleados les aconsejan comunicarse con sus casas matrices. Pero llamamos a Buenos Aires y no nos respondieron”.

Género: drama

“Cuando llega el momento de pagar el sueldo de septiembre, llega un fax firmado por los directivos de Buenos Aires comunicando que algunos empleados no cobrarían porque la empresa carecía de dinero líquido suficiente. Avisaban que nos comunicáramos con el supervisor para conocer la lista, y recomendaban que los que no cobraran se pusieran en contacto con abogados”. El relato de Gastón pone al desnudo el desdén de la compañía por la suerte de sus trabajadores: “En Rosario fue una sola empleada la que entonces no cobró, y era justo la más comprometida porque estaba casada y con hijos”, resalta su ahora ex compañero. Pero anota en la desidia más que en la saña este hecho: la mujer era apenas un número, como el 37738 del video.

The End previsible

“El 17 de diciembre de 2010 se decretó la quiebra en la Argentina. Vino un síndico a Rosario junto a dos escribanos, hicieron un recuento de lo que había, nos pidieron la llave del local de Sarmiento y cambiaron la cerradura”. Sin explicaciones, sin un peso, con la suerte echada. Y echados del trabajo de hecho pero no de derecho, por lo que la mayoría ni siquiera pudo cobrar en la Ansés el seguro de desempleo. “No tuvimos más noticias, sólo la promesa de que el 27 de mayo podría haber novedades” que hasta ahora no llegaron, relata Gastón como siguió este mal film. A esa altura, sin embargo, él ya guionaba el propio.

“Cuando comenzamos con esta situación de incertidumbre, dije: yo acá tengo que ganarme la indemnización que no me van a dar. Y de ahí en más empecé a maquinar, a ver las fotos y los videos del celular que tenía, hasta que imaginé la secuencia de un recorrido de trabajo dentro del local, mandarme alguna macana y con eso cagarme de la risa en la cara de la empresa”, explica Gastón.

“Estuve una semana levantándome a las 5 de la mañana, con nuevas ideas, pero tenía que buscar el momento en que me tocara abrir el local porque no quería comprometer a mis compañeros. No sabía cómo iba a resultar, si me iba a meter en algún lio”.

El video comienza con Gastón poniéndose el uniforme de la empresa. Está filmado con una cámara fotográfica digital, montada sobre el carro donde lleva los DVD para reponer en las góndolas, muchas de las cuales ya lucen vacías. La rutina del trabajo diario está cortada por un par de escenas de “venganza” materializada en las propiedades de la empresa, y hay un llamado telefónico a la tarjeta de débito para que una voz sintetizada responda que ya no hay un centavo. Al principio y al final, el protagonista recita su número de legajo y nombre, con lo que produce un efecto circular. Como los DVD en alquiler. Como tantas historias similares con “los perdedores de siempre”.

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