Ciudad

Regreso a los orígenes con título universitario en mano

Gonzalo Mencía se graduó en la UNL junto a otros 24 estudiantes: todos provienen de etnias originarias.

Por: Guillermo Correa

Gonzalo Mencía es hoy un flamante técnico universitario en Administración de Empresas Agropecuarias. Al menos a primera vista, nada hay de extraño en ello. Pero sólo a primera vista: Gonzalo se recibió y forma parte de los primeros graduados de una carrera que hasta hace dos años no existía en la provincia. Es, además, el único rosarino en la camada de 25 técnicos recién recibidos, y uno de los cinco santafesinos que egresaron: los otros veinte son extranjeros, y atravesaron un duro proceso de selección en sus países de origen. Gonzalo Mencía es descendiente de la etnia qom, los llamados tobas. Y ése es el hilo conductor que los une: todos los graduados pertenecen a comunidades de pueblos originarios. Así a la veintena de estudiantes de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia se les sumaron él y otros cuatro chicos más, como parte de un programa del que la Argentina no forma parte, pero al que logró entrar, casi por la ventana, la provincia de Santa Fe. Es que la carrera, para la cual todos tuvieron becas completas durante los últimos dos años, se armó y dictó en la Universidad Nacional del Litoral.

“Durante el primer semestre vivimos en un convento. Teníamos que vivir en casas de familias anfitrionas. Pero como se presentaron muy pocas y como todo fue muy rápido fuimos al convento Santa Catalina. Después fuimos a vivir a distintos departamentos: éramos 15 hombres y 10 mujeres. Nos separaron en tres grupos de cinco a los chicos y vivimos en tres departamentos. Las chicas vivían todas juntas,” recuerda Gonzalo ante El Ciudadano.

El joven técnico, que a una semana de recibirse tuvo que cambiar radicalmente sus planes y salir corriendo de aquí para allá junto al resto de su familia –a su papá lo atropelló una moto– se hizo un rato para explicar ante este diario qué hará de ahora en más con su flamante título y sus conocimientos.

Aunque formalmente vive en Rosario, y pasó la mayor parte de su vida reciente en Santa Fe, Gonzalo poco y nada sabía del campo: nació en el Gran Buenos Aires, donde se había mudado su familia en busca de un mejor pasar. Y recién a los 15 años –recuerda– tuvo verdadero “contacto con la tierra”.

“Nos fuimos a vivir al Chaco, en una zona donde había todo campo. Estaba en otro mundo, totalmente perdido. Necesitaba la ayuda de otros para cualquier cosa”, rememora.

Y reflexiona que, como le ocurrió a él, muchos otros jóvenes tobas que se mudaron dejaron muchos conocimientos en el camino. “Las comunidades tuvieron que migrar a las ciudades grandes para conseguir un trabajo mejor, que les diera una vida digna. Y durante todo el tiempo que las familias vivieron en ciudades, los hijos se relacionaron con la sociedad y de a poco fueron perdiendo las costumbres. A medida que pasaba el tiempo se fue perdiendo el conocimiento del manejo de la tierra. Y eran comunidades que vivían en el norte de la provincia y que sí o sí tenían que tener conocimiento del manejo de recursos de la tierra, porque es todo campo”, dice hoy.

Curiosamente, él emprendió el camino inverso. De la ciudad se fue al campo, y el campo terminó siendo el eje de su carrera estudiantil. Con humildad, refiere que fue casi “por casualidad”. Y agradece la gestión de la Dirección de Pueblos Originarios de la provincia y a su titular, Raúl Britos.

Ya con el diploma bajo el brazo, Gonzalo va por más. Dice que en las comunidades no sólo se está perdiendo el conocimiento del manejo de la tierra, sino que “gran parte de los miembros no terminaron ni siquiera la primaria”. En ese marco su idea es formar programas de capacitación. “La carrera fue para eso mismo: nosotros tuvimos que desarrollar en forma de tesis un proyecto que les sirva a las comunidades. Yo propuse un centro de capacitación no formal. Es decir, primero enseñar tanto a leer y escribir a los que no saben, y después recuperar poco a poco lo que ellos hacían antes, en cuanto a la elaboración de artesanías y de huertas para autoconsumo y comercio. Sobre todo a los chicos y jóvenes, que son los que van perdiendo la cultura”.

Gonzalo se esperanza: “Si pongo ganas de parte mía y las comunidades me aceptan y ven que lo que yo les proporciono les sirve, va a funcionar”. Y ante una pregunta de este diario da cuenta de que los ancestrales conocimientos agrícolas de las comunidades originarias tienen un nicho de mercado. Y uno que no es menor: los alimentos “sanos”.

“En la carrera tratamos el tema de la explotación de la tierra, sin manejo. Trabajamos en la sustentabilidad de la producción y en la sostenibilidad en el tiempo. Los grandes productores no lo hicieron, y ahora ven que se produce erosión por el mal manejo de suelos y están tomando conciencia. Pero es tarde”, dice resignado.

Sin embargo, a menor escala cree que es posible: “Estamos capacitados en administración de recursos humanos, administración contable, constituir nuestro propio emprendimiento, con buenas prácticas agrícolas y con los animales. Tenemos bastante conocimiento para desarrollarnos”, agrega.

Con todo, tras dos años de estudio también quedó un vínculo fuerte entre los cinco graduados de Santa Fe: a Elba Debera, de Helvecia; Yaquelina González, de Melincué; Jorge Román, de Colonia Dolores, y Robinson Troncoso de Berna los une haber atravesado la misma experiencia que Gonzalo. “Queremos ver si podemos hacer una asociación o una organización donde podamos ayudar no sólo a nuestras comunidades sino a todas. Y ya pedimos que se incorpore Argentina al programa que nos becó, para que incluya no solamente Santa Fe sino todas las provincias”.

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