Espectáculos

Recorridos del pontífice del trash

Por Gustavo Galuppo.- En “Mis modelos de conducta”, el cineasta y escritor norteamericano John Waters reivindica una serie de personajes curiosos y miserables, outsiders y descastados, pervertidos y dementes que influenciaron o fueron parte de su vida y su cine.


La voluminosa y pintarrajeada Lady Divine regentea un espectáculo ambulante llamado La caravana de la perversión, donde se exhiben atrocidades y perversiones de todo tipo con el único fin de asaltar y asesinar después del show a los pacatos concurrentes.  Tras enterarse de que su novio la engaña sale en su búsqueda para sorprenderlo y vengarse. En el camino, taconeando espléndida por los suburbios de Baltimore, es asaltada y violada por dos yonkies, tras lo cual tiene una revelación mística: un niño vestido de rey mago la lleva hasta la puerta de una iglesia. Mientras reflexiona en el interior, sobrecogida por el milagro, es seducida por la misteriosa Mink, “la puta religiosa”, y ejecutan un curioso acto sexual en el mismo banco de la iglesia en el cual Mink le introduce un rosario por el ano. Mientras eso sucede, vemos en paralelo una grotesca y desprolija representación de la Pasión de Cristo descripta además por una Mink arrebatada en pleno éxtasis sexual. Con la muerte de Cristo en la cruz, como era de esperar, sobreviene el orgasmo de las dos mujeres. Poco después, tras una masacre en la que todos los personajes son asesinados, Divine es violada nuevamente pero esta vez por un crustáceo gigante que aparece de la mismísima nada en su living. De allí sale ya convertida en una criatura rabiosa, echando espuma por la boca y asesinando a quien se le cruce en el camino. Finalmente, una horda de buenos ciudadanos acompañados por soldados, fusilan al “monstruo” en plena calle mientras oímos a un delicado coro entonar “God bless América… God bless América…”

Semejante seguidilla de situaciones (de las más memorablemente indecentes y cómicas de la historia del cine) pertenece a Multiple Maniacs, película de John Waters realizada en 1970 junto a su pandilla de amigos salvajes (los Dreamlanders) y filmada en un blanco y negro mugriento por una cámara desprolija de desafectados sesgos amateurs. Desde Mondo Trasho (1969) hasta Desperate living (1977), el excéntrico Waters construyó un destacable cuerpo de películas delirantes, tan escatológicas como graciosas, tan brutales como festivamente trash, delineando con irreverencia un universo deforme poblado de freaks, asesinos, pervertidos y mutantes de toda índole; los deshechos monstruosos del sueño americano que no dejan de funcionar incómodamente como su espejo más brutal y miserable.

Poco después, tras la transición de la híbrida Polyester (1981), y los más sofisticados ejercicios nostálgicos de las musicales Hairspray (1988) y Cry baby (1990), su cine se hace algo mas pulcro y menos agresivo, pero sin abandonar nunca ese gusto por aquel universo de descastados sobre el que seguirá trabajando hasta y haciéndolo  el eje de su cine. No resulta fácil afirmar que John Waters es un gran realizador, pero asimismo no caben dudas de que quien sea capaz de ingresar en esos submundos infernales e hilarantes con la suficiente predisposición, caerá en el influjo de una creación salvaje, tan graciosa como vitalmente desprejuiciada, que opaca a cualquier intento del cine indie norteamericano post ochenta de representar la disfuncionalidad y la desviación.

Mis modelos de conducta, su último libro, que acaba de editarse en argentina por la editorial Caja Negra (sin dudas, el proyecto editorial más remarcable de los últimos años por el nivel de su catálogo), es un recorrido personal por la vida de esos personajes curiosos y miserables, outsiders y descastados, pervertidos y dementes; toda una fauna de amistades y figuras admiradas que fueron conformando ese universo deforme y salvaje plasmado en sus películas. ¿De donde surge toda esa imaginería brutal? Pero aún mejor, ¿de dónde surge más allá del mismo cine como referencia posible?

Y es que lo relatado no circula, como podría esperarse, en torno a las influencias estéticas o formales del cine que fueron configurando los rasgos de su obra, sino que, en cambio, el proyecto planteado se encuentra más arraigado en la conformación de la misma personalidad de Waters a través de esos modelos de conducta indicados desde el título; sus amistades, sus gustos, sus “desviaciones”, sus afinidades, sus puntos de fuga, sus contradicciones. Durante estas páginas los submundos arrabaleros de Baltimore conviven con las estrellas decadentes, la sordidez con el éxito, la mugre con la moda, la violencia con el conformismo, la pornografía con la ternura, y la radicalidad política con un conservadurismo a veces apenas sesgado. Todo un entramado de personajes que va delineando con humor el espectro algo contradictorio de un personaje que se inventó a sí mismo hurgando incansablemente en el glamour escandaloso de la desviación.

Desde un cierto tono de confesión festiva, liviano y ágilmente coloquial, y conjugando siempre la ironía con la ternura, Waters desgrana con humor en cada capítulo los perfiles biográficos de personajes que abarcan un amplio rango, configurado desde el anonimato de los descastados hasta la faceta pública de algunas stars en decadencia. Estrellas de rock trasnochadas, pornógrafos marginales, prostitutas arrabaleras,  madres terribles, asesinos redimidos, diseñadoras de moda freak, artistas sofisticados de dudoso gusto, y drogones de los bajos fondos, conviven en esta trama autorreferencial en la que el autor revisa y a la vez reconstruye su propia figura. John Waters, cuya etiqueta distintiva es la del cineasta de culto, quiere en realidad trascender tal categoría y convertirse en otra cosa: “Estoy cansado de escribir «cineasta de culto» en mi declaración jurada. Si tan sólo pudiese escribir «líder de culto» sería finalmente feliz.”. Así, la ironía que atraviesa cada línea de estos textos, se deja siempre imbuir por ese deseo contradictorio y encantador de constituirse a sí mismo como una star fulgurante de la anomalía. Un “pontífice del trash”, como el mismísimo William Burroughs lo designó alguna vez.

De las más brillantes historias destacan la de Leslie Van Houten, una de las chicas Manson que participó en las masacres de los La Bianca y Sharon Tate; la de Bobby García, pornógrafo marginal dedicado al sexo entre marines, y las de sus héroes de Baltimore, un retrato brutal de los bajos fondos protagonizado por anónimos personajes de vidas miserables.

Mis modelos de conducta presenta además la excusa perfecta para revisar finalmente la obra de Waters, y en ella también descubrir a uno de los monstruos más encantadores y desopilantes que ha dado el cine: la gigante Lady Divine, capaz de representar, entre otras atrocidades pergeñadas por Waters, una extraña violación en la que encarna al mismo tiempo al atacante masculino y a la víctima femenina.

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