Ciudad

A 42 años de la dictadura, nietos cuentan sus historias

Reconstruir al abuelo desaparecido

Emiliano, Lua y Vitu, nietos de desaparecidos, dirán presente este 24 de marzo en la marcha por la Memoria. Y así como en la década del 90 fueron sus padres los que militaron contra indultos y leyes de impunidad, serán ellos a sus 14, 15 y 18 años, los que mantengan viva la llama contra el olvido.


Emiliano Toniolli, Lua Conechny, y Vitu Favalli posan para El Ciudadano. Foto: Juan José García.

Vitu Favalli, Emiliano Toniolli y Lua Conechny nunca faltan a las marchas del 24 de marzo. Van con sus familias, van con amigos y amigas, llevan banderas, cantan y ríen. Ellos tres, como tantos otros jóvenes, levantan las banderas de la Memoria, Verdad y Justicia por las 30.000 personas desaparecidas entre 1976 y 1983. Tres de esas treinta mil, son sus abuelos: Rubén Flores, Eduardo José Toniolli y Alejandro Ramón Pastorini. Hoy se cumplen 42 años del último golpe cívico-militar-clerical, y como cada año, Vitu, Emiliano y Lua asistirán.

Los tres van reconstruyendo de a poco y como pueden las figuras de sus abuelos. Van desarmando y rearmando su historia familiar, que es también la historia reciente y colectiva de la Argentina. En los 90 fueron los hijos e hijas de desaparecidos quienes llevaron adelante la lucha contra la impunidad post leyes de Punto Final, Obediencia Debida y los indultos. Veinte años más tarde, son sus hijos e hijas: los nietos y nietas de personas desaparecidas quienes toman con sus propias manos las banderas de lucha. Este 24 de marzo, estarán allí para gritar por sus abuelos memoria, verdad y justicia.

“Llevo valor, llevo juventud, llevo mi fe en volver, amor”

Vitu siempre supo que en Argentina hubo 30 mil personas que fueron secuestradas y desaparecidas, y que entre ellas estuvo su abuelo Rubén Flores, que militaba en Montoneros. Hace alrededor de un año fue conociendo esa historia. “Fui decidiendo yo cuándo saber, porque hay un montón de historias”. Vitu empezó a militar en El Semillero a los 15 años, cuando todavía asistía a la escuela Nigelia Soria. Hoy tiene 18, está por arrancar la carrera de Derecho y milita en Nuevo Encuentro. En la secundaria estudió música. Vitu toca la batería y participa dándole al redoblante en la murga Modestia Aparte. Desde allí, también milita por un movimiento que la convoca, que la mueve y la llama a ser parte: el feminismo.

A las marchas del 24 de marzo siempre asiste: “No existe la opción de no ir, ya es como una rutina que tenemos”. Ha ido con su mamá o papá y con sus compañeros de militancia. O con su abuela, Laura Repetti. Vitu le dice Babu, con ella tiene un vínculo especial de mucha sinceridad y transparencia, siempre hablan. Para Vitu su historia es un rompecabezas gigante. Fue enterándose hablando con su familia, pero también leyendo libros y viendo películas. Cuenta que cuando su mamá y su abuela declararon en el juicio por su abuelo, ella no asistió. Pensó en la idea de escucharlas hablar sobre los tormentos que vivieron compartiendo una misma sala con quienes cometieron aquellos delitos y dijo: “Yo no quiero enterarme así”.

Producción fotográfica: Juan José García.

 

“Hay todo un detrás y un después de los desaparecidos”, reflexiona. Hace un tiempo fue a conocer La Calamita, lugar donde por cinco días, su abuela, su abuelo y su mamá de sólo 6 meses, estuvieron secuestrados. Rubén nunca fue liberado. Antes de separarlos, él le dejó a su compañera Laura su anillo de casados y pidió una foto de su hija: “Babu le tocó las manos y sintió las heridas de las torturas”. Hace poco, Vitu también entró por primera vez al Museo de la Memoria de Rosario, y lo hizo con su abuela que le dijo lo emocionada que se sentía de que lo hicieran juntas.

De su abuelo sabe que “era muy, muy inteligente” y además “era muy lindo”. Vitu tuvo algunos encuentros con amigos de él, en los que le contaron anécdotas: “Es como construirlo a través de otras personas. Lo voy conociendo sin que esté físicamente”. Su bisabuelo era ferroviario, de oficio y de corazón, y le dijo a Rubén que dejara de militar porque sabía lo que estaba pasando. “Él le respondió: «Vos me enseñaste esto».

A Rubén y a su familia los secuestraron cuando volvían del cine. Antes, estuvieron en la clandestinidad. “Yo tampoco sabía que significaba eso, lo aprendí ahora”.

“Antes me he preguntado cómo tomarlo bien a este tema. Por un lado, es la historia de mi familia, pero por otro lado es la historia del país. Se me presenta esa dualidad cuando estoy marchando y es algo que me toca personalmente. Que crezcan las marchas, que no son como cualquier marcha, me pone feliz. Marchar me pone feliz, orgullosa”. Esa misma dualidad es la que decidió reflejar en algunos de sus tatuajes. Bajo la nuca, uno que conjuga la Luna con el Sol, y en su brazo derecho, una Alicia –de Lewis Carroll– de espaldas en la página que está hablando con el Gato y le dice: “Estamos todos locos”. El personaje de Alicia siempre le gustó y eligió esa ilustración de espaldas “que está mirando a otro lado” porque considera que “lo que define algo no es sólo lo que está por fuera, siempre hay más de una forma de ver las cosas”.

Un 7 de junio decidió hacerse otro tatuaje, que si bien no habla de una dualidad sí desdobló en dos partes. Detrás de una de sus muñecas dice “Llevo” y en la otra dice “Valor”. Es un fragmento de la letra de una canción de Lisandro Aristimuño, que el artista siempre dedica a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. El 7 de junio de 1977, Rubén Flores, Laura Repetti y Mariana Flores fueron secuestrados y trasladados al centro de detención La Calamita, cerca de Rosario. Laura y Mariana fueron liberadas, Rubén sigue desaparecido.

“Hoy vienen por mí, Green lover, hoy hablan de mí, Green lover, ¡corre! Ve lejos de mí, sin culpa, yo voy a parir con mis libros puestos”, dice la canción cuando arranca. Es una de las preferidas de Vitu y tatuar un fragmento en su piel en esa fecha fue para ella una forma de homenajear la lucha de su abuelo.

Esa maldita bahía

Samborombón. Emiliano intenta pero no le sale esa palabra. Está contando la historia de su abuelo Eduardo: hijo de un comerciante, Fidel, y una preceptora de escuela pública, Matilde. Como no quiere que se le escape nada, busca en su mochila un cuaderno donde tiene escrita con birome y letras mayúsculas la historia familiar. Antes de salir de su casa en zona sur, habló con su abuela Alicia para repasar de nuevo los hechos. Fidel era comunista pero no tuvo suerte intentando convencer a Eduardo a que se sume a sus filas. Su abuelo formó parte, primero, de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y luego, de Montoneros.

Emiliano tiene 14 años, empieza segundo año de la secundaria en la escuela Rivadavia. Desde hace un año milita en la UES. Su papá, Eduardo Toniolli, formó parte de la organización Hijos y actualmente es concejal. Su abuela, Alicia Gutiérrez, es diputada provincial. Su bisabuela Matilde “Chocha” Espinosa fue una reconocida Madre de Plaza 25 de Mayo, y junto con Fidel Toniolli fueron parte de los fundadores en Rosario la organización Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y Gremiales. “Si no te digo que tiene que ver con mi familia, te miento”, dice Emi sobre su incipiente militancia. Siempre fue a muchas marchas y en particular a las del 24 de marzo, pero hace unos años recién empezó a entender bien de qué se trataba. Cerca de los 6 años, cuenta, se percató de que su papá Eduardo no le decía papá a quien Emiliano siempre llamó abuelo. Eso le hacía ruido, le parecía raro, así que empezó a preguntar. Fue difícil. Ahí se enteró que Oscar no era el papá de su papá, sino la pareja de su abuela Alicia. De a poco le fueron explicando y él aclara que le costó un tiempo entender. Es difícil.

“Me dijeron que era alegre, pero cuando tenía que ponerse serio, se ponía serio”. Lo habla con su papá y su abuela, les hace preguntas y dice que no le cuesta hacerlo pero aclara que no es lo mismo para todas las personas. Emiliano tuvo la posibilidad de compartir parte de su vida con su bisabuela Chocha, con la que también pudo reconstruir su historia y a su abuelo. Dice que ella le preguntaba a Eduardo por qué salía a militar, por qué hacía eso si no lo necesitaba, y que Eduardo le respondió que no podía vivir con tanta injusticia social: “Esa es una de las cosas que más me marcó a mí”.

“Sentís alivio”, explica sobre las marchas del 24 de marzo: “Te da alegría, es gente como vos a la que le podés dar un abrazo. Es saber que no sos el único, que te apoyan. Te aliviás muchísimo”. A Emiliano lo sorprende que tantas personas que no tienen familiares desaparecidos vayan a la marcha, lo conmueve: “Saber que una de las personas por las que marchan es familiar tuyo, te da alegría”.

Eduardo José Toniolli tenía 21 años cuando, en Córdoba, una patota del recientemente fallecido genocida Luciano Benjamín Menéndez lo secuestró el 9 de febrero de 1977. Su compañera, Alicia, estaba embarazada de ocho meses. Con la ayuda de Matilde y Fidel, tuvo que buscar la forma de mantenerse a salvo para dar a luz a su hijo Eduardo, que nació un mes después y que nunca llegó a conocer a su papá. Luego pasaron años exiliados y volvieron una vez recuperada la democracia.

De acuerdo a declaraciones en los juicios de lesa humanidad llevados adelante en la ciudad por su secuestro, torturas y desaparición, Eduardo Toniolli fue, en el tramo final de su vida, llevado hasta la casaquinta del represor Juan Amelong conocida como “La Intermedia”. Junto a otras personas, fue allí donde lo fusilaron y su cuerpo, junto a otros, fue arrojado en las aguas frente a una costa bonaerense: la bahía de Samborombón.

“Luchar y construir un país para todos es una forma de decirte: Compañero desaparecido, tú no moriste contigo”

Los 24 de marzo, la UES marcha con carteles donde se ven fotografías de desaparecidos. Lua, que durante el año pasado militó en ese espacio, lleva una imagen de su abuelo Alejandro Ramón Pastorini. Tiene 15 años, está empezando cuarto año de la secundaria en el Politécnico y le gusta llevar ese cartel porque siempre se acercan personas que no conoce pero que le cuentan que conocían a su abuelo.

Lua también sabe desde chiquita lo que pasó en su familia. El 7 de agosto de 1976 secuestraron a Alejandro, quien hoy continúa desaparecido. Cuando supo, cuenta, empezó a participar más en la escuela, a contar su historia. Está un poco nerviosa pero no quiere dejar pasar esta oportunidad para hablar de su abuelo. Dice que recién hace un tiempo puede hacerlo sin que se le caigan las lágrimas. Su abuelo, como toda su familia, era médico. Era un psiquiatra que trabajaba en el Suipacha y hay una historia que a Lua le gusta mucho, por eso la quiere contar. “Una vez, una compañera de él llegó al Suipacha y mi abuelo estaba derribando una pared porque la gente internada no podía ver hacia afuera. Y se le fue uniendo gente, para que las personas ahí no estuvieran encerradas y las personas de afuera también pudieran ver”. Lo que más le gusta de esa historia es la necesidad de su abuelo de lograr que esas personas sean un poco más libres, que pudieran ver el exterior. “Esa es una historia que me encanta y desde chiquita le pido a mi mamá que me la cuente y me la cuente y me la cuente”. Cuando habla su sonrisa de oreja a oreja, parecida, quizás, a esa dice que ve en las fotos que tienen de él: “Eso es lo que me gusta saber: que era feliz”.

Producción fotográfica: Juan José García.

 

“Me contaron que era muy hablador”, dice sobre Alejandro que militaba en el socialismo revolucionario: “Era “motivador y decidido, en las charlas, cuando empezaba a hablar, antes de hacerlo se sacaba las zapatillas”. Esos detalles les permiten a estos nietos y nietas sentirse más cerca de esos abuelos que no pudieron conocer.

Su mamá, Nora Lía Pastorini, tenía 8 años cuando lo secuestraron. Lua cuenta que le cuesta hablar, pero que siempre lo hicieron. Los 24 de marzo marcha con ella, pero también con sus compañeros. Ese momento le parece “hermoso”.

Lua tiene claro qué significa que se haga justicia. Es una frase que pintó en la pared de su pieza: “Luchar y construir un país para todos es una forma de decirte compañero desaparecido tu no moriste contigo. Justicia es hacer memoria”.

Este año, por la cantidad de horas que le demanda la cursada en el Politécnico no puede militar de forma organizada y tan activa como el año pasado. Sin embargo, cuenta que saca fotos y que es para ella una forma de militancia. “Me gustaría que se hubiese hecho justicia antes. Eso me pongo a pensar cuando se muere un genocida. Para haber hecho lo que hicieron, tuvieron una vida muy tranquila”, piensa sobre las noticias de las últimas semanas de la muerte de Luciano Benjamín Menéndez y Reynaldo Benito Bignone.

Un oscuro día de justicia

Emiliano dice que si ahora no hubiera genocidas sueltos, las marchas sólo podrían centrarse en el reclamo del Nunca Más. Sin embargo, tienen que estar exigiendo que se los condene y cumplan esas condenas.

Vitu dice: “Me gustaría que se le dé una vuelta más, que sientan más. Los genocidas me parecen robots. Un cachito de empatía… No me parece que el fin sea la muerte. No me pone contenta que mueran, me pondría contenta que sientan”. A Emiliano y Lua tampoco los alegra que mueran, sienten injusto que no hayan pasado más años cumpliendo su condena.

“Hacer justicia es generar conciencia en que no haya un argentino que no sepa lo que pasó. Que haya información, que se conozca, que los responsables se hagan cargo, no más que eso. De esa violencia que pasó no responderla con más violencia, sino mediante la palabras, los actos y las marchas y poner el cuerpo físicamente”, sintetiza Vitu.

El terrorismo de Estado deja secuelas que pueden durar décadas y décadas. Familias desarmadas, personas sin conocer su verdadera identidad, madres y padres que no llegan a ver las condenas de quienes se apropiaron de sus hijos. Los juicios ayudan a reparar. Los encuentros colectivos en las marchas también. Unos sienten alivio, otros alegría, cada vez que marchan. O todo eso junto y más.