Espectáculos

Una mujer apasionada

Quisimos tanto a Glenda: un torbellino de la actuación y la política

Glenda Jackson fue una enorme actriz que con un par de actuaciones fue capaz de alzarse con dos Oscar. De carácter intransigente y decidido fuera y dentro de la actuación, practicó la política, polemizó con Tony Blair cuando la guerra de Irak y dijo que Thatcher fue lo peor que le pasó a Inglaterra


Había sobre todo una forma intensa de hablar y moverse de Glenda Jackson que definió su lugar como actriz, como política después y como mujer diferente sobre todo; esto se daba desde muy joven, cuando su carácter fue haciéndola expresar sin tapujos lo que sentía entre su grupo de compañeros de escuela en Birkenhead, una zona habitada por proletarios y con pocas posibilidades, golpeada aún más por la depresión post Segunda Guerra. En esa época Glenda no toleraba que ningún alumno que calzara zapatos menos roídos que los suyos le pisara los pies dejándola en evidencia cuando las miradas de los otros bajaban hasta allí.

Y cuando todo eso había pasado, la muchachita de quince años perseguía al osado preguntándole en voz alta qué tenía el y su familia para mostrarse superior. Glenda Farrell se llamaba la actriz que su madre –que limpiaba casas por horas– admiraba y por ella llevó ese nombre, pero además tuvo que bancarse que esa abnegada admiradora le insistiese para que probara con la actuación. Aficionada al teatro y al cine, su madre le contaba luego algunos pasajes de lo que hubiese ido a ver y cuando había también una jovencita actuando, le decía que a ella, Glenda, le iría muy bien ese papel, por lo mona que era y por su decidido carácter. Con su padre albañil no tuvo demasiada relación ya que casi nunca estaba en la casa.

A los 16 años Glenda abandonó el secundario antes de quedarse libre por algo que no entendió y llamaron “conducta inapropiada”. No pasó mucho hasta conseguir un trabajo en una farmacia porque se le hacía difícil soportar las recriminaciones de su madre, y porque ansiosa como era, necesitaba estar más tiempo sola para pensar en el porvenir. Su íntima amiga Nancy era miembro de un grupo amateur de la Asociación Cristiana de Jóvenes y de a poco –ella también creía que Glenda tenía cierto talento para la actuación– fue convenciéndola para que probara cómo le sentaba ese mundo.

No pasaría tanto tiempo hasta que ella misma escribió a la Real Academia de Arte Dramático, lo más parecido a lo mejor que había en la época para aprender actuación, ya que contaba con una tradición de grandes actores surgidos de su seno y su visto bueno era una llave para tener otras posibilidades en ese universo. Luego de algunas pruebas, entre ellas algunos pasajes de Macbeth donde se lució, le dijeron que podrían darle una beca. De allí a unirse a la Royal Shakespeare Company y, en 1964, participar en la adaptación que el dramaturgo y realizador Peter Brook hizo de Marat/Sade, de Peter Weiss, todo se hizo puro vértigo.

Un torbellino que nunca paraba

En los primeros años 70 obtendría sus dos Oscar, el primero gracias a la adaptación que hizo el director Ken Russell de Mujeres enamoradas, la novela de alto contenido erótico de D.H. Lawrence, donde se la vio implacablemente seductora en las escenas de desnudos que compartió con Oliver Reed. Un hecho curioso de ese protagónico se desprendería de los comentarios del propio Reed –ya  un actor de cierto predicamento– cuando admitió que la quiso correr de ese lugar por no considerarla suficientemente atractiva, pero la misma noche en que ella recibió su estatuilla dorada, el actor de Los demonios y de Tommy, para citar solo dos títulos de aquellos años y de una larga lista, dijo que trabajar con Glenda había sido una de las experiencias más fuertes que había vivido. “

Es como un torbellino que nunca para”, señaló. En ese periodo filmó también la serie Isabel R., donde encarnó a Isabel I, para lo cual tuvo que raparse completamente porque el personaje de la reina británica debía usar un maquillaje especial. Por ese rol recibiría dos premios Emmy y unos años después se llevaría el otro Oscar por Lost and Found, aquí conocida como Un toque de distinción, dirigida por el experto en comedias con glamour Melvin Frank  y donde compartiría cartel con George Segal. Jackson no recibiría en persona ninguna de las dos estatuillas puesto que siempre sostuvo cierto rechazo hacia la industria cinematográfica norteamericana y sus arbitrarias premiaciones. “Los Oscar me sirvieron mucho para avanzar en mi carrera, pero desconfío porque la industria norteamericana elige solo teniendo en cuenta sus intereses”, había dicho en 2018, a los 82 años, cuando conseguiría también el premio Tony por su actuación en Tres mujeres altas, de Edward Albee.

Desde la política contra el poder

Lo político siempre fue siempre algo importante en la vida de Glenda y tras participar en organizaciones gremiales teatrales, en 1992 salió electa diputada por el Partido Laborista tras candidatearse por la circunscripción donde vivía. Ya con el triunfo de Tony Blair en 1997, Jackson sería parte del gobierno al asumir como secretaria en el Ministerio de Transporte, área que la preocupaba enormemente al considerar que los transportes públicos ingleses dejaban mucho que desear. Y en esa cartera tuvo la oportunidad de lucirse con sus dotes de actriz enérgica ya que sostuvo una extensa disputa con empresarios del rubro y con otros funcionarios de esa área.

En 1999 se candidateó para la alcaidía de Londres y perdió por muy poco, y fue a partir de allí que comenzó a tener ásperas diferencias con lo que se dio en llamar Nuevo Laborismo, que comandaba el mismo Tony Blair, una práctica política a la que Glenda veía cada vez más similar con la practicada por los neoliberales. Pronto se convirtió en una de las voces más críticas hacia  adentro y hacia afuera cuando Blair decidió que Inglaterra participara de la invasión a Iraq. “Tony, ¿creés que el poder te va a dejar participar de sus fiestas?, siempre serás un laborista, no hagas lo imposible para que te quieran”, le escupió a Blair al conocer esa decisión. Uno de sus momentos políticos más memorables fue su diatriba contra Margaret Thatcher cuando se le quiso hacer un tributo en una sesión parlamentaria en 2013, tras su muerte. Jackson no se ahorró epítetos y dijo que jamás el país había sufrido tanto daño social, económico y espiritual como pasó durante su gestión.

Esa actitud le granjearía una pelea con su propio hijo, militante de un sector conservador, cuando dijo que su madre debía volver a la actuación y dejar la política. Ella hizo pública su respuesta diciéndole: “Creo que hubiera sido mejor que vos también te dedicaras a la actuación en serio, porque como político actuás muy mal. Hubo una falla en tu crianza, no sé cuál fue, pero juro que hice todo lo posible para que no estés del lado equivocado”. Dan es el hijo que tuvo Glenda con el también actor Roy Hodges, con el que convivió durante 18 años. Pese a discusiones continuadas vivió hasta el final a unos pocos metros de la casa de su hijo.

Con su genio provocó los torbellinos que halagó Oliver Reed luego de Mujeres enamoradas y no solo en  el campo de la actuación sino también en el de la política con su activa participación. Ya con ochenta y tantos había vuelto al teatro y al cine y acababa de filmar The Great Escaper junto a Michael Caine, cuando la sorprendió la muerte hace unas pocas semanas, a los 87 años, de una breve enfermedad que afectó sus pulmones. Al enterarse de su partida, Carol Vorderman, una actriz compañera de tablas de la Royal expresó: “Se nos fue una incendiaria de la política y una apasionada que también dejaría una marca de fuego para quienes amamos la actuación”.

Comentarios