Edición Impresa

Reflexiones

Qué pretende usted de mí

Tras haber soportado durante más de una década hostilidades procedentes de la región, Estados Unidos parece decidido a convertir a la Argentina en su nueva cabecera de playa en Sudamérica.


Tras haber soportado durante más de una década hostilidades procedentes de la región, Estados Unidos parece decidido a convertir a la Argentina en su nueva cabecera de playa en Sudamérica, reaccionando con celeridad frente al viraje político registrado en el país con la llegada de Mauricio Macri al gobierno.

Viajó hasta aquí el presidente estadounidense, Barack Obama, después de su histórica visita a Cuba y no sólo dedicó loas a la incipiente gestión macrista, sino que además prometió inversiones norteamericanas en estas tierras, destacó los esfuerzos de la Argentina para culminar el litigio contra los fondos buitre e incluso su gobierno respaldó la postura nacional en ese conflicto por la deuda en default al presentarse como amicus curiae en tribunales neoyorquinos. Obama dejó latente además la posibilidad de regresar al país, más específicamente a la ciudad de San Carlos de Bariloche, durante el próximo verano –en febrero de 2017– para disfrutar de unos días de vacaciones una vez que finalice su mandato en Estados Unidos, donde el próximo 8 de noviembre se celebrarán elecciones presidenciales.

En Buenos Aires, el mandatario norteamericano bailó tango, tomó mate y hasta se paró ligeramente a la izquierda de Macri con su discurso sobre dictaduras militares y derechos humanos en América latina el pasado 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

Sin embargo, su gesto más significativo fue haber ungido a Macri como un aliado “crucial” del gobierno de Estados Unidos, llevándolo incluso en andas como el nuevo líder de la región, con Brasil caído actualmente en desgracia por las acusaciones de corrupción que pesan sobre la presidenta Dilma Rousseff y su mentor Luiz Inácio Lula da Silva.

No fue magia

Con la Argentina como cabecera de playa, Obama desembarcó en Sudamérica en el segundo país más importante, alentado por los renovados vientos políticos que soplan en estas latitudes y después de que EE.UU. soportara durante más de 10 años hostilidades de parte de los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro, los argentinos Néstor y Cristina Kirchner e incluso del propio Lula da Silva en Brasil.

No fue magia: se trató aquella de una decisión de política exterior conjunta y deliberada, que forjó una relación tensa y constipada entre el bloque y el gran país del norte y que desencadenó la creación en 2010 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), con el impulso del fallecido ex presidente venezolano Chávez y de Cristina Kirchner.

El grupo, concebido para rivalizar de alguna manera con la Organización de Estados Americanos (OEA), incluye a Cuba y no así a Estados Unidos, que actualmente busca tender puentes con La Habana y mostrarse como un gigante en quien las naciones emergentes del continente ahora pueden confiar, después de algunas tropelías cometidas en tiempos no muy lejanos.

Obama se tomó una fotografía tan simbólica como “tribunera” en la capital cubana con la imagen del revolucionario argentino Ernesto “Che” Guevara de fondo y días más tarde en Buenos Aires visitó el Parque de la Memoria y arrojó flores al río de La Plata, rindiendo homenaje a las víctimas de una sangrienta dictadura militar que el gobierno norteamericano en su momento respaldó. El propio mandatario estadounidense lo reconoció: en aquellos tiempos, la prioridad de Washington era combatir al comunismo en América latina. Cuarenta años más tarde, Obama sonreía para las cámaras con el Che Guevara como telón de fondo en Cuba, un país arruinado por el bloqueo norteamericano.

No será gratis

Obama se comprometió a desclasificar archivos confidenciales de una de las épocas más oscuras de la historia de la Argentina y resaltó el trabajo que lleva adelante Macri para volver a insertar al país en el mapa político y económico global, tras las visitas a Buenos Aires de Matteo Renzi, presidente del Consejo de Ministros de Italia, y del mandatario francés, François Hollande.

Pero, ¿qué pretende Estados Unidos a cambio? Al menos como punto de partida de esta aggiornada relación –¿carnal? – con la Argentina, el gobierno norteamericano dejó en claro su intención de fortalecer la OEA, en detrimento de la Celac probablemente, y en pro de ese objetivo ambas naciones firmaron una declaración conjunta.

¿Cuándo? El mismo día –23 de marzo– en el que Obama ensalzaba a Macri en una conferencia de prensa en Balcarce 50. La canciller Susana Malcorra y el secretario de Estado del país de América del Norte, John Kerry, coincidieron en asegurar que “los principios de la Carta de la OEA –democracia, derechos humanos, seguridad, estado de Derecho y desarrollo para todos los pueblos de las Américas– continúan siendo tan válidos como son sólidos sus valores”.

Ambos funcionarios se expresaron en estos términos apenas días después de que Macri recibiera en la Quinta Presidencial de Olivos al secretario general de la OEA, Luis Almagro, con quien analizó durante 45 minutos “mecanismos para defender los derechos humanos y fortalecer las democracias” en el continente, según se informó a la prensa. Robustecer los vínculos bilaterales con Estados Unidos, por otra parte, podría resentir los lazos entre la Argentina y China, pero ni el eventual interés norteamericano por picotear a los asiáticos posibles nichos de inversión aquí ni el golpe de timón político con relación a la OEA deberían suponer riesgos para la gobernabilidad macrista.

Lucha contra el terrorismo

Distinto sería si EE.UU. pretende avanzar de la teoría a la práctica y sumar a la Argentina como un aliado real en la lucha contra el terrorismo internacional en el campo de batallas: la historia reciente demuestra que al país no le ha ido nada bien cuando en otra etapa de “relaciones carnales” optó por colgarse del estribo de campañas militares ajenas.

Un tiro por la culata: aquel guiño del ex presidente Carlos Menem a Estados Unidos en la década de 1990 ubicó a la Argentina en el mapa del terrorismo internacional y el trágico final de aquella historia resulta de público conocimiento.

Apenas horas después de los recientes atentados en Bélgica, Obama le habló al mundo desde la Casa Rosada, aventuró que el Estado Islámico (Isis) será arrasado y mencionó a Macri en particular y a la Argentina en general como “aliados” en esa lucha contra el principal y más temible grupo terrorista de la actualidad.

Pese a los esfuerzos por evitarlo, Isis golpeó con severidad días atrás en Bruselas y amenaza con nuevos ataques: aquí en la Argentina, voceros de fuerzas de seguridad admiten que no están dadas las condiciones para prevenir eventuales atentados terroristas, después de las infaustas experiencias con la Embajada de Israel (1992) y la Amia (1994).

“Las medidas de seguridad se han mejorado acá, pero estamos lejos de los países europeos e incluso allá siguen sufriendo atentados”, dijo una fuente consultada por NA, quien agregó que en la Argentina “muchas veces se refuerzan las medidas después de algún problema en otro lugar del mundo, pero luego se relajan y se mantienen únicamente vigentes las medidas protocolares”.

“Acá mucha gente entra y sale del país por cualquier lado y si un grupo terrorista quisiera atacar la Argentina, podría hacerlo y con las consecuencias que todos podemos imaginar”, alertó la fuente contactada por esta agencia.

Un llamado de atención

Mientras tanto, Macri procura sumar volumen político desde el exterior para afrontar una etapa compleja en el comienzo de su gobierno: vinieron Renzi, Hollande y Obama, con quienes se fotografió sonriente y en medio de una atmósfera de camaradería, pero está claro que al argentino de a pie la agenda internacional doméstica se ubica a años luz –si se permite la expresión– de sus preocupaciones cotidianas. Inflación, salarios e inseguridad continúan al tope de las demandas sociales, en tanto resultaría crucial –de acuerdo con las opiniones de analistas– sellar un acuerdo definitivo con los buitres en tribunales de Nueva York para comenzar a liberar créditos internacionales presuntamente más baratos para el país, tendientes a financiar obras de infraestructura, planes sociales, etcétera.

El gobierno asegura que el costo de vida comenzará a desacelerarse en el segundo semestre del año, pero el aumento de precios carcome a diario el poder adquisitivo del salario y el clima de conflictividad gremial en ascenso visto en las últimas semanas –sobre todo en el ámbito estatal– podría agudizarse si las negociaciones paritarias no satisfacen las necesidades que esgrimen los sindicatos.

En este contexto, en las dos marchas realizadas el pasado 24 de marzo quedó en evidencia que un sector de la población desaprueba abiertamente el gobierno de Macri y si bien se trata de una minoría en la actualidad, en el caso de que la economía nacional no repunte, ese grupo irá en aumento.

Es cierto, militantes kirchneristas y de izquierda en general transformaron las movilizaciones del jueves pasado en actos partidarios de oposición, pero los reclamos sociales que se escucharon en la Plaza de Mayo deberían ser leídos como llamados de atención para un gobierno que parece despertar hoy más elogios en el exterior que fronteras adentro.

Comentarios

10