En el encuentro entre Marruecos e Irán hubo una imagen que se llevó todas las miradas. Y no fue justamente el golazo en contra de Bouhaddouz que le dio el triunfo al seleccionado persa en tiempo de descuento, sino la de las mujeres iraníes alentando al equipo en las gradas del estadio Krestovsky.
Es una locura siquiera hacer mención, pero desde la revolución islámica en 1979 las mujeres en Irán tienen prohibido acudir a los estadios de fútbol de su país. Por eso el Mundial lo viven de otra manera y es sin dudas un respiro de libertad.
Claro que el “privilegio” sólo lo tendrán las que pudieron viajar a Rusia, ya que las que siguen en suelo iraní no van a poder ver los partidos en ningún espacio público. Tampoco pueden presenciar partidos de básquet, y el vóley depende de la situación, porque en general no pueden presenciar «juegos de hombres». No pueden ir a ver fútbol, porque no pueden ver torsos de hombres «desnudos». Simplemente, una locura.
La opresión a la mujer no sólo tiene que ver con cuestiones deportivas. La desigualdad de género va más allá y se mete en la cama, en el divorcio, en la custodia de los hijos y ni hablar del código de vestimenta y los accesos a los puestos de trabajo. Es una cuestión cultural, dicen muchos. Sí, retrógrada, machista y misógina. Terrible.
Pero las pibas iraníes no se quedan en el molde y salen a la calle a luchar por sus derechos, y allí también los ganan, aunque no son definitivos. En el 2006, después de varias manifestaciones, pudieron ir a ver un partido para la clasificación del Mundial de Alemania. Años más tarde, lograron que se firme una normativa para modificar el ingreso a los estadios, pero como sucede también en nuestro país, los sectores más conservadores que se oponen a las reformas sociales presionaron para que no suceda.
Sin embargo, la pasión puede más y a pesar de correr riesgos de ser detenidas y castigadas por la Policía, las mujeres se las ingenian para entrar a los estadios. Hace unos meses, un grupo de amigas fanáticas del Persépolis, uno de los equipos de la liga local, se vistieron de hombres con pelucas y barbas y pasaron desapercibidas entre la multitud y presenciar la final. Arriesgando todo por la redonda, los disfraces se convirtieron en un arma para las mujeres que lo único que quieren hacer es ver fútbol, algo que en Irán parecen no entender.