La Cazadora

Entrevista

Punk rock y militancia: Giovi Novello, la música y su activismo por los derechos de las infancias trans

Está al frente de Vomitan Glitter, la banda transfeminista que integra junto Julia Pagnutti y Mely Dvylle. Además, es coordinador en la Asociación de Varones Trans y No Binaries de la ciudad de Santa Fe. Desde ese espacio acompaña a niñeces trans y a sus familias


Desde que era chico, Giovi Novello tiene dos certezas. La primera es que su forma de entender la vida está atravesada por la música. La otra, es que es un varón trans. Esas dos verdades sobre sí mismo tomaron direcciones opuestas: una la expuso en los escenarios, haciendo punk desde los 12 años; la otra la mantuvo a resguardo de todes. Creyó que iba a ser su secreto para toda la vida, que iba a tener que fingir para siempre. Hasta que llegó la pandemia. “Nos encerraron a todes y no quedaba otra que encontrarte con tus pensamientos, con tus sentires. Y me di cuenta que era ahora, que tenía que animarme a decir quién era, que me merecía empezar la vida que siempre había soñado”, dijo a La Cazadora. Lo hizo a través de la música, que era la única forma que conocía: empezó a componer y se empezó a poner testosterona. “Todo eso con la ansiedad de saber que el día que la pandemia termine iba a salir teniendo otra cara, teniendo otra voz, teniendo una barba. Y eso me asustaba, pero también sabía que iba a salir socialmente a ser yo, Giovi, quien siempre fui”.

Hoy Giovi tiene 28 años y le pone la voz y las cuerdas a Vomitan Glitter, la banda de punk transfeminista que integra junto a dos músicas: Julia Pagnutti y Mely Dvylle. Además, es coordinador en la Asociación de Varones Trans y No Binaries de Santa Fe, la ciudad en la que nació y vive. Desde ese espacio acompaña a niñeces trans y a sus familias. En una entrevista con La Cazadora, repasó su vida, su carrera y su militancia.

—¿Cuándo crees que empezaste a ser músico?

—Desde muy chiquito tengo un vínculo con la música. A los 6 años mi papá me regaló mi primera guitarra y nunca paré de tocar. Fui aprendiendo de oído y me fui conectando con más instrumentos: un poco la batería, el bajo, el teclado, a cantar un poco más de grande. Hasta el día de hoy es la forma en la que en la que entiendo mi propia vida.

Siempre hice punk, porque creo que siempre fui muy justiciero. Es mi debilidad, me molestan mucho las injusticias y encontré en ese género musical la forma de poder ir con toda esa rabia y transformarla un poco en ternura.

La primera banda la formé cuando cumplí 12. Se llamaba Censorshit. Era 2006 y tenía amigos del barrio con los que me juntaba a escuchar discos, nos compartíamos revistas de bandas que nos gustaban. Yo sabía que quería tener una banda, quería estar en un escenario, quería poder mostrar las cosas buenas que podía sacar de mí la música. Eran todos varones cis y yo. Tocamos durante 16 años sin parar hasta que hasta que comencé mi transición y sentí que mi mensaje tenía que ir por otro lado.

—¿Cuándo comenzaste tu transición dejaste la banda?

—Yo sentía que con mi transición tenía que dejar eso atrás. Entonces empecé a componer. Escuchaba los temas en mi casa y dije: este es el proyecto, no tengo que buscar más. Solamente tenía que encontrar alguien que lo quiera compartir conmigo. Y entonces ahí fue cuando pensé: tienen que ser mujeres o disidencias. Y bueno, se sumaron las chicas.

En ese momento tenía un montón de miedo, porque yo sentía que era dejar atrás algo que a mí me había dado mucho. Pero también estaba dejando gran parte de mi historia atrás. Yo sentía que tenía que abrir un nuevo camino, quizás más real, más auténtico.

Cuando buscábamos el nombre para la banda, nos poníamos a pensar dentro del punk cómo eran generalmente los nombres de las bandas que venían de ese género. Y nos parecía muy gracioso que eran todos bastante asquerosos. Todas las bandas reconocidas de punk tienen nombres como Flema, Sífilis. Queríamos mezclar un poco de eso con algo que tenga que ver con todo el travestaje. Y quedó Vomitan Glitter.

—¿Cómo es el público de Vomitan Glitter?

—Tenemos el público clásico del punk, de la gente que le gusta ese género, que va porque le gusta ese estilo de música, pero también tenemos familias. Tenemos muchas personas trans, muchos varones trans. Y hay algo, que es lo favorito de nuestro público, que es hay muchas niñeces también.

Es muy loco cuando sos una persona trans y te podés referenciar. Vos imagínate que nunca te ves en ningún lado. Todos los niños cis están muy acostumbrados a decir “yo soy como el de la película, yo soy como el de la publicidad, yo soy como el de los dibujitos”. Nosotros no vemos a nadie igual a nosotros. Y cuando vemos a alguien, nos referenciamos. Decimos: “quizás yo de grande puedo ser esto, quizás yo me puedo ver así, quizás yo también puedo estar en pareja”. Ver a alguien que se parece a vos y tener una referencia es todo para la construcción de nuestra identidad.

—¿Cómo es crecer siendo un niño trans?

—Los varones trans somos muy invisibilizados. Cuando yo era un niño nunca había escuchado hablar de que eso podía ser real. Yo lo veía más por el lado de la magia. Durante muchísimos años de mi vida siempre mi deseo de cumpleaños fue ese. Me acuerdo muy explícitamente ser un niño y estar pidiendo como deseo mañana despertarme siendo varón. Desde ese lugar, para poder reparar mi propia historia y la de tantos más, yo me nombro como un niño trans. Porque creo que lo fui, pero que quizás la sociedad no supo acompañarme. Y esa es hoy en día la razón de mi activismo.

Cuando empecé a hacer un adulto pensé que iba a ser mi secreto toda la vida. Pensé que nunca me iba a animar. También hay que entenderlo desde este lugar: uno pierde todo tipo de privilegios. Automáticamente es difícil trabajar, es difícil poder alquilar una casa, es difícil sentarte en una mesa de familia, es difícil estudiar. Y también, como yo hacía tanto que me dedicaba a la música y el ambiente era tan cerrado, tenía miedo de perder eso. Mi mayor miedo siempre fue no ser aceptado o que las pocas personas que yo tenía al lado me dejen de querer.

Lo que hizo la pandemia conmigo fue obligarme a estar solo, y estando solo yo no me podía nombrar distinto. Porque yo siempre en mi cabeza me pensaba como varón, me soñaba como varón, me veía incluso en un cuerpo socialmente visto como masculino. Era muy agotador tener que estar todo el tiempo como en una especie de acting.

—¿Con qué te tuviste que enfrentar cuando decidiste transicionar?

—Con que hay muy poca información. Hay muy pocos profesionales que pueden saber lo que nos pasa. Nosotros no podemos de repente ir a cualquier médico que esté de guardia. No. Primero tenemos que fijarnos si trabaja con el colectivo, si conoce una persona que esté en terapia de reemplazo hormonal, si saben cómo tienen que ser nuestros valores, cuándo estamos sanos y cuándo no. Eso no es fácil. De hecho, yo creo que las personas trans armamos una red de contención justamente por eso. Toda esa red que yo fui armando para informarme fue con otros varones trans, específicamente con la Asociación de Varones Trans, que a la distancia, porque ellos estaban en Rosario y yo estaba en Santa Fe capital, les iba contando cómo me sentía, qué cosas me iban pasando. Muchas veces lo que necesitamos cuando empezamos la transición es ser escuchados, no mucho más.

Desde la orga me guiaron en cómo era este recorrido en el que uno podía encontrar profesionales cuidados. Empecé a entender también qué era eso que tanto decimos de los espacios seguros. Los empecé también a vivir en carne propia, empecé a entender la diferencia entre ir a un lugar y que te traten por tu nombre autopercibido y lugares que no. Empecé a ver también lo expulsivo que era el sistema de salud.

Pero entiendo que es importante dentro de la militancia dejar el mensaje de ir al médico, de hacer las cosas bien. Porque muchas veces nuestra propia ansiedad de querer ver los cambios urgente, nos juega en contra. Vos te inyectás testosterona y al otro día querés de repente tener una barba hasta acá, y no sucede así. Hoy en día, viéndolo desde afuera, con más con más tiempo y más recorrido, pienso que hay que abrazar todos los momentos de la transición, quererse en todos los procesos y entender que lo de afuera no tiene que ver con quién es uno.

—¿Cuándo empezó tu militancia con las niñeces trans?

—Yo sabía que había un montón de varones trans en Santa Fe y tenía ganas de construir un poco esto que ya existía en Rosario, poder hacerlo allá. Hablé con la gente de la Asociación, me dieron la posibilidad de tener esa pata en Santa Fe y empezamos a juntarnos con un montón de chicos trans, que en principio eran más adultos o adolescentes. Pero lo que yo quería era estar con las niñeces trans. Pensaba: “sí, estamos todos acá contando nuestras historias, pero ¿qué pasará con esos niños que están adentro de su casa?”.

Yo sabía que quizás mi historia hubiese sido distinta si yo hubiese entendido lo que era ser trans de niño y sabía que también estaba en mis manos la posibilidad de que los niños sepan que existimos y que son válidos. Así que empecé a trabajar para encontrar quiénes eran las niñeces que estaban en Santa Fe y ponerme a disposición de acompañar a sus familias.

Muchas veces está la voluntad de acompañar en las familias, pero no tienen las herramientas por la misma opresión que vivimos nosotros. Porque nadie te dice que vos podés tener un hijo trans. Yo los veía que llegaban a la orga siempre con un montón de miedo. Miedo de que su hijo la pase mal, de que sufra, de estar haciendo ellos las cosas mal. Y yo siempre les dije que para mí, con que se hayan acercado a querer acompañar, ya es estar haciendo las cosas bien de entrada. Porque, a veces, es eso: amar incondicionalmente. Y eso siempre va a ser suficiente.

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