Ciudad

Teatro sin fantasmas, no es teatro

Presencias paranormales en el Teatro El Círculo: Luisito, una niña y mucha energía dando vueltas

El espacio donde deambulan abarca la sala y el bar Café de la Ópera. Son muchas historias, pero contra las ficciones y tradiciones populares, ninguna de terror. Por el contrario, mencionan almas o fuerzas que generan paz y tranquilidad, afirman las dos mujeres que las repasan


Foto: Franco Trovato Fuoco

Imposible mencionar la esquina de Mendoza y Laprida en Rosario sin relacionarla con el Teatro El Círculo. Guarda parte de la historia de la ciudad y es memoria de la cultura en general, la música, el teatro, su museo en las catacumbas y algo más: como reza el dicho popular, no hay teatro sin fantasmas.

El edificio con numerosas salas, un foyer imponente, un subsuelo con obras de arte de Eduardo Barnes y un bar en la ochava es además el hogar, según atestiguan varios relatos, de almas errantes.

Lo que vive debajo del teatro El Círculo: la fosa con una muestra de las obras del escultor Barnes

Foto: Franco Trovato Fuoco

Gladys Ferrero tiene 82 años y desde hace 22 realiza las visitas guiadas al teatro. Mariela Chiara tiene 50 de profesión arquitecta y con su marido regentean desde hace una década el bar Café de la Ópera. Las dos mujeres le confiaron a
El Ciudadano sus experiencias con esas presencias etéreas entre bambalinas. Pero no son relatos de terror, sino lo contrario: ambas aseguran que no tienen miedo, y que las presencias inmateriales de las que fueron testigos directa o indirectas les dejaron sensaciones de paz, armonía y emociones positivas.

Foto: Franco Trovato Fuoco

 

Luisito o el hombre de la galera, el primer fantasma del El Círculo

Gladys concede que nunca experimentó directamente una situación paranormal, pero pone a disposición las muchas historias que le confiaron. Por ejemplo, la de la amiga que le dijo: “El teatro tiene un fantasma”. Daba para broma apoyada por gran cantidad de ficciones y tradiciones orales, y le respondió que “todo teatro tiene que tener un fantasma, si no, no tiene historia”.

No siempre fue El Círculo. El 7 de junio de 1904, Emilio O. Schiffner inauguró el teatro La Ópera. Cuando murió, en 1930, su viuda se va con las hijas de la pareja, y cuando las chicas se casan se van a vivir a Italia. La madre se queda en Buenos Aires y, en Rosario, un administrador se hace cargo de la sala.

Foto: Franco Trovato Fuoco

 

“Ese es el primer problema”, dice Gladys. Y sigue: “El segundo es que nace el cine sonoro y en la ciudad se instalan muchas salas. El tercero es en 1940, poco después de que estalle la Segunda Guerra Mundial, las compañías europeas no salen más de gira, el teatro no tienen con qué organizar las funciones, permanece cerrado y genera muchas pérdidas. La viuda no quiere saber más nada y le dice al administrador que lo venda, pero no aparecen compradores. Entonces, le propone que cuelgue un cartel (que aún se conserva) de Demolición. Lo iban a tirar abajo a fines del 42, principios del 43. Así, un grupo de hombres que organizaban encuentros culturales en la Biblioteca Argentina Juan Álvarez, conocido como Círculo de la Biblioteca, compran el edificio y lo salvan de la piqueta”.

El boleto de compra venta se firma el 28 de agosto de 1943. Entonces, el nombre La Ópera cede al de Asociación Cultural del Círculo. “Y acá aparece Luisito”, cuenta la mujer encargada de las visitas guiadas en Mendoza y Laprida, un espacio que tiene por su segundo hogar.

La historia cuenta que Luisito trabajaba en la boletería cuando el teatro aún se llamaba La Ópera. Cuando la sala entra en desgracia, por falta de funciones, se queda sin trabajo. Y sin casa. Le ofrecen quedarse a vivir en el teatro, en uno de los camarines. Y allí, en soledad, le llega la muerte.

Una vez que el teatro recupera su vida cultural, muchos empleados, ya de El Círculo, empezaron a contar que veían a un señor caminar con uniforme entre las plateas y otros lugares. “A veces, lo veían parado en el último piso, muy serio y rígido, mirando el escenario. Era Luisito, que no quería irse de su última casa”, interpreta Gladys.

Otros relatos refieren inexplicables ruidos de maderas en los palcos. “En una oportunidad, una señora que limpiaba la sala sintió que la llaman por su nombre, pero cuando se dio vuelta no vio a nadie. ¿Habrá sido Luisito?”, se pregunta Gladys pero no arriesga respuesta contundente: “Quién sabe”

Ya en la actualidad, algunos empleados le contaron a Gladys que estando en el pañol (depósito de los decorados para el escenario) escucharon ruidos muy fuertes, como de algo que se cae y rompe. Le dijeron que, en todos los casos, hurgaron en todo el espacio sin encontrar el posible origen de ese sonido que los había sobresaltado. Gladys vuelve a las preguntas retóricas: “¿Qué fue lo que produjo esos ruidos? No se sabe”.

Mariela acota que Luisito lucía bigotes y usaba galera. Cuando ella llegó al bar del teatro, muchas veces con su esposo solían sentarse en las butacas y admirar la sala vacía. Una vez, cuando otras personas los acompañaron en la contemplación, decidieron tomar una foto del escenario. Al ver la imagen, notaron, dice, la silueta de un hombre con esas características caminando entre las butacas. Mariela agrega que el autor de la fotografía, atemorizado, la borró. Pero el retrato, asegura, quedó grabado en la memoria de quienes lo vieron.

La nena en el quinto piso del teatro, los globos tras una función y la empleada

Gladys cuenta que tras una función de la directora del estudio de Comedia Musicales Nora González Pozzi  habían quedado unos globos en el teatro. Por lo cual un empleado decide atarlos a una butaca. Cuando finaliza la limpieza, se percata que los globos no estaban más. La sala estaba vacía y la puerta nunca se había abierto. “Esa fue la nena”, dijeron Mariela y Gladys al unísono.

Esa explicación remite al quinto piso del edificio. “Dicen que una vez había una señora haciendo limpieza y la tomó de la mano porque la vio perdida, la llevó ante una de las profesoras y le dijo, «aquí traigo a la pequeña que está perdida». Pero la profesora le responde «¿qué niña?» y en efecto, la mano de la empleada no tomaba a ninguna pequeña”, recreó Gladys. Mariela acota que ningún chico quiere ir al quinto piso porque dicen que está la nena.

Ruidos, movimientos y sonidos en el bar Café de la Ópera

Mariela cuenta que hace diez años llamaron a su marido, gastronómico, para tomar el bar. “Las primeras noches, con toda la iluminaria encendida, preparábamos las mesas para el día siguiente, manteles, platos, servilletas y copas. Cuando terminábamos de armar todo y dejar listas las mesas, pasábamos haciendo una recorrida y justo cuando pasabas al lado de las mesas caían las copas al lado tuyo. Nunca al piso, porque estábamos al lado y las atajábamos”, dice la encargada del bar.

También cuenta que ella si vivió situaciones extrañas pero siempre las tomó con calma, humor y sobre todo mucho respeto. “A mí me han llamado del subsuelo, Mari!! Mariela!!! Y cuando voy a acercarme no había nadie”.

Otra de las historias remite a varios años atrás cuando el hijo de Mariela era pequeño y estaba con su primo en la cocina, en el subsuelo. La mujer refiere que los llamó para que suban a cenar y que los niños le pidieron que espere, porque estaban conversando “con un señor” que, por supuesto, ella nunca encontró.

La mujer que trabaja desde hace diez años en el bar y que conoce el teatro ya que ha solido subirse cuando era pequeña al escenario como cantante lírica también describe otras de las situaciones que vivió. Una vez estaba ella y dos empleados del bar en el subsuelo. En el horno se estaban cocinando unos vacíos (corte de carne vacuna).

“Salió la bandeja sola del horno, quedó suspendida en la nada y cayó en la tapa del horno que estaba abierto” y aquella experiencia la vieron asorados los que estaban presentes.

Mariela viaja en el tiempo con anécdotas, que son muchas, cuenta algunas y todas las emocionan. Hace muy poco una chica se acercó a la barra y pidió un agua cuando estaba por pagarla una de las copas que se encuentran enganchadas arriba se cayó. “No estaban amontonadas, no estaban mal colocadas y sin embargo se cayó en la barra”, recalca. “Mi marido me miró y se río y pensamos en broma, no le habrá (por la supuesta alma) caído muy bien”, remata.

Comensales de otro plano

Mariela recuerda que hace unos cinco años se presentaron al café una pareja muy mayor vestida con ropas raídas, arratonadas. Llevaban como unos sacos largos y se pidieron una merienda sentados en unos sillones y una mesa ratona que en la actualidad no están ya que el mobiliario se fue modificando.

Piden pagar, la persona que los atendió les cobra y cuando vuelve a la barra repara en un momento que ellos no estaban más. Habían consumido todo y lo curioso es que la puerta nunca se abrió en ningún momento para entender que se hayan retirado.

Foto: Franco Trovato Fuoco

 

Silencio absoluto y puertas que se abren solas

Mariela tiene muchísimas experiencias. Recuerda una vez donde había mucha gente en el café. Muchos niños que salían de comedia musical, gente en las mesas y de pronto cuando una profesora abre la puerta que conecta el teatro con el café se apagan la radio, se apagan las computadoras, la gente queda en absoluto silencio, todo el bullicio propio de un bar se vio envuelto en silencio suspendido en el aire por unos cinco minutos. Luego todas las puertas comenzaron a abrirse y hacer mucho ruido, ruido imponente. “Se sacudieron como una ola” dice Mariela y enfatiza que fue una energía “muy linda” la que sintieron todos los presentes. Al rato se prendieron las computadoras, la radio y todo volvió a la normalidad.

Las puertas que dividen y separan la cocina (que está en el subsuelo) con el bar son del tipo americanas y se encuentran detrás de la barra. Esas mismas son las que Mariela muestra como se abren y cierran solas muchas veces, incluso para detener esos ruidos ella suele decir: “Bueno, basta”, a modo de grito y ese movimiento cede repentinamente.

La lámpara que cuelga del techo, con un estilo acorde a toda la ornamentación del bar y con un peso importante muchas veces se mueve de un lado para al otro. Mariela adjudica ese movimiento a distintas fuerzas, no naturales. “Si fuera por el movimiento del piso de arriba o de los colectivos que pasan alrededor, la lámpara cuando comienza a moverse se iría deteniendo lentamente de forma pendular, pero se frena en seco”, afirma.

Foto: Franco Trovato Fuoco
Espacios llenos de energía

“El Café de la Ópera es un lugar muy especial, han venido personas con sus sentidos muy desarrollados a ver el lugar, sobre todo en las catacumbas, hay mucha actividad ahí”, destaca Mariela uniendo el bar y el teatro.

Gladys también recuerda y relata que en una oportunidad fue a hacer la visita guiada un grupo de personas que hacían culto a la tierra, que eran descendientes  de pueblos originarios y cuando bajaron a las catacumbas preguntaron si podían abrazarse. Y uno de ellos abrazo el árbol que se encuentra en el patio cercano a las escaleras que bajan a las catacumbas. “Acá hay mucha fuerza, mucha energía positiva, este espacio tiene mucho sentimiento, acá hay muchos espíritus positivos”, enfatiza la mujer de 82 años.

Mariela asiente y agrega: “Nosotros estamos acá, porque fuimos aceptados por los que están en otro plano. Son almas blancas las que están acá”

Sentimientos que emocionan hasta las lágrimas

Gladys y Mariela conversan sentadas en las butacas del teatro. Gladys se emociona hasta las lágrimas y aclara que a muchas personas les pasa lo mismo en el lugar. No lo puede expresar con palabras o de manera racional, pero simplemente a veces estando ahí a ella y a muchas personas que pasan por el lugar les sucede lo mismo.

Cuando Gladys cuenta lo que le sucede, Mariela añade que a ella en ese mismo momento la están abrazando.

Gladys cuenta que una vez en una de las tantas visitas guiadas que ha participado – trabaja en El Círculo hace 22 años- había un grupo de familia proveniente de Chile: se componía por niños, abuelos y un hombre que había perdido a su mujer (y madre de los niños) en un trágico accidente. Habían venido a Rosario y quisieron participar de la visita guiada al teatro El Círculo.  Cuando finalizaron la visita uno de los hombres, abuelo de los chicos y suegro del otro hombre se largó a llorar y abrazó a Gladys. Le dijo que vio a su hija tocando el piano en el foyer.

Y es que el foyer es también visitado (como todos los sectores del teatro y del bar) por distintas almas por los relatos de las mujeres. A lo que se suma el relato de la música Marta Rodríguez quién suele estudiar y tocar piano en ese sector de El Círculo. “Yo siento las presencias y pienso que ya se acostumbraron a mí, supongo que se sentarán a escuchar digo yo”, piensa en voz alta.

Foto: Franco Trovato Fuoco

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