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Preparar el corazón para la Navidad

Por: Presbítero Jorge Nardi

La visita del Papa, el 11 de abril de 1987, cuando la gente se agolpó para saludarlo.
La visita del Papa, el 11 de abril de 1987, cuando la gente se agolpó para saludarlo.

Recuerdo la visita de Juan Pablo II a nuestra ciudad de Rosario el 11 de abril de 1987. Desde el aeropuerto de Fisherton hasta el Monumento a la Bandera se le preparó un camino con una serie de arreglos. La gente se fue agrupando en las veredas para saludarlo. El Santo Padre desde su papamóvil no dejaba de saludar con una sonrisa e impartir la bendición cariñosamente. Cuando llegó al Monumento a la Bandera cantábamos con alegría: “Bienvenido, bienvenido, aquél que llega en nombre del Señor. Gracias por estar conmigo Juan Pablo querido, gracias por traer la esperanza de un mundo distinto;
bienvenido, bienvenido”. Estas estrofas las ensayamos con anticipación y ese día las coreamos con un júbilo inolvidable.

Como sendero de preparación para su visita se hizo una misión popular y elaboraron elementos pedagógicos anunciando a Jesús que llegaba en la persona de su Vicario. Todo se dispuso muy bien. Hasta los mínimos detalles se cuidaron para que ese hombre tan carismático se sintiera en su casa.

El Papa celebró la Misa en nuestra ciudad pidiendo por los laicos que son “la sal de la tierra y la luz del mundo”. Se
observaba que se sintió muy bien recibido. Durante la homilía manifestó: “No puedo ocultar que me embarga una gran emoción por hallarme en esta ciudad, dedicada a la Santísima Virgen del Rosario, venerada en este lugar desde hace más de dos siglos. Me conmueve esta advocación de Santa María, que evoca en el ánimo de los fieles la oración mariana por excelencia; esa oración en la que, en cierto modo, María reza con nosotros, al igual que rezaba con los Apóstoles en el Cenáculo. Me emociona, asimismo, encontrarme dentro de este hermoso ambiente geográfico, bañado por el amplio río Paraná, junto al Monumento Nacional a la Bandera, que enarboló por primera vez el general Manuel Belgrano, dándole los colores del cielo: el color del manto sagrado de la Inmaculada Concepción”. Luego se trasladó al Arzobispado, donde un grupo de sacerdotes recién ordenados pudimos saludarlo al igual que otras personas. Después del almuerzo con los obispos
de la zona, descansó un momento en un cuarto en el que se dispuso un cuadro pintado con el rostro de su madre Emilia
para que lo acompañara.

Antiguamente también sucedía que cuando un personaje importante visitaba la ciudad de Jerusalén disponían una calle larga desde el desierto hasta el lugar urbanizado quitando las malezas, emparejando el terreno y llenando el lugar de todo
tipo de elementos agradables. Eso se hacía cuando tenían una fiesta importante. De allí se inspiró Juan el Bautista para
repetir lo que dijo Isaías: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Rellénense todas las quebradas y aplánense todos los cerros…”.

En este camino a la Navidad también preparamos una nueva llegada de Jesucristo, ya que si descuidamos su presencia sería como un cumpleaños sin el agasajado. Nosotros estamos entre sus dos venidas: la de Belén y la de la parusía. Cada
año se produce lo que San Bernardo llamaba “la venida del medio”. Aspiramos a disponer esta nueva llegada en el corazón.
No se trata de acomodar un camino en la tierra sino en el interior. De él queremos quitar todo lo que esté vinculado con el mal humor y el egoísmo para engalanarlo con la alegría y el amor como un sendero para que nazca de nuevo el Redentor.

El adviento nos favorece para surcar una disposición interior capaz de recibirlo como el único Salvador. El corazón es mencionado en la Biblia no como el órgano clave del aparato circulatorio del organismo sino como el asiento de la sabiduría, de los afectos y las pasiones. Es el centro de cada persona. De él procede lo misericordioso y lo sórdido. La aceptación del que viene tiene que llevarse a cabo allí abriéndole las puertas de par en par, conscientes de que el picaporte está del lado de adentro. Cada uno puede dejarlo pasar o clausurarle el ingreso. Sería penoso que se repitiera lo que sucedió en muchos hogares de Belén que no supieron reconocer al que iba a nacer de María: quien dividió la historia en dos partes. Este año no dejemos de recibirlo con desbordante alegría espiritual.

Para acogerlo convenientemente emparejemos el camino interior quitando lo que nos produce el mal humor con una actitud capaz de impedir que los fastidios del ambiente nos hagan reaccionar negativamente. Antes de dormirnos podemos realizar una visualización para que la virtud de la alegría se exprese en nuestra actuación del día siguiente. Romano Guardini recomendó: “Por la noche, al acostarnos, digámonos tranquila y confiadamente: «mañana estaré alegre»”. Nos imaginamos
lo que significa tratar a las gentes, jugar, trabajar, pasar el día animados y con alegría y libertad, y decimos: ‘así estaré mañana todo el día’. Nos lo decimos varias veces. Éste es un pensamiento creativo, que opera durante toda la noche en el alma, de modo silencioso pero seguro, como los duendes en los cuentos…”.

Preparemos esta Navidad con un corazón lleno de júbilo para amar con obras a los demás. El Mesías sigue viniendo velado en cada persona que se nos presenta. Dispongamos un camino para recibirlo adecuadamente en los familiares, amigos y conocidos, dándoles palabras amables y gestos cordiales que son la clave de acceso a sus corazones. Propongámonos en estos días contagiar la alegría haciendo el bien compasivamente, especialmente a los más necesitados.

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