Ciudad

Cirujas y changarines

Postales del barrio Ludueña Sur

Un recorrido por las calles donde se mezclan vendedores ambulantes, cirujas, clubes de fútbol, edificios viejos y las vías del ferrocarril que parece encapricharse en cambiar el curso de la vida de la zona oeste y norte de Rosario


Desde el año 95, Griselda para en Carriego y las vías del Ferrocarril Mitre. Vende pastelitos, churros, bolas de fraile y empanadas tucas. Llega después del mediodía y se va cuando cae la tarde. El puesto lo heredó de su padre, que trabajo ahí durante cincuenta años. Sentada detrás de su carrito, fuma cigarrillos y observa el tráfico. “Me gusta venir porque acá descanso. Si lo que hago es sentarme y cada tanto atender algún cliente. En cambio en mi casa no paro un segundo”, asegura.

“Nunca hablamos de política, ni de nada que nos pueda amargar. Charlamos para despejarnos”, agrega Miguel, un ex empleado del ferrocarril que hoy se gana la vida con changas.

Se conocen desde hace tiempo y cada tanto él se acerca a saludarla y hacerle compañía.

A esa altura, Carriego es bastante transitada porque cruza la vía conectando la parte Oeste de la ciudad con la parte Norte. Y aunque en los últimos meses cayeron las ventas –afirma Griselda–, no son pocos los automovilistas que detienen su marcha en busca de algo dulce para merendar.

Dos cuadras hacia el oeste, en Carriego y Urquiza, la plaza Carlos Gardel atraviesa su tarde en total soledad. Conocida popularmente como la “Plaza Huevo” por su tamaño y su forma ovalada, funciona más como una rotonda que como un lugar de esparcimiento. Antes alojaba un kiosco de diarios y un puesto de películas truchas.

“Una mañana pasábamos con mi marido y unos compañeros suyos que son correntinos, y vemos a un tipo ahorcado en uno de estos árboles”, cuenta Lorena, vecina del barrio.

“Los policías lo tocaban con un palo y ellos decían que era para ahuyentar los malos espíritus. Capaz tenían razón, pienso ahora, si la plaza siempre está vacía. Algo pasó desde esa vez”, agrega.

Alrededor suyo hay una especie de epicentro comercial venido a menos. La mitad de los locales funcionan y la otra mitad desde hace tiempo están cerrados.

Si se caminan las calles y las cortadas del Ludueña Sur, la parte del barrio que está entre las vías del Mitre hasta Córdoba, y desde Avellaneda hasta el Cine Village, se verá en su paisaje elementos de otros tiempos persistiendo en los días de la actualidad: una casa centenaria de ladrillos vistos sin nunca restaurar, exuberantes canteros de plantas y pequeños arbustos, una serie de rejas y portones de antaño y gran cantidad de carteles olvidados.

El viaducto Avellaneda y las vías del tren, rompen la cuadrícula monótona que es gran parte del territorio de la ciudad obligando a los desvíos y las vueltas.

En la esquina de Urquiza y Pascual Rosas, desde 1950 está el bodegón “Los Muchachos”, donde sirven el vermut a 20 pesos y siempre se puede entrar si lo que se pretende es no ser visto por nadie conocido. Y unos metros se encuentra la entrada del Social Lux, que compite en la Asociación Rosarina de fútbol y en cuyo semillero dio sus primeros pasos el Patón Nahuel Guzmán, arquero ídolo de Newell’s y parte de la selección que viajó al mundial de Rusia.

Por Tucumán, pegados a las vías del Mitre, se suceden Morning Star y ADIR (Asociación Rosarina de Fútbol Infantil), que fue noticia el año pasado en El Ciudadano por ser uno de los primeros clubes de fútbol de la ciudad en estar comandado por una mujer.

El puentecito Lima, en Tucumán y Lima, es al mismo tiempo un lugar pintoresco y de aguante a las adversidades de la pobreza. Se eleva un par de metros sobre el nivel de la calle y su toque de distinción se lo dan sus escalonadas barandas de cemento y los postes del alumbrado público, de los sesenta columnas coronadas con una blanca esfera de vidrio que envuelve al reflector. Hacia la izquierda se inicia calle Lima y hacia la derecha una amplia franja de tierra. Todos los días se juntan ahí cartoneros, changarines, obreros y vecinos.

“Recién terminamos de comer”, dice Alejandro y señala una parrilla vacía con brasas aún prendidas.

Diez muchachos forman una ronda donde el vino y las gaseosas pasan de mano en mano. La mayoría están sentados en tarros de pintura vacíos cubiertos con un cartón que hace de almohadón. El más grande de ellos, que está por cumplir sesenta años, es el único que tiene una silla.

“Arrancamos temprano y salimos a recorrer el barrio. Cirujeamos y limpiamos supermercados, ya todos nos conocen y laburamos siempre en los mismos lugares”, explica Desde el mediodía van cayendo, a medida que se desocupan, y cada uno aporta lo suyo para la comida. Si falta algo lo compran en el almacén que se ubica a un costado del puente. El hielo para las bebidas se los facilitan los vecinos.

“Hace cuatro años que estamos acá. Antes venían más seguidos los milicos y nos ponían contra la pared, nos revisaban…ahora ya no, porque en el barrio nos conocen y nos quieren. No le faltamos el respeto a nadie, y si vemos que alguno está robando lo corremos”, comenta uno de los jóvenes.

Además de llenar la parrilla de los mediodías, los cirujanos del puente, como ellos mismos se dicen, se encargan de juntar comida y ropa para los más chicos de su barrio, la parte más pobre del Ludueña, atrás de la zona del Village.

Uno de ellos tiene un cajón con carcazas de pollo congeladas que le dieron en un supermercado, otro consiguió paquetes de galletitas dulces.

“Siempre rescatamos algo y lo repartimos. Nos da bronca llegar a nuestro barrio y ver que los pibes están descalzos, sin comer”, sostiene Diego, uno de los jóvenes y reparte unos cigarrillos sueltos que acaba de comprar.

Atrás de ellos se ve una calle de tierra que se pierde en las vías. Alzándose sobre el horizonte, se impone la fábrica de lácteos Cortar y, más tímidamente, una serie de casas sin revocar que pertenecen a una especie de vecindad peruana que se levantó en terrenos linderos al ferrocarril.

A metros del viaducto, una familia que construyó su hogar en lo que alguna vez fuera depósito ferroviario toma mates en la vereda y, justo enfrente, una mujer que baja de un taxi hablando por celular se pierde en una cortada. Alrededor la ciudad. Siempre la ciudad.

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