Política

A 19 años del crimen hídrico

¿Por qué inundaron Santa Fe en 2003?

Al momento de inaugurar la obra inconclusa por donde entró el río Salado a la ciudad y en los días previos a la creciente, primaron la rosca política y el calendario electoral por sobre la responsabilidad institucional


Reutemann zafa de las rejas con una Justicia a medida. Foto: Pausa

Por Mariángeles Guerrero / Pausa

Dos aspectos de la inundación de 2003 en Santa Fe son difíciles de explicar a quienes no vivieron la experiencia, ya sea de inundarse, de trabajar voluntariamente en un centro de evacuados o de haber transitado la ciudad por aquellos días: la magnitud del desastre y el origen de la catástrofe.

El desastre

El primer elemento podría resumirse, a grandes rasgos, en tres escenas. Vivís sobre las barrancas de un río, ves un terraplén que se horada por la correntada, llamás a las autoridades y avisás. Nadie viene. Vivís sobre las barrancas de un río, pero de ríos sabés poco, porque el Salado es tranquilo, porque la inundación es algo que pasa lejos, en las orillas, y tu casa está en una calle pavimentada y con cordón cuneta. Nadie te dice. Vivís en las barrancas de un río y una tarde lluviosa escuchás un murmullo: que se viene el agua, pero todavía confiás en la radio y en los anuncios oficiales, entonces el rumor se vuelve ajeno –algo inaudible– y te vas a dormir tranquilo. Nadie te salva.

Ese estado de cosas se rompe en cinco minutos, cuando el agua fría te moja la cintura y no tenés adónde ir. No lo esperabas. No sabías. Tenés miedo y el agua es sucia y turbulenta, escuchás gritos y llantos. No sabés qué hacer y nadie a tu alrededor lo sabe. Te estás inundando en minutos. Cargaste bolsas de arena hasta recién, subiste la heladera a la mesa, pensaste qué hago. La violencia del río avanza sobre la arena, tira la mesa, la heladera y solo te queda caminar a ciegas hacia un pedazo de suelo seco.

Pasás muchos días en una escuela que ahora se llama centro de evacuados, en un departamento que te prestaron o en el techo de tu casa. Pensás en las cosas que perdiste, el esfuerzo de toda una vida de pobre. Pedís comida desde tu terraza a las canoas que pasan o vas a buscar lo que reparten en algún lugar. Tu cabeza pasa de no saber qué hacer a pensar qué hubiera pasado si en lugar de cargar arena te hubieras ido antes, tal vez podrías haber rescatado algo, no sé, una frazada o ropa.

El agua baja y vuelve al río. Ya pasaron semanas, tal vez meses. Volvés a tu casa. Te acordás de que la última vez que pisaste tu vereda seca estabas yendo al laburo, te da miedo pensar qué vas a encontrar porque mientras caminabas ya viste tu barrio destruido, las montañas de muebles podridos de tus vecinos en las esquinas. Y en tu casa no hay nada, o mejor dicho: hay todo, pero todo muerto, la madera hinchada, las fotos borroneadas, la heladera que dejaste arriba de la mesa es un cajón blanco lleno de roña. Y el olor también es a muerto porque no, no te entró agua limpia de río: con el Salado vino la mierda de las cloacas, la grasa subterránea de la ciudad, la bosta de los caballos y las cagadas de las ratas. Esa mezcla de porquería pinta todo de marrón y tenés que salir afuera para respirar, para no vomitar o no seguir llorando.

Después de vivir eso ya no querés acordarte. Porque si te acordás, te hundís. Y tenés que seguir viviendo. Todo fue tan rápido, tan violento que contarlo es difícil porque te seguís preguntando qué hubiera pasado si te hubieran escuchado, si te hubieran avisado, si te hubieran salvado. Ya pasaron casi 20 años y te seguís preguntando las mismas cosas.

El por qué

Cuando las circunstancias personales se piensan colectivamente, la pregunta que sigue es inevitable: por qué pasó lo que pasó. Otra vez, a grandes rasgos, podrían enumerarse: una obra inconclusa, impericia de los gobernantes, falta de un plan de evacuación y de un plan sanitario serio (que incluya la atención de la salud mental) para el después. Todo el borde oeste de la ciudad, el más pobre, se perdió en pocas horas bajo las aguas mientras los funcionarios brillaban por su ausencia.

Hay quienes se atreven a escribir, tras la muerte de Carlos Reutemann, que algunos lo recuerdan por su cercanía a la gente durante la tragedia. No le consta a esta periodista quiénes tienen esa imagen en su retina: sí que estuvo en el Hospital de Niños el mediodía del 29 de abril de 2003 –horas antes de que se inundara por completo– y que se fue, insultado y abucheado por la gente y sin dar respuestas.

Al día siguiente, el gobernador dijo en conferencia de prensa: “No hay registros históricos del río Salado, el parámetro lo estamos midiendo ahora y queda para la historia”. Luego tomó la palabra su ministro de Gobierno, Carlos Carranza, y anunció las dos primeras muertes de las 23 que el Estado provincial reconoció oficialmente, sobre un total de 158. En la cabeza del gobernador, la muerte de dos personas serviría a las generaciones futuras para evitar desastres hídricos. Al otro día repitió lo mismo en la apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura; fue aplaudido de pie en un recinto cerrado y seco, mientras la gente se moría afuera. Los 158 fallecimientos por la inundación –personas ahogadas, infartos, suicidios, secuelas físicas– se registraron entre el 29 de abril de 2003 y agosto de 2004.

La inundación de Santa Fe fue consecuencia de las políticas neoliberales que comenzaron en la última dictadura y que se acentuaron en los años 90. Fue en un recital de Tina Turner que Carlos Menem conoció personalmente al corredor de autos, el Lole Reutemann, y Eduardo Duhalde le dio la idea de proponerlo como candidato para lavarle la cara al peronismo santafesino a principios de esa década. Las elecciones de 1991 eran clave para el riojano y para ganar en distritos como Tucumán y Santa Fe ensayó una fórmula que se repitió luego a lo largo de los años. Convocó a Palito Ortega y a Reutemann –los primeros outsiders de la política tradicional– para ser candidatos en ambos distritos.

Las internas del Partido Justicialista provincial, desgastado por los escándalos de corrupción que signaron sus gobiernos en los años 80 (incluida la destitución del vicegobernador Antonio Vanrell por la compra de juguetes por un millón de dólares a empresas fantasma), ya eran imposibles de ser resueltas puertas adentro. Así se explica la Ley de Lemas que le permitió al PJ sostenerse en el poder hasta 2007. En 1991, Reutemann asumió la gobernación de la provincia y alternó ese cargo con Jorge Obeid durante 16 años. En 1993 fue electo para conducir el PJ de Santa Fe. El corredor no solo supo anclarse en la estructura partidaria sino además generar círculos fieles que siguieron militándolo hasta que se mudó al PRO en 2015.

En 1994, durante su primera gestión, el entonces ministro de Hacienda y Obras Públicas, Juan Carlos Mercier –también funcionario de alto rango en la dictadura– anunció la apertura de la licitación para la construcción de la zona oeste de la Avenida de Circunvalación, entre la Ruta Nacional 11 y la avenida Blas Parera, en inmediaciones del Hipódromo de Las Flores. Esa obra tenía una doble función: vial y de defensa ante crecientes del río Salado. En el proyecto original, se rodeaba la ciudad hasta el norte en tres tramos, pero solo se construyeron los dos primeros. Este último no se terminó; se inauguró con un cierre de mampostería –a la altura del Jockey Club– y quedaron 1500 metros sin defensa. Los planos de la obra indicaban que, en caso de crecientes extraordinarias, había que hacer un cierre provisorio en ese segmento.

La obra sin terminar, e irregularmente licitada, se inauguró el 8 de agosto de 1997: dos meses y medio antes de las elecciones de medio término. El PJ jugaba con Oscar Lamberto como candidato a diputado nacional. El acto tuvo toda la pompa: globos rojos, blancos y azules, corte de cintas y Obeid –el histórico militante peronista, entonces gobernador– levantando las manos de un tímido Reutemann ante las cámaras de televisión. Desde el gobierno provincial decían entonces: “Se construyó un terraplén cohesivo para darle una solución definitiva a las inundaciones provocadas por las aguas del río Salado en épocas de creciente”.

El 10 de marzo de 2003 se produjo un socavón en la Circunvalación a la altura de Santa Rosa de Lima. Los medios informaban que los camalotes destruían los terraplenes inaugurados en 1997 por no tener el mantenimiento adecuado. Ese mismo día, las defensas desbordaron en el norte de la ciudad y muchos perdieron sus casas. Entre el agua y el barro, los vecinos reclamaban lo mismo: hacía tiempo venían pidiendo intervención estatal y no habían tenido respuestas. El cierre provisorio nunca se hizo y por allí empezó a entrar el agua a toda velocidad el 28 de abril por la tarde. El año 2003 también fue electoral y Carlos Reutemann estaba más abocado a la rosca y a bancar la candidatura a presidente de Carlos Menem –su padrino político– que a atender la situación de crisis que atravesaba la ciudad.

El sábado 26 de abril Reutemann había dicho ante las cámaras de Cable y Diario: “Santa Fe capital está muy complicado. Al afectar a zonas muy populosas, diría que el número de evacuados que va a haber en la zona oeste va a ser altísimo. Está entrando agua del Salado, está a punto de cortar la ruta 11, ya cortó la 70 y la 4. A dos kilómetros al norte de Recreo ya está al pelo de cortarse”. Después, cuando fue citado a declarar por escrito en la causa judicial, dijo que desconocía el riesgo que corría la ciudad antes del 29 de abril.

El 27, dos días antes de que un tercio de la ciudad quedara tapada por el agua, se celebraron los comicios presidenciales. El Salado tenía 7 metros de altura. “La situación es realmente preocupante”, reconoció el entonces intendente Marcelo Álvarez a los medios. Reutemann acotó: “Tenemos enorme cantidad de gente con todas sus casas, sus cosas personales afectadas por el agua, gente que jamás ha tenido su propiedad bajo el agua, así que nuestra cabeza está en el tema de la provincia”. ¿Por qué, entonces, no cerraron la obra a la altura del Jockey? ¿Por qué no dieron la orden de evacuar los barrios donde el agua todavía no había llegado?

Tanto al hacer la obra como al momento crítico de la creciente, primaron los intereses partidarios. La información no era solo información: la inundación en la ciudad ya estaba ocurriendo y la ciudadanía fue convocada a votar como si nada estuviera pasando. La mayor parte de los muertos se registraron en el sur de la trama urbana, que se inundó entre la tarde y la noche del día 29. Tuvieron dos días, como mínimo, para elaborar un plan de contingencia. Pero a esa gente el río la encontró durmiendo en sus casas.

Comentarios