Sociedad

Apagando dispositivo

Por ¿desidia? cierra el primer y único Museo de Informática del país y uno de los pocos en el mundo

Dejados de lado por el gobierno porteño, que no les da habilitación, la Fundación Icatec apeló al último recurso disponible tras una década de existencia: una petición en "Change.org", apelando a una presión masiva. Si no surte efecto, una colección única dejará de exhibirse


“Adiós al Museo… Llegamos al final de lo humanamente posible, cerraremos la sala de exposiciones del Museo…”, anunció con evidente tristeza, el fundador y presidente del primer y único museo de informática de la Argentina, que a la par es –o está dejando de ser– el mayor de Sudamérica y uno de los pocos que existen de su tipo en el mundo. A Carlos Chiodini sólo le queda una esperanza y es la que por estas horas quedó precisamente al resguardo de uno de los objetos cuya arqueología se exhibía en el centro porteño: en alguna computadora muy remota se aloja una petición del sitio Change.org, que de inmediato comenzó a recibir firmas de a cientos y cientos en apoyo. Allí se manifiesta la petición “Salvemos al Museo de Informática de la República Argentina”, que está dirigida al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta; a cualquiera de sus funcionarios que tienen responsabilidad en la situación y a quien pueda interceder para evitar la desaparición, en plena pandemia, de un espacio cultural señero para recorrer la historia de equipos que en sus orígenes eran inmensos, prohibitivos y sólo de uso científico o militar, y ahora están en todos los hogares y hasta en todos los bolsillos.

Los motivos del cierre y del porqué la petición se eleva a Rodríguez Larreta son expuestos por el propio Chiodini. “No por no poder superar la pandemia.

No por falta de actividades y trabajo, nuestros voluntarios y amigos siempre están con nosotros, aunque sea de manera virtual. No por falta de dinero, mantuvimos todos nuestros impuestos al día, gastos y la buena voluntad de quienes nos alquilan la sala (vale decir que nunca, por más que lo pedimos mil veces al gobierno de la ciudad, nos bajaron ABL ni recibimos la ayuda prometida, todos estos años… que nunca, nunca, nunca llegó”, escribe el fundador y director.

Y continúa: “No por falta de exposiciones, tenemos armada una a la cual nadie pudo asistir, la inaugurábamos la semana siguiente al comienzo del Aspo.

No por falta de medidas de distanciamiento por el covid, señalizamos todo el Museo, cambiamos la manera de visitarlo, tenemos ventilación cruzada y reforzamos con ventiladores, además de tener patio, para cumplir con las leyes”.

“Cerramos –denuncia– ya que el gobierno de la ciudad no nos da nuestra habilitación, la cual teníamos y arbitrariamente nos fue quitada, llevamos seis meses de trámites y nadie responde en ninguna oficina, además de volver a pagar los impuestos/sellados y contratar al gestor que nos indicó el mismo personal del gobierno de la ciudad…”.

“Como siempre, mantuvimos «los papeles en orden», no podemos abrir nuestras puertas sin habilitación. No se puede y no es correcto. Y no se puede seguir teniendo un Museo cerrado”.

La carta y petición continúa con un agradecimiento a todas las personas e instituciones que intentaron mediar para solucionar la dificultad burocrática –e insólita, ya que no se exhibió razón para el impedimento– que precipita el fin del espacio, cuando antes de la pandemia de coronavirus se había enfocado en uno de los proyectos más ambiciosos de su década de existencia: la reconstrucción de un espejo de Clementina, la primera computadora que existió en la Argentina, y que funcionó entre 1961 y 1971 en el Instituto del Cálculo de la Universidad de Buenos Aires, en la Ciudad Universitaria, con una habitación entera para ella sola y tras largos meses de montaje. Era una Ferranti Mercury, comprada a Ferranti, firma del Reino Unido, y se fabricaron sólo 19, con un costo comercial que hoy equivaldría a 4 millones y medio de dólares.

Luces en la oscuridad

Si bien la recreación de Clementina –se trata de un “mockup”, una réplica visualmente similar lo más idéntica posible a la original en sus partes fundamentales– estaba en fase inicial, el proyecto es descomunal y cuenta con un equipo de trabajo específico. El plan es ensamblar los componentes en base a la información histórica, con documentación técnica –por ejemplo la que ya se obtuvo de la biblioteca del Museo de Ciencia e Industria de Manchester– y manuales, diagramas, fotos. Hasta se hizo el estudio de factibilidad para cada componente del proyecto, con diseño asistido por computadora (CAD) de los paneles.

Pero más allá del proyecto, otras muestras del Museo lograron marcar hitos, que se verificaron no sólo en la asistencia de público sino en los sucesivos saltos en la planta de voluntarios: se cuentan por decenas, y entre ellos hay investigadores, estudiantes, curiosos, aficionados y, claro, nerds.

El Museo comenzó a funcionar en 2010, sin lugar, como muestra itinerante hasta que tuvo una primera sede física –la actual, en Marcelo T. de Alvear 740, en el barrio de Retiro, es la segunda– en buena parte con los equipos que había coleccionado en forma privada el propio Chiodini: tiene dos millares y prácticamente recorren la historia de la informática. En exhibición había cerca de un millar de equipos, de lo más curiosos e impensables a la luz de los dispositivos actuales. Y con una característica fundamental: todos funcionan a la perfección, como lo hacían en origen, tras un trabajo técnico de años, y uno administrativo más vasto para conseguir piezas que hace tiempo dejaron de fabricarse.

Así se llegó a la muestra de una colección casi completa de Apple, entre los 80 y los 90, máquinas Toshiba, Commodore 128, los viejos juegos de Atari, computadoras Amiga, Texas Instruments, MSX. También una máquina de AOC (empresa especializada en monitores), que hizo un clon de IBM: Chiodini refirió que ni siquiera en la central de la firma, en Corea del Sur, quedó una de ellas.

Pero además transcurrieron actividades culturales, conferencias, presentaciones de libros. Y muestras especiales, como la aclamada Game, una expo participativa que recorrió –siempre con pantallas titilando– 40 años de historia de las consolas de videojuegos, desde 1972 hasta ahora, con consolas Atari, Sega, Nintendo o PlayStation, con 18 puestos para jugar, en los que padres mostraban a sus hijos cómo era antes, y viceversa.

Y otro de las muestras más reconocidas, de 2014, se tituló “Hecho en Argentina”, un recorrido por la informática local, incluyendo pioneros dispositivos de fabricación nacional además de extranjeros: se exhibieron modelos de Fate, DreanCommodore , Talent/Telemática, Texas Instruments, Skydata, Czerweny, Microsistemas (que lanzó en 1977, en Córdoba, una computadora de escritorio), Syncorp y la histórica IBM.

Ahora y pese a contar con auspicios –lógicos– de algunas firmas que se cuentan entre los gigantes mundiales de la informática, todo está en remisión. “Gracias amigos, voluntarios, periodistas, empresas y todos quienes apoyaron al Museo durante estos 10 años, pero la máquina de impedir nunca para. Nos veremos, algún día, como antes de 2010, en algún evento itinerante. Por ahora, hasta siempre”, concluye Chiodini, presidente de la Fundación Icatec (Informática, Computadoras y Accesorios Tecnológicos) que representa al Museo.

 

Virus informático

La última muestra que no llegó a abrirse al público al desatarse la pandemia, se titulaba “Spy Space. La guerra cibernética ha madurado. La Guerra Fría ha regresado”, y estaba destinada no sólo a sistemas de espionaje, contraespionaje y defensa. También a “concientizar y fomentar la inclusión social de todas las edades acerca del uso adecuado de los nuevos sistemas de comunicación y los riesgos que estos implican, tales como el grooming, la extracción de datos, hackeo y suplantación de identidad, entre otros”. Y la pregunta cautivante era: “¿Somos conscientes de que estamos siendo vigilados? ¿Y que somos parte de la vigilancia también?”. Y también planteaba un recorrido histórico: “Palabras claves como Enigma, Bletchley Park, MI-5, KGB, CIA, PACO nos acompañan a transitar los distintos hitos tecnológicos y a responder los siguientes interrogantes: ¿Cómo se ganó la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo operaban los espías en la Guerra Fría? ¿Qué rol tiene la tecnología en las guerras modernas? ¿Cómo es un espía hoy en día y qué herramientas utiliza? ¿Cuál es la diferencia con un hacker informático? ¿Cómo funciona la comunidad de hackers informáticos? ¿Cómo contribuyen los gobiernos y las empresas a nuestra seguridad?”.

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