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Poesía bajo custodia

Por: Ana Laura Piccolo.- La escritora Susana Valenti, pionera en los talleres de poesía en la cárcel, contó una de las experiencias más gratificantes que le ha tocado vivir.


Fue pionera en dar talleres de poesía en los penales. Lo hizo con apego durante los últimos diez años y dejó una huella imborrable que se puede palpar en tres libros de poemas que surgieron de Historial de soledades, como se llamó el espacio que convirtió en escritor a más de un interno de la Unidad Penitenciaria Nº 3. Lo que en principio parecía un desafío inalcanzable fue más tarde una de las tareas más gratificantes de su vida. Lo cuenta mientras aclara con orgullo que empeño y convicción alcanzan para “sacar de las piedras agua pura y cristalina”. A un paso de jubilarse, Susana Valenti asume que fue “una señora muy bruja” con sus alumnos, a los que nunca les perdonó un punto ni una coma. Pero también confiesa que detrás de su obsesivo rigor no había más que un amor inconmensurable hacia ellos.

No la movió el anhelo de premios y galardones. Tampoco el utópico afán de “salvar a alguien”. Fue la búsqueda constante de habitar “otros mundos”, la inquietud por “salir del gueto” y un oficio innato de “abrir nuevos espacios” lo que la llevaron a aceptar en 2001 la coordinación de un taller de poesía en la cárcel. En ese emprendimiento, que no tenía antecedentes, había algo de la joven que a fines de los años 60 iba a cantar al hospital de niños de su Santa Fe natal. También de la mujer que a mediados de los 90, ya en Rosario, llevaba estudiantes de música, danza y teatro a las escuelas de barrios marginales en el programa “Las escuelas de arte y la comunidad”, que coordinó para la Secretaría de Cultura. O la que más tarde, cansada de tanto protocolo, fundó el ciclo “Café con letras”, movida que copó bares rosarinos con lecturas de poetas locales.

“Siempre me interesó saber qué pasa en otros lugares que no sean los nuestros”, dice Valenti tras criticar la quietud de sus colegas: “Al escritor no lo movés de sus espacios. Creo que es interesante salir del mundo, del gueto de nuestros círculos. Estuve recirculando más de 30 años entre mis grupos, pero llega un momento en que todo recircula en la ciudad y es una manera de bastardear a la palabra, porque nos aplaudimos y nos criticamos entre nosotros. Por eso es interesante cuando hay aire. Ver qué pasa si voy a un barrio, a una villa, a un penal”.

Para fugarse o volar

“En el penal tenés que poner el cuerpo. Es un trabajo de una entrega corpórea. Yo entraba a las 10 de la mañana y me iba a las 6 de la tarde, porque me sentía tan cómoda y tan querida como nunca me pasó en mi medio, donde siempre uno recibe silencios e ingratitudes. Fue uno de los lugares donde más contenida me sentí. Y lo cuento porque es extraordinariamente terrible. Uno tiene que entrar y ver”, dice.

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“Hay una misma pregunta que hago en la escuela de una villa y después en el penal. Les  pregunto qué es esto, para qué sirve la poesía y señalo una pared. Entonces hago un gesto y levanto los brazos. El chico de la villa me dice que sirve «para volar». El chico del penal dice «para fugarnos». Siempre lo cuento porque es lo mismo: el chico vuela porque está preso del hambre, y el otro se fuga porque está preso de los barrotes. Esto es un alegato de la libertad interior que cada uno tiene”, reflexiona.

Valenti no cree en las musas, asegura que el poeta es también un custodio del lenguaje y corrige todas las veces que considera necesario a sus alumnos: “Hay un porcentaje de inspiración y 99 por ciento de esfuerzo y transpiración. La poesía necesita un gran equilibrio. Tiene que tener concepto. Imágenes. Vuelo. Tiene que tener una palabra precisa. Debe llevar una dosis de emoción. De una gran sensibilidad. Porque marca un puente entre uno y uno, primero, y después entre uno y otro, en la posibilidad de que alguien te escuche o te lea. La gratificación que uno tiene es lograr emocionar a otro”.

“Ellos (por los detenidos) dicen que la poesía es una arquitectura fugaz que llega al corazón. Yo digo que la poesía es un hilo sensible, un puente que moviliza la razón. Porque tenés que elaborar la sensibilidad, la imaginación. Es una postura frente a la vida en serio. Es la facilidad que tenés de conmover y de mover a la gente, movilizarla. Es un espacio de una gran infinitud de muchísimas interpretaciones. Una dimensión que te hace feliz e infeliz, que habla del dolor y el amor, que habla de la muerte como nadie. Es el mejor testimonio que podés dar de tu paso en el mundo”.

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