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Planteos sobre la vida y la muerte

Por: Carlos Duclos

La inmodificable realidad de la muerte es para el ser humano una situación traumática. En más de una ocasión, al pensar en esta instancia natural, se manifiesta el miedo y hasta se evita el planteo de algunas  actitudes o asuntos que se deberían  considerar mientras se goza de vida.

El escrito que sigue pertenece a la señora Edith Michelotti, obstetra, y en él manifiesta algunas de las conductas que se originan después de la partida de un ser querido o de una persona conocida. A través de una serie de preguntas reflexiona sobre una  cantidad de actitudes que mientras se vive en el mundo del apuro y la ansiedad, en una sociedad individualista y consumista, se dejan al margen. De estas actitudes se toma  conciencia cuando se produce la muerte y la persona ya no está entre nosotros.

“La muerte –dice Michelotti–  suele cambiar el color del cristal a través del cual se mira. Si observamos en nuestro pasado el posicionamiento que teníamos con personas  que amábamos, odiábamos, admirábamos o de aquéllas que simplemente renegábamos y que un no lejano día partieron de este mundo, probablemente nos sorprendería nuestro nuevo enfoque.

No es lo mismo la evaluación de las actitudes del amigo díscolo, neurótico, caprichoso, si está vivo o si está muerto. Las posibilidades están abiertas cuando vive. Podemos decirle que lo amamos, o que estamos enojados, o resolver no verlo nunca más. Pocos se detienen a pensar cómo sería si el otro falleciera. Suele ser difícil considerar a la muerte como parte de la vida.

Ante la pérdida irreparable se reubica el análisis de nuestra relación con el que partió. Sea un familiar directo, un pequeño o gran afecto. O quizás un dirigente, un estadista, un profesor. ¿Cuántas cosas hubiéramos podido decirles si una correcta toma de conciencia lo hubiera permitido?

Frases que propone Michelotti a la hora de la partida del prójimo deben tenerse en cuenta: “¡Cuántas cosas no te dije madre, padre, simplemente porque no me di cuenta que las sentía!”. “Sólo entendí todo el daño que me hiciste cuando te acompañé a tu última morada”. “Sólo supe cuánto te amaba cuando partiste”. “Sólo  ahora me doy cuenta de lo que pasaba entre nosotros”. “Sólo ahora comprendo tus porqués”. “Sólo ahora entiendo sus principios”. “¿Por qué la muerte me contó de vos lo que no supo contarme la vida?”

¿La rotunda finalización de las posibilidades del otro nos moviliza al punto de volvernos más lúcidos? “Todos somos mejores cuando morimos”, decían las abuelas sabias mientras se preguntaban si en realidad no sería porque nadie se animaba a hablar mal de un muerto. ¿Cuántos genios pintores, músicos,  artistas, presidentes, políticos lograron reconocimiento o fama después de su partida? ¿Cuál es el manto oscuro que aparece marcando el límite entre la vida y la muerte y cambiando la visión  de las cosas? ¿Es una  escasez de recursos de nuestros pensamientos la que no nos permite la postura adecuada antes de que parta para siempre aquél que de una u otra forma nos importa?

Sencillamente creo que no tendría que ser la muerte la que produjera esos profundos y tardíos cambios. Quizás si nos detuviéramos a razonar, a reflexionar sobre nuestros sentimientos y convicciones, si dejáramos de transitar la vida  como si fuéramos eternos, podríamos lograr algo de equilibrio ante el natural pasaje.

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