Ciudad

La tetera

Pinkwashing: salir del clóset neoliberal

La proliferación de eventos de marketing y turismo LGTB buscan transformar a las identidades de género y sexualidades disidentes en una experiencia individual por encima de las luchas colectivas hasta convertirse en una mercancía más.


Por Leila Zimmermann

Hotel Alvear, pleno barrio porteño de Recoleta. 9 am. Acto de apertura con cocktails de bienvenida, para luego darle comienzo a las conferencias dirigidas por paneles ejecutivos, fundaciones y empresas de nivel nacional e internacional, con intervalos de coffee breaks sponsoreados por IBM y Delta Air Lines.

La escena podría parecernos una especie de charla TED high class mezclada con empresarios oligopólicos que disfrutan de sus ¿bocadillos salados? mientras intercambian tarjetas de contactos entre colegas. Se trata de la GNetwork 360, el evento de marketing y turismo LGBT más grande de Latinoamérica que tiene el objetivo de compartir (según muestra su página web repleta de colores llamativos y disertantes de difícil pronunciación) “las experiencias más exitosas sobre las últimas tendencias”.

¿Desde cuándo la comunidad LGBTIQ+ (las siglas que reúnen a Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans, Intersexuales y Queer) ha pasado a las filas del consumo de masas y el interés empresarial? ¿Acaso la identidad es sólo un producto de consumo más en las góndolas de la posmodernidad?

A ver, vayamos de a poco

Ernesto Meccia, sociólogo argentino, escribió un libro titulado “Los últimos homosexuales”, en donde retrataba a distintos hombres que vivenciaron contextos históricos muy diferentes para desarrollar su sexualidad: la dictadura de 1976 y la década menemista de 1990. ¿Dónde está el cambio?

En que, para el autor, la gaycidad es un fenómeno más actual y atravesado por una cultura del consumo que se potenció enormemente desde los ‘90: nacen los boliches y bares gay friendly, marcas de ropa con la bandera del orgullo en sus vidrieras, y nuevos filtros sociales en lo vincular.

A Meccia le llama la atención cómo a los homosexuales de más de 45 años, que pasaron de frecuentar las teteras mientras Videla estaba en el poder y alegrarse de al menos encontrar a una persona como ellos entre tanta clandestinidad y persecución política, terminaron atravesando por la fuerza un momento actual en donde (paradójicamente) entre tanta libertad y visibilización se hace compleja la tarea de encontrar el deseo desde formas no tan materialistas (el tener auto, casa propia o vestirse con determinadas marcas se convierte en los ejes centrales de las charlas de primeras citas en un bar). Inclusive podríamos hacer un paralelismo con el 2019 pensando en aplicaciones virtuales como Grindr o Tinder.

¿Cómo adaptarse a esos nuevos códigos sociales sin tener nostalgia por otras épocas en donde, según algunos de los entrevistados por Meccia, te jugabas la vida conociendo a otros homosexuales? ¿El contenido político del accionar homosexual que predicaba Carlos Jáuregui en los ochenta fue dejado de lado?

Por momentos pareciera que en las lógicas del sentido común, la aprobación del matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género cerraron un debate respecto a la discriminación hacia la comunidad LGBTIQ+ y las necesidad de salir a la calle a reclamarle al Estado por nuestros muertxs y perseguidxs: desde la desidia por la falta de políticas públicas respecto al VIH hasta el travesticidio de Diana Sacayán, pasando por los besos lésbicos que fueron motivo de detención policial en la estación de Constitución en 2017 (con la reciente condena a un año de prisión en suspenso para Rocío Girat) y el gas pimienta dirigido hacia un grupo de marikas y lesbianas dentro de un boliche de la ciudad patagónica de El Bolsón, mientras transcurría el 11º Festival Diverso y Disidente este último verano.

Las leyes no son el punto final a la negligencia de este sistema heterocisnormado que rige nuestros deseos, nuestras ganas de experimentar y autoexplorar nuevas maneras de movernos en el mundo. No elegimos el contexto en el que nacemos, pero sí podemos agenciar y activar colectivamente la forma en la cual nos movemos dentro de él. Y ser parte de la disidencia en un contexto de gran auge de las derechas neoliberales a nivel latinoamericano no es pequeño detalle en esta cuestión. “Me apesta la injusticia y sospecho de esta cueca democrática, pero no me hable del proletariado porque ser pobre y maricón es peor”, gritaba desde las marginalidades chilenas Pedro Lemebel en su Manifiesto.

Detrás de las cortinas de humo del pinkwashing en los shoppings que flamean sus stencils de arcoíris y sus slogans del edulcorado y utilizado hasta el cansancio “love is love”, se esconden las intencionalidades de individualizar la experiencia LGBTIQ+ hasta el punto de convertirse en una mercancía más. Y la GNetwork360 es la demostración de cómo ese entramado de proyectos empresariales está más activo que nunca. Organizarnos colectivamente para romper esa barrera es el próximo desafío.

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