El Ciudadano #23Años

Decir y hacer

Periodismo post-pandemia: nunca es tarde, pero es ahora


“Ya es tarde, no hay futuro”, se escucha por ahí a diario. ¿Dónde quedó aquél siglo por delante que nos prometieron? Eso también fue mentira. La complejidad de las variables que determinan los modos de comunicación de cara al paso de la peor pandemia en décadas puso a los medios cooperativos y autogestivos en una encrucijada. Sobre todo, porque post pandemia y posverdad juegan a ser un par dialéctico que se lleva bien, que coquetea con un presente donde la incertidumbre es transversal a todo.

Mientras no quedó otra más que tragarse los sapos de algunas decisiones arbitrarias y complacientes del Estado nacional que privilegió con sus apoyos económicos a las grandes empresas, en su mayoría hegemónicas, perdiéndose una oportunidad histórica de cambiar de algún modo el rumbo de la comunicación en la Argentina donde, durante el macrismo, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue estratégicamente diseccionada para granjearle aún más poder a esos mismos  monopolios, las cooperativas apenas si pudieron expresar la urgencia de ser contempladas dentro de las políticas de subsidios que fueron magras, casi inexistentes.

Pero el camino es el mismo, es uno, quizás más que el camino principal se trate del atajo empedrado y lleno de pozos de siempre; ese mismo por el que transita, de a pie, un enorme sector de la sociedad que no ve reflejadas sus problemáticas, necesidades e intereses en esos otros medios que muchas veces se vuelven uno solo y con un discurso en tono de coro trágico.

La reconfiguración de algunos medios devenidos en cooperativas, como sucede con El Ciudadano desde fines de 2016, fue de la mano de la otra gran pandemia que padece el mundo: el regreso del neoliberalismo más feroz que dejó a muchos medios de comunicación y a miles de trabajadores en el camino en los últimos años.

Algunos pocos de esos medios lograron salir adelante como cooperativas, una tarea de una complejidad profunda, constante, cambiante, donde el apoyo de los distintos niveles del Estado es imprescindible, sobre todo si se piensa a esos medios como parte de la reconstrucción del tejido laboral y de la comunicación frente al inexorable desafío que implica el ejercicio periodístico en el contexto de un mundo en crisis en la mayoría de los aspectos. Y sumado a eso, las limitaciones asfixiantes que desencadena el monopolio del papel, independientemente de que los diarios en papel puedan tener sus días contados.

Una obstinación: sostener el capital simbólico de más de dos décadas

Más allá de que la pandemia no cambió nada y lo que hizo fue visibilizar la desigualdad que atraviesa el mundo del presente, donde la contradicción es un signo instalado y aceptado; donde la grieta, que está desde que conviven el bien y el mal, sigue favoreciendo a unos pocos, y donde la comunicación se fortaleció, junto con otros hábitos de consumo, como un gran negocio, las crisis se vuelven, algunas veces,  oportunidades para encontrar los pocos intersticios por los cuales los medios cooperativos pueden asomar la cabeza.

Por lo tanto, la tarea de El Ciudadano seguirá siendo la misma, ya una obstinación: sostener el capital simbólico de más de dos décadas, porque no hay duda de que eso es colectivo y de las y los trabajadores incluso antes de ser una cooperativa, y al mismo tiempo mantener viva una forma de incomodar, con otras voces, a los que están del otro lado de la vereda, algo que resignifica el sentido basal de la tarea periodística.

En este tiempo de post pandemia, y más que nunca, hay que desmontar con la verdad la trama siniestra de mentiras que construyen las grandes corporaciones mediáticas, algunas, como pasa en Rosario, de dimensiones colosales. Nunca es tarde, pero es ahora; ya no es una elección sino una obligación.

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