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Perdedores, humor, telenovela, un universo propio para sentirse escritor

En su primera novela Las mujeres no peinan caballos, Federico Aicardi, quien escribe guiones para radio, cine y teatro, percibe que comienza a moverse con soltura en la narrativa literaria a partir de dar cuenta de aquellas vivencias que lo movilizan


Paula Turina / Especial para El Ciudadano

 

Las mujeres no peinan caballos, publicado por la editorial Casagrande es el primer libro del rosarino Federico Aicardi. Federico es licenciado en comunicación social y sacó su primera novela en octubre del año pasado aunque sus primeros cuentos se podían leer en revistas literarias y diarios de la ciudad.

La escritura es fundamental en su vida. Aicardi trabaja como guionista del programa <Falso Vivo< en Radio Universidad; en diciembre escribió su primera obra de microteatro Kevin para el ciclo La Raíz y en enero, también en el mismo ciclo y escrita por él, El bebé de Rosemary. Además, escribió dos obras de teatro: Tiempo muerto y Erotomaníaca. También finalizó su primer guión cinematográfico llamado Hambre< (al final todo se llena) y es profesor de la materia Producción Radiofónica en Comunicación Social. Aunque escribe en distintos formatos, Aicardi cree que todo forma parte de lo mismo. “Lo que hago es inventar historias con distintos formatos pero el norte que me interesa es ese, las historias, la construcción de personajes. Creo que la escritura es una cuestión de incontinencia o necesidad”, afirma.

 

Una obsesión pequeña

Pero, ¿cuándo fue el momento en el que Aicardi empezó a escribir literatura? “Mi mamá era doctora en letras, entonces había muchos libros en mi casa y mucha literatura. Pero nunca había pasado por un taller literario. Cuando empecé el taller de Pablo Ramos me di cuenta que había escrito muchas cosas pero que no estaban buenas, el taller fue un antes y un después para mi escritura. Ahí me tomé en serio el oficio de escribir, que es mucho más complejo que el hecho de escribir cosas”, cuenta.

Federico dice que escribe mucho en su cabeza, que tiene una idea y la va elaborando. No puede estar seis horas sentado intentando escribir sino que un día, cuando aparece la idea, la escribe, la deja y vuelve al otro día para continuar, relee y así va avanzando en su material. “El momento de creación empieza cuando uno ya está pensando en la idea. Escribir no es sentarse y escribir nada más, sino que empieza como una obsesión pequeña que da vueltas en la cabeza”, sostiene.

 

Elección: escribir con humor

Las mujeres no peinan caballos es una novela de 149 páginas que cuenta la historia de Tino, un tipo de casi treinta años completamente desvalido. “Creo que los personajes heroicos ya no van más. Tino es puro defecto, tiene muchos problemas, pero era la única forma de contar esta historia de manera casi imputable, va por la vida sin pensar nada de lo que hace porque si lo pensara no lo haría”, cuenta el escritor sobre el personaje principal de su novela. El germen de Las mujeres no peinan caballos comenzó en 2013 y terminó de escribirla y corregirla en 2017; asegura que en principio la idea era un texto escandaloso pero que luego fue bajando ese tono. “El germen era el desborde que vivía en ese momento, en esos años”.

La novela es una sátira que posee un tono irónico y que la atraviesa por completo. Sin perder el humor en ningún momento, muestra algo de lo políticamente incorrecto. “Creo que todo lo que escribí después de esta novela no es tan extremo, pero sí, en mi vida en los momentos en donde más seria se pone la cosa cuento un chiste, para poder descomprimir. No puedo hablar tan trágicamente de todo porque si no es insoportable. Cuando uno busca un estilo de otro escritor, cuando decís «voy a escribir como», te sale mal. Esto soy yo, esta es mi manera de escribir. No puedo escribir sin humor. Es mi forma de ver las cosas. Ahora tengo la idea de escribir una novela de terror en la que voy a trabajar con Leo Oyola y creo que algo de humor va a salir igual. Creo que uno se da cuenta de cómo es como escritor cuando acepta el universo que le es propio. Creo en eso, en aceptar cuál es tu mundo y tu manera de contarlo”.

 

En el principio, el fracaso

Sobre la figura de antihéroe que encarna Tino y si cree que tiene una relación con cierta literatura norteamericana, Aicardi confiesa que ama a Raymond Carver, John Cheever y a toda la literatura de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta norteamericana, como así también la literatura de Roberto Arlt, de quien leyó toda su obra, incluso las obras de teatro. “Admiro a estos escritores pero creo que mi novela no se acerca ni un poco, tal vez sí a la idea de antihéroe, y a esa sensación de que empezás leyendo el libro sabiendo que el protagonista va a fracasar desde el principio”, asegura.

Por otro lado, el protagonista tiene un vínculo conflictivo con su padre que lo presiona con mandatos machistas. Acerca de esta relación el autor explica: “El padre lo pensé como un arquetipo. La mamá se queda adentro, el padre sale a trabajar, la mamá se queja con el hijo y el padre no la deja salir a la madre. Tino con la única persona que habla amorosamente es con la enfermera trans, es el único momento donde tiene un sentimiento más puro, porque en general todos los personajes tienen algo oscuro que contar. La idea era poner en ridículo ciertos estereotipos y ciertos mandatos, a cierto estereotipo de varón. Y aunque Tino quiere cuestionar al padre, en realidad termina repitiendo lo mismo, él piensa que va hacer más feliz a la madre sólo con más plata, siendo el proveedor, como es el padre”.

 

Vivir la novela

Aicardi afirma que no puede despegarse de los programas de televisión que lo han marcado, por este motivo, el título de la novela refiere a la novela que Tino y su madre miran juntos. “Me encanta el universo de las telenovelas, incluso las miraba con mi abuela y con mi hermana, más allá de que siempre pase lo mismo, son formatos que sirven. Por qué negar cierta basura que uno consumió y no utilizarlo para escribir. En este caso, Tino quiere vivir esa novela, es su único imaginario de felicidad. Creo que lo ridículo que nos ha constituido, como las novelas rosas, puede utilizarse en la escritura. La televisión está bastante bastardeada pero creo que hay cosas que están buenísimas y si sabemos cómo aprovecharlas es un mundo para investigar”, comentó el autor.

 

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