Automovilismo

Informe Especial

Pechito López: heredero de un trono vetusto

El cordobés acarició su sueño de correr en F1, pero no pudo. Volvió al país y triunfó, regresó a Europa y hoy crece y crece.


Como los ciclos de la vida, muchas veces, en los deportes también se viven momentos pendulares que acercan o alejan a los diferentes intérpretes a un estado de éxito en continuado. Con rasgos de permanecer in eternum sobre las retinas de los seguidores, la creencia popular bien podría confundir años de vacas gordas con una condena existencial sellada por el fuego divino de la victoria, del éxito. Cuando el talento, la pasión, la planificación y el esfuerzo de todas las partes encuentran un punto en común, los resultados terminan siendo, apenas, una consecuencia. Una instancia inevitable. Eso sucedió con la faena argentina en el automovilismo de puertas afuera en la década del cincuenta, con Juan Manuel Fangio y Froilán González como abanderados. Luego, sobre los setenta y el inicio de los ochenta, el nombre de Carlos Reutemann alcanzó la plenitud plantando la bandera argentina bien alta, otra vez. Después: la nada misma. Proyectos bien o mejor encaminados reflejaron un país de realidades confusas, con voluntades en soledad y espejismos notorios.

Pero en el más árido de los desiertos siempre hay esperanzas para la vida. Con los pilotos argentinos padeciendo la realidad de un país que se caía a pedazos, los años dos mil poco tuvieron de elegantes. Allí, con un perfil muy bajo, José María López iniciaba su derrotero por Europa con el sueño de alcanzar los máximos niveles de competitividad que un piloto pudiese ostentar.

El sueño de llegar a la Fórmula 1 era demasiado tentador, sobre todo después ser apuntado por Renault como parte de su programa de desarrollo, e incluso aún después de desarrollar la máquina con la que Fernando Alonso se alzara con su título del mundo. Pero ese sueño se derrumbó: “Cuando me bajaron del proyecto Renault para F1, me acuerdo de que estaba en Oxford, Inglaterra, sentado en un living y sin saber qué hacer. No sabía nada de la vida, tenía 23 años y me había pasado 14 corriendo. No tenía amigos, no sabía de negocios y tuve que volver a mi casa, en Córdoba, y a pedirle plata a mi papá para ponerle nafta al auto”, alguna vez compartió “Pechito” reviviendo aquella encrucijada.

Por fuera de eso, volvió a levantarse y a seguir. Con el horizonte sobre sus ojos, encontró un lugar que lo acobijó en un momento delicado de su carrera. Su regreso a la Argentina para ser parte del TC2000, Top Race y Turismo Carretera lo fortificó en su madurez, le permitió aplicar su experiencia de piloto de índole internacional y bajarlo a una cotidianeidad siempre incomoda, donde muchos le tendieron la mano; donde otros lo miraron con la mezquindad con la que se mira a un sapo de otro pozo.

Volvió y fue campeón, pero el golpe más duro aún estaba por llegar, y vendría desde los Estados Unidos, cuando le confirmaron que el equipo USF1 con el que debutaría en Fórmula 1, en 2010, era una película de terror de muy bajo presupuesto, que apenas si llego a cortometraje. Luego de la presentación en Casa Rosada, de los bombos y de los platillos, se buscaron opciones… pero las ilusiones se encontraban demasiado pisoteadas.

Su estadía en el automovilismo nacional se estiró conceptualmente hasta el 4 de agosto de 2013, la fecha en la que Pechito López volvió a resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix. Con un BMW de un equipo particular, en Termas de Río Hondo, dejó asombrados a todos cuando ganó la segunda carrera del WTCC con extrema contundencia.

Al año siguiente, el equipo Citroën ya lo había seducido para equipar a su tercer coche, detrás de Yvan Müller, el múltiple campeón de la categoría, y del nueve veces campeón de rally Sebastian Loeb, a los que les borró la sonrisa de la cara y les hizo morder el polvo con su velocidad, consistencia y sobre todo inteligencia en los circuitos europeos, los mismos que lo habían visto triunfar al volante de un monoposto en años anteriores.

En los siguientes tres años se coronó campeón del mundo, de manera consecutiva, siendo el referente absoluto de la categoría FIA más importante de autos con techo. Campeón de mundo, al igual que el “Chueco”, después de 57 años de espera.

Ya a fines de 2016, se produjo su llegada del campeonato de Fórmula E con el que participará a los mandos de un coche eléctrico del equipo DS Virgin. Un desafío auténtico en una categoría que silenciosamente se muestra como un nuevo paradigma del automovilismo del futuro.

Y como si esto fuera poco, el karma de un hombre que jamás bajó los brazos ni renunció a la lucha, se hizo presente, recientemente, al ser designado como piloto titular del Toyota Gazoo Racing en el Mundial de Resistencia (en inglés con las siglas WEC), equipo oficial japonés donde acompañará a  Mike Conway y Kamui Kobayashi a los mandos del Toyota TS050 Hybrid, con el que además estará presente en las 24 Horas de Le Mans, una de las tres carreras míticas de la historia del automovilismo mundial, junto al Gran Premio de Mónaco de F1 y las 500 Millas de Indianápolis.

“La preparación física y mental es similar a la que se precisa para competir en la Fórmula 1”, esbozó alguna vez el cordobés, cuando la posibilidad de correr allí era apenas un deseo. Ahora es una realidad.

Y allí, al igual que Froilán González con la Ferrari 375, en 1954, tendrá la posibilidad de reverdecer los laureles que aquellos próceres de nuestro automovilismo supieron conseguir. De volver a elevar la bandera hacia lo más alto y de ocupar nuevamente un trono que, entre polvo y tela de arañas, hacía tiempo que esperaba su heredero.

Comentarios