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Paula Hernández: “Quise indagar en lo patológico de la familia”

La directora de "Los Sonámbulos", película estrenada este jueves en los cines locales, habla de cómo se metió en el mundo familiar para contar un conflicto con tensión, gracia y una mirada feminista. La película está protagonizada por Érica Rivas, Marilú Marini y Luis Ziembrowski


La realizadora Paula Hernández en su paso por el Festival de Mar del Plata.

Paula Bistagnino / Especial para El Ciudadano

“Una toxicidad violenta que se filtra desde el inicio hasta la desintegración de esos vínculos. En eso radicaba la dificultad de la película, en encontrar el tono; un clima de tensión que fuera creciendo hasta el final. El recurso de utilizar elementos del género, más especialmente del thriller, tuvo que ver básicamente con la idea del peligro”. Así describe Paula Hernández el ambiente en el que crece la historia de Los Sonámbulos, una de las películas argentinas más ovacionadas del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde fue parte de la Competencia Internacional, apenas unos días antes de su estreno comercial del jueves último en todo el país.

La película está centrada en una mujer madura (Érica Rivas), su hija de 14 años (Ornela D’Elia), que es sonámbula y a la vez está en pleno despertar, y su marido (Luis Ziembrowski): el matrimonio está en los bordes de una crisis silenciada y el encuentro familiar para las fiestas, con sudor, alcohol, tradiciones, rituales, una abuela matriarca (Marilú Marini) y la discusión por los asuntos es una encerrona explosiva.

—¿Cómo se construye el camino a esa explosión familiar?

—Esta película tiene un pequeño argumento pero se concentra especialmente en los estados que esa trama genera en los personajes. Hay una acumulación de estados anímicos. Y esa acumulación se manifiesta de forma explícita pero también está plagada de silencios, de negaciones, de omisiones que generan mucha toxicidad. ¿De dónde es que viene la amenaza? ¿Viene de afuera o está creciendo en el seno de esta familia que no ve lo que ocurre?

—¿Cuándo nace esta película?

—Al convertirme en madre, surgieron en mí una infinidad de preguntas e incertidumbres sobre ese vínculo amoroso, único e incomparable, y generó un gran cuestionamiento sobre mi identidad y la forma de relacionarme con el resto de la familia y del mundo. La maternidad es un mundo lleno de preguntas inciertas pero además cargado de mandatos y de idealizaciones. Y empecé a reflexionar sobre los vínculos, sobre cómo funcionan las familias: las familias tienen algo maravilloso pero a la vez una carga histórica que en muchos casos está al borde de lo patológico. Hay una frase del escritor Fabián Casas que es “una patología llamada familia”.

—Las miradas son las de una madre y una hija adolescente, que son las más ajenas a la historia, porque el núcleo familiar es el del marido. ¿Dónde miraste para construirlas?

—La madre y la hija de la película están en momentos de reordenamientos personales. Es el momento del desprendimiento. Ana se encuentra en la bisagra entre la infancia y la adolescencia, tiene pudor con su nuevo cuerpo, además de curiosidad, deseos de libertad y una opinión propia sobre lo que la rodea. Ese crecimiento deja a Luisa (la madre) perdida con relación a su maternidad, y pone en evidencia su propia crisis de identidad: su matrimonio, la familia, su profesión olvidada, su edad, pero especialmente lo desconcertante que se le hace el vínculo nuevo con Ana. Ayudar a los hijos a crecer es un gran desafío. No saber cómo relacionarse es angustiante, y no siempre es fácil encontrar las herramientas. ¿Cómo hacer para dejar crecer, dar libertad y seguir cuidando sin invadir ese crecimiento? Luisa y Ana son las dos caras de esa moneda amorosa; serán madre e hija por siempre, pero cada una tiene que encontrar su lugar, su diferencia. Por eso mismo, me interesaba indagar en ambas en ese momento tan particular.

—Mucho antes de que explotara WOS, vos lo descubriste. Y tenés en tu película su tema “Púrpura” en uno de los momentos más poderosos del film. ¿Cómo llegó a vos?

—Lo tuve como alumno en un seminario para actores de cine hace unos años y un día iba manejando en el auto y lo escuché, ya con la película en la cabeza, y sentí que hablaba de la película. Y se lo pedí. Y me lo dio, con los trámites que corresponden, claro.

—Fuera de ese momento, es una película que se construye más en diálogos y silencios.

—Siempre imaginé una película con poca música, y desde el inicio estuvo la decisión de que el sonido funcionara como banda sonora principal. La historia transcurre en una casona de campo, aislada de toda civilización y rodeada de naturaleza, y me interesaba presentar esa espacialidad no de forma bucólica, sino amenazante, cruda. El desconcierto y la tensión que atraviesan los personajes no sólo se cuenta desde lo vincular, sino también desde el espacio que habitan. El pensamiento idealizado sobre la plenitud de “estar al aire libre”, en este caso, funciona de manera opuesta. El aire libre acá es encierro, amenaza y peligrosidad.

—Hay cuatro protagonistas mujeres, la cuarta es Valeria Lois, y una mirada muy feminista sobre debates de hoy, como el abuso sexual, lo opresión social sobre la maternidad, aunque la escribiste hace ya varios años.

—Hay cuatro mujeres en la película que transitan la vida diferente y sin embargo con las cuatro puedo encontrar puntos en común conmigo. Y hay cuatro mujeres que retratan cuatro miradas, cuatro lugares. La escribí en 2015 y estos cuatro años fueron de una velocidad en los debates que ni yo preveía. Yo escribí con mi propio desconcierto con la maternidad, que fue elegida y deseada, y aunque yo no la tenía idealizada. Respecto del abuso, fui muy consciente sobre lo que estaba contando y cómo lo estaba contando. No fue fácil, pero fue con mucha consciencia y hasta en cómo mostrar los cuerpos: no es el de la víctima el que se muestra, sino el del abusador. Hoy la película, a la luz de los debates sobre estos temas, llega de otra manera. Y eso es genial, que llegue ahora.

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