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Para comer pescado, sólo queda sembrar y cosechar

Por Miguel Grinberg.- Un 84 por ciento de los recursos pesqueros mundiales se encuentra hoy sobreexplotado o ya agotado.

Ante el deterioro acelerado de los océanos y la urgencia de alimentar a una creciente población mundial, varias organizaciones internacionales promueven la acuicultura, que consiste en el cultivo comercial de peces y crustáceos.

En recientes informes, tanto la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), como las entidades ambientalistas Conservation International y el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) recomiendan dicha práctica frente al auge de una clara crisis alimentaria global.

La FAO, en su documento “El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2010”, señala que pesca y acuicultura suministraron al mundo unos 142 millones de toneladas de pescado en 2008, y de ellos, 115 millones de toneladas se destinaron al consumo.

La entidad destaca que “un 84 por ciento de los recursos pesqueros mundiales se encuentra hoy agotado o sobre explotado, lo cual significa el debilitamiento de los cardúmenes de peces salvajes, que no podrán satisfacer las necesidades de una expansiva población humana”.

El especialista Mike Phillips, coautor del documento de la FAO, comenta que “la mayor parte del incremento productivo acuicultural provendrá sobre todo del sur y el sureste de Asia (especialmente China y Vietnam) para su exportación a Europa y Estados Unidos”.

A su vez, la organización no gubernamental Conservation International sostiene que la acuicultura tiene menor impacto ambiental que la cría de ganado vacuno, de cerdos o de pollos.

“Dicha actividad está en condiciones de contribuir a la demanda de productos animales con un menor impacto en el medio ambiente”, afirmó Sebastian Troëng, preservacionista de dicha organización.

El WWF pondera las actividades de la industria alimentaria vinculadas con la acuicultura, aunque reconoce que, “en algunas áreas del mundo, su accionar descontrolado amenaza el equilibrio del ambiente natural o de las comunidades circundantes”.

Sus expertos enfatizan que “el cultivo masivo y comercial de peces, camarones y moluscos suele encararse como un alivio de la presión que ejerce la captura de recursos pesqueros silvestres, pero puede contribuir a desnaturalizar el hábitat marino”.

Según la FAO, la acuicultura mundial produjo el año pasado 68,4 millones de toneladas, frente a unas 67 millones de toneladas capturadas para consumo humano por la pesca comercial.

Las capturas totales de pesca masiva ascendieron a 90,8 millones de toneladas, aunque de ellas casi 24 millones de toneladas no fueron dedicadas al consumo humano sino a otros fines, como la producción de nutrientes para la ganadería terrestre o el cultivo de peces y langostinos.

La principal especie producida en acuicultura es el wakame japonés y la segunda es la carpa plateada, aunque en relación con el valor de la producción la estrella es el langostino blanco, seguido por el salmón atlántico.

En 2008, casi la mitad de la producción mundial de la acuicultura consistió en peces, pero el incremento de la producción se dio en todos los grupos de especies explotadas: ese año se criaron 483 especies, entre peces, moluscos, crustáceos, algas y otros.

En Argentina, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) proporciona abundante información sobre los sistemas productivos en boga, tanto de base terrestre como de base acuática.

Sus expertos explican que “la acuicultura se asemeja mucho más a la agricultura o a la ganadería, pues implica la cría y el manejo de los recursos acuáticos en un medio ambiente restringido”.

En redes de estanques y lagunas de agua dulce son cultivadas especies de veloz crecimiento como las carpas y las tilapias; mientras que camarones y peces de aleta –tolerantes a aguas más salinas– son cultivados en piletones de agua salobre.

Los sistemas productivos de base acuática incluyen recintos, corrales, jaulas y balsas situados habitualmente en costas protegidas o aguas interiores, y también en bahías naturales limitadas por barreras sólidas de redes o mallas.

Los ambientalistas previenen que la introducción indiscriminada de especies constituye un factor de riesgo en este tipo de emprendimientos, ante escapes de ejemplares “exóticos” que interactúan nocivamente con la fauna original del lugar o le transmiten enfermedades.

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