Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Pandemia, irritación, confinamiento, depresión: todos bajo una danza colectiva azarosa e incierta

Nuestra psiquis, habituada por milenios a resguardarse de los peligros externos, hoy se ve sometida a un agresor invisible y artero. ¿Cómo resistir tantos embates?


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Desde el inicio, estas crónicas se propusieron indagar sobre el impacto en nuestras vidas de una experiencia inédita: una cuarentena mundial generada por un virus desconocido y letal. La variedad de aspectos involucrados hizo que los temas se fueran enhebrando en una suerte de danza colectiva azarosa e incierta, que intenta expresar anhelos y preocupaciones comunes.

Durante este tiempo hemos visto reproducirse, a una escala antes desconocida, el dolor de cada uno de los habitantes de la Tierra gracias a la amplificación de los medios de comunicación y su constante réplica en las redes sociales. La lista de muertos y enfermos se transformó en el “pan nuestro de cada día”, y el rosario de pesares se fue completando con los datos duros que informan sobre el aumento de la tasa de desempleo, la pobreza, las dificultades para acceder al plato de comida diario de gran parte de la población, el cambio en las rutinas cotidianas, la suma de protocolos de salud, las restricciones para trasladarse… y hemos debido procesar todo eso en medio del permanente temor al contagio.

¿Cómo resistir tantos embates? Nuestra psiquis, habituada por milenios a resguardarse de los peligros externos, en una adecuada respuesta que permitió la evolución de la especie humana, hoy se ve sometida a un agresor invisible y artero. El virus que nos amenaza puede esconderse en el cuerpo de su víctima casi sin molestarla, como también doblegarla de un modo doloroso y mortal. Poco se sabe aún de su surgimiento, evolución, avance, y retroceso. Las noticias hablan de brotes y rebrotes, de distancias adecuadas, de la injerencia del clima, del frío, del calor, de barbijos necesarios o innecesarios, de protocolos incumplidos en el desarrollo de una vacuna y aprobados en otra, de ansiedades basadas en marchas y contramarchas que apestan a guerras comerciales y juegos de poder. En el medio, nuestra pobre humanidad se debate entre el miedo y la esperanza, esforzándose para enfrentar el día a día del mejor modo posible.

En este sentido, hace ya un tiempo que la Organización Mundial de la Salud alertó sobre la crisis de salud mental que trae aparejada la pandemia. “El impacto de la pandemia en la salud mental de la población es un hecho que debe preocuparnos”, subrayó el director general de la OMS, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus. Según la agencia sanitaria de Naciones Unidas, el aislamiento social, el confinamiento, el miedo al contagio, las consecuencias económicas y la pérdida de seres queridos generan una “crisis de salud mental” sin precedentes. Y en todo el mundo.

Hasta el momento se conocían dos tipos de estrés, uno agudo (que duraba un tiempo breve y sucedía en situaciones extremas, como una catástrofe) y otro que se daba por un cúmulo de estresores de baja intensidad durante varios meses (exigencia laboral, problemas económicos, contratiempos cotidianos, etcétera). Pero ahora emergió un nuevo combo explosivo: incertidumbre y estresores agudos a escala global, durante un tiempo prolongado.

De acuerdo a estudios realizados, los grupos más vulnerables al quiebre psicológico son los que trabajan en el ámbito de la sanidad y el personal de primera instancia, es decir quienes están en la “trinchera” de la lucha contra la enfermedad: médicos, enfermeros, policías, y todos los equipos que se movilizan para responder a situaciones extraordinarias. A ellos se suman los niños, niñas y adolescentes, las mujeres con riesgo de violencia doméstica, los ancianos, y las personas con enfermedades preexistentes, a quienes les resulta más difícil recibir su tratamiento habitual y tienen más deteriorado su sistema inmune.

Una referencia no menor es cómo ven afectadas las mujeres en general su salud mental. La sobrecarga por el cierre de los colegios y el aumento de trabajo en la casa con toda la familia confinada ocasiona mayor agotamiento con riesgo de depresión, ya que ellas son mayoritariamente quienes se encargan de las tareas de cuidado.

Las investigaciones también muestran que se ha incrementado el consumo de alcohol, tal y como se ha constatado en un estudio realizado en Canadá, que revela que el 20% de quienes tienen entre 15 y 49 años beben más durante la pandemia, con el agravante de que los grupos de apoyo a personas alcohólicas han paralizado sus sesiones durante estos meses.

Por otra parte, al deterioro mental producido por la tensión inherente a cualquier situación que nos saca de la rutina, se suma el tiempo transcurrido en la condición de encierro y alerta, que genera fatiga y angustia. De acuerdo a los especialistas se trata de un sentimiento común y global, que se encuadra dentro del estrés psicosocial, dado que el factor que lo causa es transversal a toda la sociedad, afecta al mundo entero y por un tiempo indeterminado. En Estados Unidos ya acuñaron un nuevo término para designarlo: “crisis fatigue” o “fatiga por crisis”.

A tal punto la situación ha impactado a nivel mundial que la OMS instó a los países a no desatender el problema y garantizar que el apoyo psicológico se encuentre disponible como parte de los servicios esenciales.

La situación que estamos atravesando resume tal peculiaridad que excede el horizonte de probabilidades imaginado por varias generaciones. Ser conscientes de eso quizás nos permita comprender mejor nuestros sentimientos negativos, ambigüedades, temores, y nos ayude a no preocuparnos de más, ni volvernos incapaces de reconocer las cosas buenas que la vida nos ofrece cada día. La incertidumbre nunca forma parte de la zona de confort del ser humano. Hoy, más que nunca, la paciencia y el amor renovado en los demás y en nosotros mismos, parecen ser la única respuesta.

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