Coronavirus

Ni economía ni salud

Pandemia en inglés: el derrotero de los trabajadores en una Londres cercada por el coronavirus

Belly Mujinga le vendía un boleto de tren a un pasajero cuando él la escupió. No se sabe si por africana, por negra o por qué, sólo que días después estaba muerta, por coronavirus. Su historia es una de las miles de trabajadores migrantes y nacionales a los que el gobierno actual les dio la espalda


Especial para El Ciudadano

Belly Mujinga, de 47 años, tenía tez negra y origen africano. Casada con Lusamba Katalay, con quien tenía una hija de 11 años, vivía en Inglaterra y trabajaba como boletera en la Estación Victoria de trenes, en Londres. El pasado 2 de abril, pidió licencia por tener fiebre muy alta. Tres días después, había fallecido. Había sido contagiada por el COVID-19 el 22 de marzo, al recibir un escupitajo de un viajero que la había agredido al comprar su boleto. Ahora, el sindicato cuestiona a la empresa Southern Railway por la falta de protección para los empleados. Y su esposo creó una petición en Change.org para exigir justicia. Como la de Belly, más de 33 mil voces se apagaron ya con el paso del coronavirus por el Reino Unido. Y cuando fue creciendo la curva de víctimas y contagios, creció también el debate sobre la política aplicada por el gobierno de Boris Johnson ante la pandemia y sobre las consecuencias de haber hecho ajustes en la salud pública durante la última década.

 

Descanso sin virus

“El gobierno de Johnson es del Partido Conservador y fue elegido bajo la premisa de sacar al Reino Unido de la Unión Europea. El “Brexit” era su principal interés. En eso estaban al aparecer el coronavirus. Y cuando se convocó a fines de enero una reunión del grupo Cobra (por la sigla en inglés del Comité Nacional de Crisis) lo primero que se informó a los periodistas fue que el riesgo allí sería bajo. No habría controles en aeropuertos, ni aumento de insumos para los trabajadores de la Salud. A esa reunión Boris Johnson no fue. “Estaba de vacaciones, y había decidido no interrumpirlas”. Lo dice Megan Dobney, referente sindical de la Trade Union Congress, quien, en diálogo con El Ciudadano, desde Londres, analiza el impacto de la la pandemia en el Reino Unido.

El primer caso en la capital británica se informó el 29 de enero. Al día siguiente la Organización Mundial de la Salud declaraba al coronavirus como pandemia global. En ese marco, el dato que brinda Dobney ayuda a entender la dimensión de la crisis posterior. “Entre enero y marzo, 190.000 personas llegaron por vía aérea desde Wuhan y en otros vuelos provenientes de ciudades de alto riesgo”, señala Dobney. Y agrega: “Los planes para lidiar con una emergencia sanitaria tenían buen financiamiento desde desde septiembre de 2001, pero a la crisis global de la banca en 2009 le siguieron recortes en los servicios públicos que llevaban una década, siempre por parte de gobiernos conservadores”.

Luego, con el virus instalado, las decisiones oficiales fueron muy erráticas. En febrero se empezó con un modelo de seguimiento y localización de los primeros casos. Pero luego, el 3 de marzo, Boris Johnson decía al pueblo británico que había estado en un hospital donde había unos pacientes con coronavirus y había estrechado las manos con todos. Y el 12 de marzo, convocaba a la inmunidad en manada, y que en todo caso “morirían los más débiles, pero se cuidaría a la economía”. Pocos días después, cuestionado por la opinión pública, con proliferación de contagios y muertes, el gobierno volvió a cambiar de enfoque y propuso una cuarentena de doce semanas.

Los números de la corona

Cuando se decretó la cuarentena, todos los que podían hacerlo debían trabajar desde casa. Los mayores de 70 debían aislarse. Los comercios no esenciales cerraron, incluyendo los tradicionales pubs londinenses. Se prohibieron reuniones públicas y se anunciaron medidas como subsidios a los alquileres comerciales y tarifas, ayudas para solventar salarios y suba de beneficios sociales.

Las primeras semanas, las únicas muertes reportadas eran aquellas ocurridas en hospitales que habían dado positivo para el test de Covid-19. Pero la cifra excluía las muertes ocurridas en geriátricos, con pésima provisión de equipos de protección personal y privatizados en el último tiempo. Por ello el 29 de abril se sumó al conteo oficial a los 5.300 ancianos que ya habían fallecido en este tipo instituciones por el virus. Otro debate a la hora de contar a las víctimas es el de quienes mueren en su casa sin llegar a ser testeados, lo que generalmente sucede en los sectores más humildes de la población.

“El gobierno británico recibe asesoramiento de un grupo científico del que no se conocen sus integrantes. Una respuesta entonces de tal lentitud, con un asesoramiento clínico envuelto en el misterio, manipulación de cifras y una persistente batalla política en el Partido Conservador entre vencer al Covid-19 y priorizar el mantenimiento de la economía, es el resultado de lo que tenemos hoy”, explica Megan Dobney.

Quien precedió en el cargo a Boris Johnson fue Theresa May, también conservadora. A quien se le cuestionaron los importantes recortes al NHS (siglas en inglés del Sistema Nacional de Salud). “El programa de austeridad está matando a los británicos”, decía en enero de 2018 el líder laborista Jeremy Courbin. Por entonces, 2 mil médicos del Servicio de Emergencias firmaban una petición al gobierno contra los recortes de presupuesto. Y la Universidad de Cambridge advertía que la inversión per cápita estaba cayendo a mínimos históricos.

Aquellas predicciones se cumplen fatalmente con la llegada de la pandemia y los errores de manejo político ante la crisis. En dos meses, en el Reino Unido hubo más de 230 mil contagios confirmados de Covid-19 y más de 33 mil muertes, número de víctimas que ya superó a los de Italia y España. Además, la economía terminó igualmente impactada, con una caída del 5,8 por ciento en marzo, la mayor baja mensual desde la crisis de 2008. “En abril, las cifras serán peores, ya que empresas y consumidores pasaron todo el mes bajo confinamiento”, advirtió la agencia Reuters.

En bondi a terapia intensiva

Además –consecuencia casi lógica de su desaprensión– el propio Boris Johnson se contagió, y estuvo en terapia intensiva conectado a un respirador en abril. Y, paradójicamente, el primer ministro que llegó al gobierno militando contra la inmigración debió agradecer a dos extranjeros que trabajan en el Hospital St. Thomas. Jenny, neozelandesa y Luis, portugués, dos de los enfermeros que que lo cuidaron, reflejo de la población interracial y de varias nacionalidades que hoy habita el Reino Unido.

Londres, con miles de muertes, expone una altísima tasa de letalidad respecto a casos testeados, superior al 15%. “Esto puede reflejar una alta densidad de población, como posiblemente también la alta proporción de ciudadanos de minorías raciales, y con la pobreza como un indicador común. También hubo muchas víctimas entre el personal de Salud. Y aunque la ciudad ha instigado a medidas de prevención para el personal del transporte, han muerto al menos 28 conductores”, finaliza Dobney. En las últimas horas circularon algunos videos de los tradicionales ómnibus rojos doble piso de Londres, atestados de pasajeros.

Este martes, la cadena BBC publicó un informe titulado “El distanciamiento social «imposible» en el viaje diario a Londres”, reflejando la escasa prevención de miles de trabajadores en la vuelta a sus rutinas tras el relajamiento de la cuarentena a partir de esta semana. Así, se puede entender que la historia de la inmigrante que abre este relato no es un caso aislado sino un reflejo de las desigualdades que existen en el Reino Unido.

Megan Dobney fue tipografista y empezó muy joven su militancia sindical, en la Asociación Gráfica, vinculada a la prensa. Sigue apasionada por temas gremiales, por las luchas del feminismo y las causas obreras del mundo. Conoce lo que pasa en nuestra ciudad, gracias a una relación de amistad que tiene hace varios años con el profesor y periodista rosarino David Muratore, que hizo de puente con El Ciudadano.

Y con la nota casi terminada, Dobney suma un último mensaje por WhatsApp, con una reflexión sobre la muerte de muerte de Belly Mujinga: “Diría que es un ejemplo trágico y extremo del racismo cotidiano. Un hecho horrible, aunque también una acción individual. El tema es que cuando hablamos de de decisiones de gobierno, la incompetencia nos afecta a todos”, se lamenta la referente histórica de la Trade Union Congress, la central obrera más antigua del mundo.

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