Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Pandemia de falsos credos: la desconfianza de los antivacunas amenaza el planeta

A pesar de las intensas campañas de vacunación desplegadas con mayor o menor empeño en todos los países del mundo, el virus, debido a las constantes mutaciones que experimenta, está lejos de ser derrotado. Mientras, la desconfianza de los anti-vacunas aviva las llamas del incendio planetario


Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

En octubre del año pasado, cuando el número de contagios se acercaba a la ignominia de las seis cifras, desde estas crónicas apelábamos a la ironía para plantear nuestras “preguntas del millón”, expresando un hipotético deseo para que el Minotauro nos permitiera salir del laberinto. Pero el monstruo, lejos de cansarse, redobló sus argucias y el domingo hemos sido testigos del acto menos esperado: un homenaje a los casi 100.000 muertos por covid-19 en Argentina. “Esta es una ceremonia de recogimiento y reflexión en homenaje a las personas fallecidas por esta pandemia que azota a la humanidad”, dijo el presidente Alberto Fernández en un evento realizado en el Centro Cultural Kirchner (CCK) junto a políticos, representantes de distintos credos religiosos, pueblos originarios y trabajadores esenciales. Y agregó: “Los millones de muertos han conmocionado al mundo entero. Así como nos interpelan en lo más profundo los casi 100.000 de nuestro país”. Según datos oficiales, desde marzo del 2020, la Argentina registra 4,4 millones de contagios y 92.317 muertes por covid-19, cifras que espantan y nos hacen reflexionar sobre la magnitud de la catástrofe sanitaria que estamos atravesando. Pero aún más difícil de digerir es el hecho que, a pesar de las intensas campañas de vacunación desplegadas con mayor o menor empeño en todos los países del mundo, el virus, debido a las constantes mutaciones que experimenta, está lejos de ser derrotado.

Los expertos sabían desde el inicio de la pandemia que la aparición de variantes del coronavirus era algo esperable. Pero las demoras que hubo en la vacunación han sido un factor clave para habilitar el desarrollo de cepas que comportan un mayor riesgo para la Salud Pública. Hoy por hoy, algunas de ellas pueden hacer que el virus sea más transmisible y provoque casos más severos, o se reduzca la protección ofrecida por las vacunas, o disminuyan las defensas que genera el organismo humano después de haber sufrido la infección. Así, nuestro vocabulario debió ampliarse para incluir vocablos como Delta, Delta Plus, Lambda, Gamma y varios más, con el objetivo de poder nombrar las nuevas cepas del virus que recorren el mundo, y dejan tras de sí una estela de muerte y desolación. En este momento, según la Organización Mundial de la Salud, la variante Delta está presente en al menos 85 países. Los científicos afirman que ello supone una mayor posibilidad de infección para las personas no vacunadas, y que ha sido la responsable del aumento de casos registrado recientemente en la India, Reino Unido y otros países. En Rusia, el sexto país con más muertes por covid-19 –después de Estados Unidos, Brasil, India, México y Perú– los efectos de esta variante, especialmente contagiosa entre personas no inmunizadas, hicieron redoblar los esfuerzos de las autoridades para convencer a los escépticos de vacunarse. También la variante Delta es ahora la tercera más común en California, según Los Angeles Times, constituyendo el 14,5% de los reportes analizados en junio, frente al 4,7% de mayo. En línea con las previsiones alarmistas, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades ha dicho que la variante Delta, originada en la India, podría llegar a convertirse en dominante en Europa a finales del verano del Hemisferio Norte. Mientras, en Latinoamérica tenemos una cepa propia, llamada Lambda o “Andina”, detectada en Perú en el verano pasado, que ya está presente en 30 países y fue clasificada “de interés” por la OMS el 15 de junio, debido al aumento de su frecuencia en los casos de pacientes con covid-19.

De frente a esta situación, tal como venimos insistiendo desde estas crónicas, se requiere de una respuesta colectiva. Sin embargo, lo que está ocurriendo es la aparición de una grieta de dimensiones impensadas y consecuencias imprevisibles entre militantes pro-vacunas y anti-vacunas. En las naciones más desarrolladas, donde la falta de inmunizantes no es un problema, la masa de los antivacunas alerta a científicos y autoridades sanitarias, quienes temen que se retrase la “inmunidad de rebaño” y la pandemia se proyecte más allá de lo esperado. En Estados Unidos, como en varios países de Europa, las campañas de vacunación muestran estar estancadas, mientras la situación es apremiante. Rebrotes en Reino Unido, Rusia, Israel, Brasil o Portugal son algunos de los ejemplos que toman los modeladores en epidemias para realizar las advertencias. La lucha por convencer a los reticentes, que en las últimas semanas empieza a ser central, incluye el debate de la obligatoriedad entre algunos grupos considerados esenciales. La Intendencia de Moscú, por ejemplo, al igual que otras regiones de Rusia, el pasado 16 de junio anunció el inicio de la vacunación obligatoria para ciertos grupos de la población. Francia y Reino Unido también abrieron la discusión para imponer la inoculación entre el personal de los servicios de residencias de adultos mayores. En todos los casos el debate se incrementará con el correr del tiempo, en especial si no se inclina la voluntad de aquellos que no quieren recibir alguna de las dosis salvadoras.

En tiempos de masiva circulación de noticias apócrifas e incomprobables, resulta sencillo infectar mentes y corazones con un virus aún más dañino que las mortales cepas “salidas de un laboratorio chino”: el de la desconfianza. No creer en nada, nos hace vulnerables a creer en cualquier cosa. La angustia existencial por tratar de encontrar un sentido al dolor, insondable, intolerable, se disfraza con la bruma de la negación primero, y acepta dulces cantos de sirena después. Y entonces lo más insólito puede ocurrir, como defender a capa y espada argumentos que ponen en riesgo la vida propia y la de muchos, asumir una actitud despreocupada en medio de una catástrofe mundial con la convicción de que “a mí no me va a pasar”, o ingerir sustancias dañinas creyéndolas sanadoras. Hace mucho tiempo, mientras participaba de un encuentro espiritual con el panorama de las siete colinas romanas como fondo, alguien me preguntó: “¿Acaso no creés en la Providencia divina?”. “Creo en la providencia del hermano”, respondí. Hoy sigo pensando lo mismo. Creo en el poder redentor de una mano tendida y el corazón abierto, que inocula de la soberbia necia de pensarnos inmortales. Creo en la empatía que despeja la mirada hacia el amplio rango de especímenes que habitan el planeta, y brinda la oportunidad de recomenzar siempre. Creo en las conductas colectivas que salvan, y terminan siendo el mejor homenaje para nuestros 100.000.

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