Últimas

Otros tiempos corren en los países árabes

Por: Rubén Paredes Rodríguez

Por: Rubén Paredes Rodríguez (*)

El 2011 no ha comenzado como un año más para los países árabes que están diseminados geográficamente desde el Magreb hasta el Oriente Próximo. Las revueltas populares que se iniciaron en Túnez y que dieron lugar a la denominada Revolución de los Jazmines gestaron un proceso cuyas consecuencias aún están lejos de ser dimensionadas.

Las revoluciones que se han sucedido a lo largo de la historia cuestionaban el principio de legitimidad vigente, reemplazaban a la clase política gobernante por otra y cambiaban el orden político imperante por medio del derramamiento de sangre. Actualmente se asiste a revueltas, generalmente pacíficas, que terminan siendo revolucionarias cuando logran remover o precipitar cambios en los gobiernos árabes. Sin embargo, no se identifica una hoja de ruta para el denominado día después, ni los líderes políticos encargados de gestionarlos. En consecuencia, lo revolucionario termina siendo un golpe de estado como ha sido el caso de Egipto, dado que la corporación militar tomó el poder y se erigió como la responsable de realizar la transición (o ficción) democrática en una realidad que continúa siendo autoritaria.

Por primera vez no han sido reclamos de carácter religiosos como Ala Akbar, ni el apoyo a líderes mesiánicos para ensayar una salida islámica, ni exclamaciones antiisraelíes o antinorteamericanas lo que ha estado presente en las movilizaciones. La pérdida del miedo a la represión frente a toda manifestación pública se ha venido haciendo en pos de las demandas de cambios políticos tangibles e inmediatos. La calle pasó a convertirse en el espacio vital de los reclamos al poder y el medio de las convocatorias han sido las redes sociales como Facebook y Twitter, que escaparon a la censura gubernamental en la era de la globalización.

De este modo, la apelación a la apertura política, la dignidad y la libertad se tradujeron en el pedido por la instauración de la democracia pero a secas y sin adjetivos –liberal, árabe, islámica–, bajo un discurso contestatario cristalizado en dos palabras: “fuera” y “basta”. Precisamente desde el terreno de la política se han cifrado las esperanzas de cambios que reclaman los ciudadanos para terminar las condiciones de paro, inflación y pobreza que se agravaron como consecuencia de la crisis económica mundial de los últimos años.

El tradicional doble rasero que tuvo Occidente de promover y defender la democracia por el mundo contrastaba con el apoyo tácito o formal a los regímenes autocráticos árabes por el solo hecho de ser sus aliados y generar estabilidad regional. Sin embargo, por el devenir de los acontecimientos, los mismos dejaron de ser considerados el mal menor o una alternativa ante el temido peligro islamista, el cual paradójicamente no ha sido el actor protagónico ni el hacedor de las revueltas en las calles. De Túnez a Yemen, las respectivas sociedades civiles han sido las que demandaron libertad en lo que se podría denominar el despertar de la primavera árabe hacia el camino de la democracia.

En este contexto, el caso de Libia presenta otras particularidades frente al clamor popular a favor de la libertad y la apertura del régimen político. La decisión que adoptó el coronel Gaddafi con más de 40 años en el poder ha sido la de reprimir con medios militares las manifestaciones populares excusándose de que eran jóvenes que habían mezclado sustancias alucinógenas con Nescafé o que eran infiltrados terroristas  pertenecientes a la red de Al Qaeda.

La reacción de la comunidad internacional se materializó el 26 de febrero a través de la resolución 1970 aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En la misma se calificaba de crímenes contra la humanidad a los actos cometidos por el gobierno libio, se presentaba el caso a juicio ante la Corte Penal Internacional, se embargaban los activos del dictador en el exterior como así también se establecía un embargo de venta de armas hacia dicho país. Pese al consenso y a la contundencia de la resolución, resultaba una ingenuidad suponer que Gaddafi se iba a plegar a la misma, y en su lugar, los ataques continuaron con mercenarios contratados para llegar a la ciudad de Bengasi, bastión de las revueltas de la oposición en el oeste del país.

Por tal motivo, la troika integrada por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos logró que se apruebe la resolución 1973 en la que se mencionaba el cese el fuego inmediato, de lo contrario se “emplearían todos los medios necesarios”, en otras palabras, recurrir a la fuerza según se estila en el lenguaje onusiano. Así, con el apoyo de la Liga Árabe, la Unión Africana y la Conferencia Islámica –y con la abstención de China, Rusia, Alemania y Brasil– se dio inicio a la Operación Odisea al Amanecer, cuyo objetivo fue el establecimiento de una zona de exclusión aérea para evitar los ataques sobre la población civil. La moneda de cambio fue la promesa de la coalición de no invadir el territorio libio.

Si bien los objetivos militares se cumplieron rápidamente, con la destrucción de las defensas antiaéreas libias, tres son las cuestiones a develar:

n ¿Es posible frenar los ataques del gobierno libio a su propia población solamente con el control del espacio aéreo? Los antecedentes de Afganistán e Irak demuestran todo lo contrario, ello implica tener que inmiscuirse en el terreno con soldados, generar una ocupación y prolongar en el tiempo la resolución del conflicto. Por el momento el control del espacio aéreo ha posibilitado brindar apoyo táctico a los rebeldes para que puedan alcanzar rápidamente Trípoli y de esa manera poder derrocar a Gaddafi (o sea, lograr el objetivo no declarado). Un golpe duro sería que éste ganara porque se presentaría como el líder anticolonialista que derrotó a Occidente y a las Naciones Unidas pero también desalentaría a la primavera árabe en aquellos países que aún no emprendieron las reformas democráticas y que observan expectantes el desarrollo de los acontecimientos.

n ¿La operación militar ha respondido a la búsqueda de control sobre los recursos petroleros de Libia? Suponer que todo conflicto armado responde sólo al control y posesión del petróleo puede generar un reduccionismo. El precio del crudo ha venido aumentando antes del los acontecimientos en Libia y otros países  árabes exportadores han cubierto la cuota en el mercado internacional una vez iniciado el conflicto para evitar la temida inflación internacional. Libia no exporta petróleo a Estados Unidos, sólo lo ha hecho hacia algunos países de la Unión Europea.

n ¿Existe una hoja de ruta acerca de cómo establecer la democracia en Libia que también pueda servir de modelo al resto de los países que atraviesan revueltas propugnando cambios políticos sustantivos? La respuesta por el momento es negativa. El imperativo de la alianza occidental ha sido actuar rápidamente y traspasar el mando de las operaciones a la Otán, tratando de revertir el modo unilateral en el que se obró en Irak en 2003. Sin embargo, la opción militar no puede revertir los problemas estructurales que aquejan al país dividido en tribus (muchas de ellas adeptas al régimen de Gaddafi lo que la asemeja a Afganistán), sin instituciones y en el que la sombra de la guerra civil (al estilo Irak) está latente entre los seguidores y detractores del régimen.

En otras palabras, un largo camino se ha iniciado en muchos de los países de la región en lo que pareciera ser un proceso que no tiene vuelta atrás. El tiempo sólo será testigo si se está asistiendo a una verdadera  primavera democrática o tan sólo a una flor de un día tanto en Libia como en muchos de los países árabes.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales, magíster en Integración y Cooperación Internacional, docente en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR y director adjunto del Instituto Rosario de Estudios del Mundo Árabe e Islámico de la UNR.

Publicado en: Blog de Notaswww.unr.edu.ar

URL completa: http://unr.edu.ar/noticia/3345/libia-primavera-arabe-o-ficcion-democratica-en-una-realidad-autoritaria

Comentarios