Ciudad

El pasado que vuelve

Otro busto de Evita sale a la luz

En el depósito del Museo Julio Marc hay una obra de Eva Perón que tiene la firma del escultor Erminio Blotta. No hay certeza de cómo llegó hasta allí, pero creen que fue guardada en 1955 ante la llegada de la Revolución Libertadora.


Aquel 26 de julio de 1952 cuando a las 20.25 el locutor Jorge Furnot anunció al país la muerte de Eva Perón “o acaso, su paso a la inmortalidad”, los hechos que sucedieron en torno a “esa mujer” fueron un misterio. Si bien algunos se revelaron, como la desaparición de su cuerpo embalsamado –encontrado en una tumba en Italia con el nombre María Maggi de Magistris– y que desde 1976 descansa en un mausoleo del cementerio de La Recoleta, a nueve metros bajo tierra por orden del entonces presidente dictador Jorge Rafael Videla–, otros secretos van saliendo a la luz como una fuerza poderosa que los empuja, tal parece ser el caso de un busto de bronce que reposa en el depósito del museo Julio Marc y del cual poco se sabe de cómo y cuándo llegó hasta allí.

Entre los más de 10.000 objetos que están a resguardo en el depósito del museo ubicado en las inmediaciones del parque Independencia, el dorado reluciente del rostro de Evita emana un brillo especial, pese a que se encuentra en el piso inferior de una de las estanterías.

Según contó María Amalia Evangelista, licenciada en Bellas Artes y quien fue la encargada de llevar adelante el trabajo de restauración del busto, cuando ella ingresó al museo en 1993 la obra ya estaba, aunque oculta bajo una pintura al aceite marrón, que ayudó a su preservación y que cuando se pudo quitar por completo se descubrió que llevaba la firma del artista nacido en Italia y radicado en Rosario Erminio Blotta.

Algunas de las hipótesis que se tejen en torno al ingreso del torso de bronce es que ocurrió en el marco de la Revolución Libertadora, en 1955. Al respecto, Evangelista recordó que en ese entonces las políticas de los museos del país fueron que todo aquello relacionado con el peronismo debía “guardarse y no destruirse”.

Origen incierto

“No se sabe cómo llegó al Julio Marc. Algunos memoriosos dicen que puede ser que el mismo Blotta la haya traído como una forma de proteger su obra y resguardarla, pero queda en el mito”, refirió la mujer, quien además destacó “esta cuestión de creer en los museos como lugar de resguardo del patrimonio”.

Sin embargo, para Luis, nieto del artista que tuvo su casa y atelier en la cortada Marcos Paz al 3100 hasta que murió en 1976, su abuelo pudo haberla vendido y la persona que la compró la dejó en el museo.

La restauración de Eva

Oculta en el descanso de una de las escaleras del subsuelo del Julio Marc, lo cierto es que la Eva, pintada de un “marrón africano”, se mantuvo oculta en ese rescoldo, incluso antes de que se creara el depósito del museo que actualmente es uno de los más importantes del país, con sensores que controlan la temperatura y humedad ambiente y una pintura especial, tanto en las estanterías donde se ubican los objetos como en las paredes.

En 1997 se comenzó con esa suerte de descubrimiento del busto de Evita. “Un tiempo más tarde –recordó Evangelista–, por decisión de una nueva directora, se pone a trabajar a todo el personal del museo en los depósitos. Tanto el de objetos como el de muebles, se pudo realizar gracias al apoyo de la Asociación Amigos del Museo Julio Marc y de la Asociación Antorcha, ya que ponerlo en marcha resultaba muy costoso”.

En ese contexto, la licenciada en Bellas Artes, junto a un grupo de pasantes, comenzó a quitarle el color marrón.

Luego se convocó al pintor español nacionalizado argentino Francisco Pelló para que viera la obra y se quedó sorprendido cuando bajo la pintura apareció la firma de quien fue su colega y amigo, Erminio Blotta.

“La desarmamos y la sacamos del soporte. La pintura se había introducido en las hendiduras del pelo que, vale aclarar, fue un trabajo de buril el que realizó Blotta ya que por lo general los escultores hacen el cabello en relieve y, en este caso, estaba hecho directamente sobre la cabeza”.

Después de quitarle toda la pintura, mezclaron un barniz especial que utilizan los conservadores y artistas del museo con purpurina color bronce y se le hizo un tratillo, que es no pintar para suplantar sino para generar visión, de manera que si uno se acerca se da cuenta de que el objeto está restaurado pero a la distancia no.

Más cerca de lo simbólico y mítico que envuelve a Eva Perón que de lo que realmente le pudo haber ocurrido al busto, cuando se le quitó la pátina descubrieron que la obra tenía una mancha a la altura del corazón. “Seguramente era el resultado de una falla de la soldadura. También tenía un hundimiento en la cabeza sobre el cual primero se pensó que era por un golpe dado con un objeto, aunque más tarde concluimos que se había caído en algún momento y esa hendidura era producto de la caída al piso”, añadió Evangelista. A mediado de los 90 se exhibió a Eva en la Sala Mujeres y luego nunca más se habló de la obra desde aquella muestra.

El nieto del autor del busto que descansa en el museo, contó que Blotta tuvo dos etapas en las que trabajó sobre Eva: la primera fue hasta mediados de la década del 50 y, la segunda, de 1973 a 1976, año en que murió. Algunas de las obras del artista sobre la siempre polémica primera dama aún se exhiben en los ingresos de los edificios de sindicatos rosarinos.

La Evita que estuvo bajo tierra en el monte

Tal como  publicó El Ciudadano días atrás, una maestra rural de 85 años, oriunda de Santiago del Estero, cuidó por 63 años un busto de Eva Perón. Se trata de Chela Pazos cuya historia trascendió al punto que a través de un militante peronista, se decidió trasladar la valiosa pieza al salón Puerto Argentino del Concejo Municipal, donde el pasado lunes se realizó un acto homenaje y un desagravio a la emblemática figura de Evita.

Según contó Chela a este medio, cuando irrumpió la Revolución Libertadora, que derrocó al por entonces presidente Juan Domingo Perón, ella decidió enterrar el busto de Eva hecho en mármol para resguardarla de posibles represalias militares que desde 1955 llevaron adelante un proceso al que autodenominaron “desperonización”.

La mujer contó que en Santiago del Estero, acompañada por su marido, llevó la obra al monte en donde la enterró y lloró pidiéndolo perdón por haberla dejado bajo tierra.

Cuando el peligro pasó y Chela se estableció en Rosario junto a su esposo, trajo con ella a “La Evita” y la tuvo sobre la chimenea de su casa, en una especie de altar donde ahora se erige un ramo de flores rojas.

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