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Otra vez sobre el amor…,y la esperanza

Por: Carlos Duclos

Sí, ya lo sé, tal vez sea demasiado, acaso sea una innecesaria abundancia hablar otra vez del amor. ¿Pero es que no hay demasiado odio, rencor, injusticia en el centro de la vida como para abundar un poco más en tales cosas?

Claro, también lo sé: el amor puede traer esa tristeza cuando el amado camina hacia la ausencia, como cuando la tarde se cae, allá lejos, en el poniente. Con todo, la nostalgia del que ama en medio de la soledad, no es tan amarga como la otra. Y no lo es porque es nostalgia de amor. ¿Cuál es la diferencia? Es que aquel que ama, aun cuando la pena lo arrecie, vive. Y aquel que vive alberga una esperanza, acaricia la certeza de un tiempo mejor; tiempo que nunca será una utopía, porque ama.

Por eso ese poeta admirado, tan triste su tristeza como pura su poesía, Francisco Luis Bernárdez, dijo: “Ni el tiempo que al pasar me repetía / que no tendría fin mi desventura / será capaz con su palabra obscura / de resistir la luz de mi alegría…”.

En cambio la otra tristeza, esa que nace en el corazón en razón del odio, del resentimiento que ha sido disparado hacia el corazón del otro, esa es comparable con la muerte. Una dulce melancolía es la de quien ama y no es amado, pero amarga como la hiel y oscura como el sepulcro, la que dispara el servil del demonio sobre el ser odiado.

Dicen que el que ama no puede ser vencido y, aun cuando muera, nunca se habrá ido. Tal vez sea por eso que el poeta al que aludo siguió diciendo en su luminosa poesía: “Ni el espacio que un día y otro día / convertía distancia en amargura / me apartará de la persona pura / que se confunde con mi poesía”.

En este caso, el escritor le canta a su amada muerta. Y es difícil comprender cómo es posible que ante la ausencia definitiva por la muerte, el que ama pueda sentir cierta alegría. Desde luego, no es un goce por la muerte de la persona amada, sino la alegría, en medio del dolor, por haber amado. El que ama, aun ante la ausencia del ser querido, guarda en su corazón esa nostalgia, pero que está acompañada de la dulzura, del cierto goce por haber amado.

Por eso dice Bernárdez: “Porque para el Amor que se prolonga / por encima de cada sepultura / no existe tiempo donde el sol se ponga”.

El amor es fe, es esperanza aun en la tristeza, aun en la soledad. Hace unos días atrás un amigo me contaba que su hijo, de unos 30 años, había conocido al amor de su vida. Pero, para su infelicidad, esa mujer estaba seriamente comprometida, estaba de novia.
Cosa extraña en el mundo de nuestros días, el buen muchacho se lamentaba uno y otro día por su mala fortuna en medio de un romanticismo casi extinguido. Pasaron los meses y hasta un par de años y seguía enamorado; triste, pero enamorado. Las circunstancias quisieron que el compromiso de la mujer se rompiera. Luego de tres años de noviazgo, se acaban de casar. Tal vez sea cierto eso que decía San Pablo sobre el amor: es paciente, todo lo soporta. El dicho popular expresa que mientras hay vida hay esperanza. Y tal parece que es así ¿Pero cuando la vida del amado se acaba? ¿Cuándo se ausenta para siempre?

Quiero terminar esta columna de hoy recordando las últimas palabras de Bernárdez en su poesía “Soneto del amor victorioso”: “Porque para el Amor omnipotente, / que todo lo transforma y transfigura, / no existe espacio que no esté presente”.

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