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Crítica teatro:

Ostracismo burgués al límite del patetismo

Santiago Dejesús, al frente de la quinta producción de la Comedia Municipal Norberto Campos, dirige a un gran elenco en una extraordinaria versión de “Saverio, el cruel”, de Roberto Arlt.


No es lo que se dice sino lo que se interpreta. No es la verdad aparente sino una que permanece oculta detrás de un bello laberinto de palabras. Es teatro dentro del teatro: es Roberto Arlt en un presente en el que se engrandece, se agiganta, se aggiorna y se convierte, una vez más, en otro inevitable “cross a la mandíbula”.

Santiago Dejesús, actor, director y adaptador, es quien tiene a su cargo la quinta edición de la Comedia Municipal Norberto Campos, que el último fin de semana estrenó en La Comedia Saverio, el cruel (o la farsa del Coronel), una adaptación sin fisuras del clásico de Arlt que, de manera ineludible, traza un paralelismo entre la Década Infame (se estrenó en 1936, en el Teatro del Pueblo) y el presente, y en la que determina un cambio radical en el final que, por encima de lo estético y lo dramático, tiene un profundo sentido ideológico.

 

En tono de distopía, como en una aparente “normalidad”, la peor distorsión de un supuesto canon de poder de un sector social sobre otro, deja de ser ficticio y se revela como algo real e indeseable. Es decir: lo que Arlt propone en Saverio, el cruel aparece intacto en la obra y resiste el paso del tiempo con una grandeza poco habitual (más contemporáneo, imposible). Ese hecho confirma el carácter de clásico del material que, como tal, encuentra una caja de resonancia en el presente, donde la derecha hace estragos con los que menos tienen, al tiempo que pretende “hacerlos parte” de una ficción casi ridícula y hasta por momentos les desata su risa socarrona en la cara.

En la obra, un grupo de muchachos y chicas burgueses de entre 20 y 30 años, los protagonistas, están nuevamente allí para humillar a Saverio, un simple mantequero, desconociendo qué se esconde detrás de lo aparente, y hasta qué punto la humillación puede convertirse en un arma de doble filo cuando se subestima la inteligencia del otro. Susana dice estar loca, y propone una ficción: un “juego teatral” al que se suben Pedro, Luisa y Juan, porque Julia, aquí ciega (un homenaje a otros personajes arltianos), es la que, a pesar de no ver, elige no participar de semejante patraña, en ese doble juego tan propio del autor de El juguete rabioso, material con el que esta obra propone un diálogo, de poner en jaque la moral y la paciencia de sus personajes.

Es así como esa “ficción” desata una tragedia: los muchachos le proponen al pobre Saverio que interprete al “Coronel desaforado” al que Susana, o la ampulosa y declamada Reina Bragatiana, culpa de todos sus males y por lo mismo pretende cortarle la cabeza. Pero como suele pasar, la broma sale mal.

Inteligentemente, Dejesús dinamiza el texto más allá de que mantiene los tres actos que plantea el autor al suprimir o fusionar algunos pasajes de las escenas que contienen. Es así como el material adquiere una fuerza inusitada, que se sustenta y apoya en un elenco de solides infrecuente, sin dobleces ni mezquindades, que vuelve muy orgánica la lógica escénica que plantean el texto y la dirección. De hecho, si el talentoso Miguel Bosco es quien aporta su aplomo y experiencia, quien se carga con holgura, y casi al mismo tiempo, la simpleza y la deformidad por la que transita Saverio, y lo lleva a lugares de oscuridad extrema, como a otros de una cierta ternura, son los jóvenes (y sorprendentes) Nicolás Carlos Terzaghi (Pedro) y Micael Genre Bert (Juan / Irving Essel), los que juegan las escenas desde un perfil más lúdico, desde una lógica pueril y clownesca, lo que produce los contrastes pertinentes con las zonas de oscuridad por las que transitan el protagonista y la historia. Del mismo modo, Susana, en un destacadísimo desempeño de María Belén Ocampo, deja en evidencia a una actriz de gran presencia que logra dotar al personaje de la cuota justa de la locura romántica que lo define. Al mismo tiempo, Ludmila Bauk consigue el tono atinado de “muchacha tonta” y enamoradiza que supone Luisa, y Gabriela Bertazzo, en otro logrado desempeño, pivotea entre la angustia de Julia y la simpatía arrolladora de Simona (la encargada de la pensión en la que vive Saverio), más allá de que en algún momento ambos personajes aborden puntos en común y se conviertan en la reserva moral de este gran aquelarre.

De este modo, la presente edición de la Comedia Municipal Norberto Campos, un espacio resistido por algunos sectores del teatro independiente local al momento de su creación en 2012 que, poco a poco, parecen encontra allí un valioso espacio de creación y experimentación, pero sobre todo, un desafío y una fuente de trabajo, marca con Saverio… un escalón altísimo en un recorrido que tuvo grandes momentos y algunos traspiés.

Como pocas veces pasa en el teatro, el material encuentra en la dirección que propone Dejesús (aquí con asistencia de Carolina Condito), a un sabio lector del universo arltiano, cuya mirada excede, incluso, los límites de esta emblemática pieza. A eso se suma un exquisito dispositivo escenográfico móvil de Lucas Comparetto y Guillermo Haddad, que remedan los paneles de un set cinematográfico, que por su magnitud, lejos de ser un obstáculo, singulariza un acertado diálogo con los mundos que describe el texto. Del mismo modo, resplandecen el bello y policromático vestuario de Paola Fernández, Carolina Encina y Guillermina Farruggia, un cuidado trabajo con la luz y la omnipresente música original, compuesta por Atilio Basaldella, que se edifica como otra partitura dramática que dialoga con la totalidad de la puesta y cada uno de sus detalles.

Pero además, el material, desde su irónico planteo a partir de esa desmesurada farsa trazada para tomarle el pelo al mantequero, lo que deja entrever una inusitada crueldad, descorre los velos de un sector de la sociedad que cree tener derecho sobre el otro, que puede jugar y reírse hasta el desencanto (lo confirma la lógica absurda del final como el principio), a lo que Dejesús suma otra cuota de ironía potenciando cierta ambigüedad de algunos de los vínculos, llevando el ostracismo burgués al límite del patetismo y, finalmente, dándole una nueva oportunidad a un personaje como Saverio, una víctima de la manipulación como tantos que compran mentiras, al que el sueño de poder, el deseo de ser otro, le juega una mala pasada.