Décadas atrás, cuando una larga y antigua escollera contenía las crecidas del río Paraná afuera del balneario La Florida en una geografía que precedía a los acantilados de la barranca cuando todo terminaba en el mirador de la calle Ricardo Núñez, una multitud de pescadores amarraba los botes cargados con sus piezas todavía boqueando. En ese tiempo sin freezers, cuando se dejaban jaulas de madera puestas en el agua para tener la pesca tan fresca que todavía estaba viva, Osvaldo Lovato cuenta que se asentó ahí con su familia. Tenía 5 años, tenía asma, y la esperanza en “el aire del Paraná” decidió su destino. Y su vida: ahí empezó a pescar. De ese tiempo pasaron 60 años, y hoy ya la costa no es la misma, tampoco la captura, ni los viejos pescadores vendiendo al lado de sus botes. Pero algo no cambió: la fauna del Paraná, el río mismo, sigue marcándole la vida a Lovato: está al frente al frente de la Cooperativa de Pescadores Siglo XX, y días atrás, junto a otros pescadores y una red de apoyo con representantes de gremios y de federaciones cooperativas, estuvo en el Concejo Municipal. ¿La razón? Denunciar que casi 40 años después de que fueran reubicados en la desembocadura del arroyo, las obras del Parque Náutico Recreativo Ludueña no tienen en cuenta sus derechos, y ni siquiera su existencia.
“No nos oponemos al progreso: queremos trabajar”, explica a El Ciudadano. Y recuerda que una norma de Horacio Usandizaga, que continúa vigente, fue la que los ubicó a la vera del arroyo. Era, según se dijo en 1985, por dos años, hasta darles un lugar definitivo, el que 39 años después sigue sin aparecer.
Las trazas de la Cooperativa de Pescadores se remontan a mucho tiempo atrás, y acaso su primera trama, cuenta Lovato, se enreda con la Guerra de Malvinas. En mayo de 1982, cuando las unidades militares argentinas habían ya entrado en combate con la flota británica enviada para recuperar el control, la dictadura en el poder lanzó una gigantesca operación para obtener recursos. Más allá de su destino incierto, el Fondo Patriótico Malvinas Argentinas fue la mayor colecta de la historia. Y los pescadores de La Florida aportaron su oficio, cocinando y repartiendo pescado entre quienes hacían filas para dejar sus donaciones. “Nos presentamos la Municipalidad, en un gobierno militar, y pedimos permiso para hacer pescado frito y pescado asado”, rememora Lovato. Por entonces, las mañanas y las tardes tenían pulo de una voz que las contaba, y llegaba a toda la ciudad: Evaristo Monti habló de ellos, y su relieve fue absoluto.
Aunque los pescadores de la zona norte de Rosario y de la zona del Remanso Valerio tuvieron históricamente su lugar de referencia y conocimiento, Lovato cree que fue entonces que su presencia se hizo notar todavía más para el resto de la ciudad. Por eso relaciona que un tiempo después, cuando la derrota en el Atlántico Sur precipitaba la caída de los golpistas en el poder, fue a hablar con ellos alguien en particular, un dirigente político de larga raigambre en el mutualismo y el cooperativismo santafesinos.
Roberto Bereciartúa, “el Vasco”, como lo conocen dentro y fuera del radicalismo, los convocó y los convenció: iban a organizarse como cooperativa. Lovato afirma que es hijo, nieto y tataranieto de pescadores, pero no recuerda que alguna vez se hubieran organizado en conjunto. “En aquellos tiempos, el precio del pescado lo ponía el pescador. Hoy lo pone el frigorífico”, aclara.
Pero los tiempos empezaban a cambiar aceleradamente. Mientras los pescadores lograban formar su cooperativa, con 196 socios que significaban “casi todo el Remanso Valerio y toda La Florida”, e incluso a trabajadores que vivían en la isla El Espinillo, frente a la cancha de Rosario Central, el nuevo gobierno municipal, al mando del radical Horacio Uzandizaga, retomaba el plan costero que la dictadura había dejado de lado. Lovato recuerda que la avenida Eudoro Carrasco, más llamada Costanera, terminaba donde comienza el Balneario La Florida.
Claro: por entonces el barrio de pescadores se extendía hasta el Remanso Valerio, y el puente Rosario-Victoria era todavía uno de los tantos proyectos eternos y faltaba casi una década y media para que recién comenzara la obra, en 1998. Pero la idea de la extensión venía de larga data, y estaba en el plan para esa zona de 1967. Así que les ofrecieron una mudanza provisoria, que se cristalizó en dos decretos: la cooperativa iba a tener un lugar propio con todas las garantías, y los pescadores iban a traer la pesca de cancha por el arroyo Ludueña, para desembarcarla a metros de las nuevas instalaciones. Lo transitorio se hizo eterno. Y lo que entonces fue una tentadora solución hoy es un problemón.
Espejos en el agua
“Habilítese para el uso “Descarga y Comercialización de Pescado” el sector ribereño de una fracción de tierra asimilable a un paralelogramo de 25 metros por 40 metros de lado, según la siguiente descripción: límite Oeste: una línea de 40 metros de longitud, congruente con la margen Este del arroyo Ludueña”, arranca el artículo 1º del decreto 6.362, sancionado el 14 de octubre de 1985 por el Concejo Municipal. Y menos de un mes después, la reglamentación del entonces intendente Usandizaga –decreto 2.066 del 13 de noviembre de 1985– convalidaba el área con precisiones, dividiendo la franja en un sector para amarradero y descarga; otro para puestos de venta; un tercero para “circulación del público”, y un último sector para “ingreso de vehículos y forestación”, con las dimensiones de cada uno. Sobre este último documento, la Cooperativa de Pescadores Siglo XX reclama hoy su vigencia y cumplimiento: es que en la obra que está avanzando a toda marcha en el paso para vehículos recientemente se colocaron decorativos pretiles; y sobre el sector de amarre y descarga se están haciendo terraplenes con maquinaria pesada.
“No existimos”, dice Lovato, apuntando a una ex funcionaria, Hilda Gontín, quien llevó adelante la licitación y concesión del proyecto Parque Náutico Recreativo Ludueña, una megaobra adjudicada a la firma Obring SA. “Nosotros no nos oponemos al progreso”, insiste el representante de pescadores. Pero remarca que el proyecto, cuya estética no cuestiona y en las maquetaciones ofrece una vista excelsa, no sólo no los integra sino que los hace ver como un vestigio de otro tiempo, condenado a desaparecer.
Fue esta la razón por la cual Lovato acudió días atrás al Concejo Municipal, junto a representantes sindicales y cooperativistas, y expuso ante la comisión acerca de una situación que tiene más aristas de lo que parece: la cuestión no es sólo la protección por derecho a un sector de las y los trabajadores del río, sino la persistencia de una tradición cultural, y su conocimiento asociado, que está en la esencia misma de Rosario como ciudad de ribera. Y con una arista sorprendente: cada día en la ciudad y desde la ciudad se capturan, transportan, venden y cocinan miles y miles de kilos de dorado, surubí, boga, sábalo, armado, patí, sólo entre las especies más comunes y conocidas, ya que hay muchas más. Pero Rosario no tiene puerto fiscalizador. “Hasta Nigeria llegaron los pescados de acá”, sorprende el dirigente asociativista.
En cambio alguna vez no los quisieron ni en Rosario, según menciona con una fotografía de pescadores los años cercanos a 1900, cuando todavía tenían lugar en la costa central. El sitio web Rosario en el Recuerdo publicó la imagen contando que a la descarga de pescado de los botes les seguía su venta a voceo, en canastas por las calles de la ciudad, donde las altas temperaturas les hacían perder frescura y ganar desconfianza. Acaso de ahí vinieron tiempo después las jaulas de madera. “Se llaman viveros”, cuenta Lovato, y dice que las hacían los pescadores mismos, siempre con madera de sauce y de aliso, cuyos grandes montes se pelaron a fuerza de fuegos ecocidas en las islas de la región entre 2020 y 2023.
Y también cuenta que se siguen usando, aunque hoy son los comunes tanques de plástico azul, con agujeros.
Garantizada ahora la cadena de frío con transportes frigoríficos autorizados –los que no pueden entrar por los recientes pretiles en torno de la Cooperativa Siglo XX–, freezers, y bolsas de hielo –la cooperativa usa cientos y hasta miles de kilos al mes– un problema grande que apunta Lovato es la falta de un puerto fiscalizador que controle pesos y tamaños evitando diezmar el río, que haga la traza y certifique el transporte. Que en definitiva legitime aún más un oficio tradicional, y con beneficio al Estado municipal y provincial, y a los propios pescadores por el fondo fiscalizador.
Y el otro gran problema para los trabajadores lo es también para un sector de los rosarinos: la ausencia de bajadas públicas de botes, lanchas y canoas. En 17 kilómetros de costa en la ciudad casi no hay, del mismo modo que fueron desapareciendo las playas públicas. Al plan director de 1967 para grandes sectores de la costa, cuya base era dejar de estar “de espaldas al río”, lo supieron acaparar intereses privados y el acceso vuelve a estar vedado sin pagar a cambio.
Oficio de antes de ahora y siempre
La imagen más antigua de un pescado asado a la parrilla de que se tenga conocimiento va camino a cumplir cinco siglos. Es un un dibujo de Ulrico Schmidl, un lancero que formó parte de la expedición de Pedro de Mendoza, la que en busca de oro de leyenda fundó la primera Buenos Aires y la definitiva Asunción del Paraguay. Schmidl fue volcando en una crónica la remontada del Paraná, y en ella incluyó su retrato de nativos Timbúes, a los que llama Tiembus, cocinando su pesca, en 1536.
Casi 500 años después un Paraná diezmado sigue entregando sustento. Pero menos: en territorio provincial, muchos de los 421 pescadores artesanales registrados se capacitaron como guías de pesca turística, y alternan el trabajo. Otros están reconvirtiendo la actividad extractiva en otra de siembra, cuidado y cosecha, especialmente en el departamento San Javier. Pero en las clareadas, o en otros momentos del día, se sigue pescando.
Lo que no cambió son las redes. “Todo viene de Mar del Plata”, dice Lovato. Y cuenta que, largo tiempo atrás, del centro pesquero nacional se traían los hilos, “y los propios pescadores hacían sus mallas”. Hoy las redes ya llegan tejidas, con distintas medidas de malla, pero los hilos se siguen trayendo, como siempre. Aunque ya no las tejan, los pescadores tienen que arreglar las mallas, que no son para siempre, pero casi. Es parte del oficio, dice, y ya de chico se aprende cómo mantener y arreglar la herramienta, como a las canoas. A saber cuándo salir y cuándo no, dónde tirar y muchos más secretos de un oficio que se remonta a tiempos bíblicos: hasta el anillo del Papa es un anillo de pescador.
Pero aquel eterno oficio de redes hoy está en crisis. Lovato resume que hace cuatro décadas las capturas eran otras: explica que la malla se extiende, se repliega y se vuelve a dejar en la correntada, pero lo que retiene es menos y más chico que antes. Dice que cuatro horas se convirtieron en ocho, que seis se hicieron diez, y así. Que tiene que ver el calor y el frío del agua, y que Rosario es zona de tránsito para migraciones que desovan al norte y que vuelven al sur. Que ya quedaron atrás esas épocas donde venía seguido el camión de Mar del Plata, ése que no se acuerda el nombre pero sabe que llevó la pesca del Paraná hasta el África, en los tiempos en que ellos hasta tallaban en las guías de tránsito de lo que se pescaba. Hoy agradece a quienes los escucharon: en su paso por el Palacio Vasallo los recibió la comisión de Producción y Promoción del Empleo, que encabeza la opositora Norma López, a quien Lovato reconoce, al igual que a otros ediles que se interesaron por su situación, como Julian Ferrero, de Ciudad Furura; Mariano Romero, del Movimiento Evita o hasta el oficialista Hernán Calatayud, del Partido Demócrata Progresista, quien se hizo presente en el lugar que ocupan en el arroyo Ludueña. Ahora la cooperativa espera que el Ejecutivo municipal los reciba, para dar cuenta de su existencia, que desconoció, según sostiene Lovato, la ex directora de Control y Gestión de Concesiones Hilda Gontín, quien estaba en funciones cuando se abrió el espacio a proyecto de Parque Náutico Recreativo presentado por la firma Obring SA más de una década atrás. “Y estábamos nosotros adentro”, cierra Lovato.
Pescadores reclaman por obras en el Ludueña que los dejan sin espacio y comprometen el arroyo
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